El conocimiento como mercancía

Roberto Cataldi[1]

Una lectura de la historia nos revela que la adquisición de conocimientos siempre fue algo muy valorado. El conocimiento adquirido a través de la educación se reveló como un privilegio, ya que pocos podían acceder al mismo, pues, hasta principios del siglo pasado grandes masas eran analfabetas.

En efecto, la capacidad de leer y escribir no estaba reservada al pueblo, que debía conformarse con trabajar y aceptar la condición social en que había nacido Pero esto fue cambiando con la lucha por los derechos sociales, que dejaron no pocas víctimas en el camino, a pesar de todo en nuestros días todavía  hay masas analfabetas e incultas, explotadas o ignoradas por el poder de turno.

menores-escolarizadas_Amazonia_MSalazar-IPS El conocimiento como mercancía
En algunos lugares del mundo, el acceso a la educación de las niñas sigue siendo una proeza, como sucede en la selva amazónica de Perú. Crédito: Milagros Salazar /IPS

Es meritoria la tarea que se realizó en muchos países para que la gente pudiera educarse y acceder al mundo de la cultura letrada. Esto no sólo fue un movimiento que vino desde arriba, es decir, desde el gobierno, también se dio desde organizaciones obreras y barriales, bástenos como ejemplo las bibliotecas populares donde muchos trabajadores no sólo iban a leer libros y empaparse de nuevas doctrinas sino que concurrían de noche a estudiar. Está claro que se vivía en otro mundo, donde los ciudadanos creían que el esfuerzo y el mérito eran suficientes para progresar. Había sueños, ideales, y hay que reconocer que las clases bajas son más propensas a los ideales, por ello las ideas de la Ilustración prendieron con fuerza y, las monarquías de cuño medieval y las dictaduras de la modernidad hicieron todo lo posible para impedir que estas ideas ingresaran en sus dominios, porque temían perder sus privilegios.

El curso de la historia logró imponer en gran medida el derecho a la educación y el derecho a la cultura, al menos así fue durante el Siglo XX en muchas regiones del planeta. Los Estados tuvieron que ceder ante la presión popular y se crearon escuelas, institutos de todo tipo y universidades de acceso gratuito, política que comenzó a modificar la cartografía social. Ahora los obreros y los trabajadores no calificados podían enviar a sus hijos a la universidad para que se convirtieran en profesionales, oportunidad que ellos no tuvieron. Las clases tradicionales y acomodadas no vieron con buenos ojos esta conquista que pretendía modificar el orden establecido del que disfrutaban.

Este fenómeno se vivió prácticamente en todo el continente americano, de norte a sur. Un continente con fuertes flujos migratorios provenientes de Europa. En efecto, los que provenían de allí, acostumbrados a las monarquías y las injusticias sociales, advirtieron que sus hijos ahora tenían la oportunidad de subirse al ascensor social mediante la educación superior, así los títulos de doctor y profesor sustituyeron a los títulos nobiliarios. Al respecto, yo nunca creí en los linajes y, si me ponen entre la espada y la pared, diré que a lo sumo creo en el linaje intelectual, pero no más. Países como Francia, Italia, Alemania, Rusia, entre otros, pudieron abolir las monarquías y, cada uno a su manera intentó modificar la dinámica social. Francia quedó en cierta medida atrapada en su ideología estatista mientras Alemania fue más pragmática. El tema de las libertades individuales se vivió en estos países de distinta manera, sobre todo en Rusia.

Céline ejerció la medicina durante veinticinco años en los barrios pobres de París, pero pasó a la historia como novelista. En una entrevista de The Paris Review, comentó que toda su vida transcurrió en la pobreza, comiendo fideos. Sus padres eran  pobres, pero vivían una pobreza digna. La conciencia social se le despertó muy tarde, cuando vio gente que hacía dinero mientras otros morían en las trincheras. Luego de la caída de Alemania escapó a Dinamarca y allí fue arrestado porque había hecho declaraciones antisemitas y lo consideraban un colaboracionista. En realidad, Céline disfrutaba ridiculizando a la sociedad y esa provocación no podía ser gratuita. Para algunos críticos modernizó la literatura francesa y con su estilo cuestionaba la moral del lector. Introdujo como recurso literario la técnica de los tres puntos: “¡los franceses son tan vanidosos, que el ´yo´ del otro los saca de quicio!…”   Louis Ferdinand Céline vivía atacando a sus contemporáneos, a los editores que no leen, y a las frases de Proust, que eran muy largas, no usuales en francés. En los últimos años buscaba la soledad, no tenía dinero pero mucha gente lo reconocía en la calle, y comentaba que tenía “un hambre animal de reclusión”. Habría sido quien mayor influencia ejerció en la escritura de Henry Miller. Jack Kerouac dijo que  fue el escritor francés más compasivo de su época.

