Le había conocido en el Templo Hindú de Pashupattinath, en Nepal. Si bien apenas había alcanzado los quince años, su presencia rezumaba paz, sabiduría.
Se trataba de un joven Shadu (renunciante) cuya educación había sido impartida por otros Shadus, quienes le habían adoptado cuando quedo huérfano y desde muy joven le habían iniciado en los secretos del Raja yoga (el dominio de la mente).
A diferencia de otros jóvenes, los principios de su educación no estaban basados en el cómo llegar a obtener la felicidad material, sino que, situándose en un paso evolutivo mayor, le enseñaban a como dominar la mente hasta tal punto de no necesitar.
A diferencia de otros jóvenes quienes exacerbados continuamente por el deseo nunca podían calmar su sed, el joven Shadu había sido iniciado en su eliminación desde el mismísimo momento en que éste brotaba.
Durante grandes periodos de tiempo, el joven Shadu permanecía meditando, y durante otros practicaba Hatha Yoga, habiendo llegado a adquirir una gran elasticidad. Vivía en una gran felicidad, pero de otra índole a la habitual de los seres humanos; la felicidad que da el equilibrio, el dominio de sí mismo y el control absoluto de su mente. La mente no le gobernaba a él, el gobernaba sobre su mente.
Cuando me alejé de aquel templo, permanecí mucho tiempo pensando en qué hubiera sido de la sociedad moderna occidental si ésta se hubiera podido forjar como la mente de aquél joven Shadu, en lugar de desvelarse como una cultura de la necesidad, disfrazada bajo el nombre de la modernización.