Albert Camus era un pied noir, hijo de una doméstica analfabeta. Albert contrajo una tuberculosis en su época de estudiante y en Argelia obtuvo una licenciatura en filosofía no sin sacrificios, pero el circulo áulico sartreano le negó su condición de filósofo. Tenía un parecido notable con Humphrey Bogart, y al igual que el actor hollywoodense gozaba de gran éxito entre las mujeres, al extremo que Sartre, cuya figura no era precisamente atrayente, habría experimentado una mezcla de celos y desprecio encubierto hacia el argelino. A pesar de la relación conflictiva que ambos mantuvieron, cuando le concedieron el Premio Nobel de Literatura, Sartre reconoció que Camus lo merecía. Con el dinero de ese premio compró su primera y única vivienda.

No hay duda que estamos dejando un mundo atrás e ingresando en otro. La educación y la cultura están nuevamente en entredicho, vuelve a repetirse la historia pero de manera diferente. Ya no es un problema de linaje o clase social, la pertenencia ha sido sustituida por el dinero, al punto que los conflictos ideológicos del pasado entre educación estatal o privada, confesional o laica, han quedado en gran medida camuflados por el dinero.

Los defensores del mercado sostienen que la educación y la cultura tienen un costo, nada es gratuito. Es cierto, alguien paga. Yo provengo de la educación estatal, desde la escuela hasta la universidad, e incluso ya graduado mi formación la hice en hospitales públicos y, mi universidad de postgrado en Europa es la Complutense de Madrid, de régimen estatal. Pero de ninguna manera eso significó que a la vez no hiciera cursos pagos en instituciones no estatales y que llegara a ser profesor titular en diferentes universidades privadas. Nunca me gustaron las tesituras radicales, soy partidario de los sistemas mixtos, pero donde se privilegie la calidad y no la especulación. Entiendo que en todo negocio debe existir una ganancia dineraria, pero que ésta sea razonable.

En los Estados Unidos el derecho a la educación ha sido sustituido por el derecho a solicitar préstamos de estudio y endeudarse de por vida. La Universidad de New York sería la más cara del mundo y la deuda actual de los estudiantes es de varios millones de dólares, según un informe que pude ver hace días en la Deutsche Welle.

Familias que han perdido su única casa debido a una deuda  impagable por enviar a sus hijos a universidades de “elite”, que les prometían que al graduarse conseguirán empleos de excelencia que nunca aparecieron. Alumnos y padres son engañados por universidades prestigiosas, muy bien posicionadas en los rankings internacionales. Tienen una buena imagen académica pero carecen de sentido social y también de ética. Actualizan permanentemente los costos educativos que superan los costos de otros rubros sociales, al punto que algunos estadounidenses dicen que ésta es la brutalidad de una economía libre. Cuando el estudiante termina convirtiéndose en cliente, se desvirtúa el genuino espíritu universitario que en mi etapa de alumno conocí. Un rector de una prestigiosa universidad europea comentaba que se negaba a dar datos a estas consultoras, tan promocionadas en los medios, porque forman parte de la estrategia de un negocio que carece de transparencia. Daría la impresión que cuanto más cara es la matrícula mejor será la formación (…)

Universidades estatales y privadas se han convertido en un problema donde la verdad es la primera baja y la gestión importa más que la calidad académica. El fenómeno está globalizado. El 40 % de los alumnos extranjeros que tiene la Universidad de Manchester en Inglaterra son chinos. Estados Unidos, Australia, Europa, ofrecen cursos a extranjeros para que lleven sus divisas. Por lo pronto, en China ha surgido una nueva clase social de individuos pobres con buena formación académica. Frente a esta realidad acuciante surge la pregunta: ¿cuál será el futuro?

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.