Hacerse un Artur Mas

Una de las cosas sorprendentes de esta etapa política es que todos saben lo que quieren los votantes de los otros partidos: el PP sabe perfectamente lo que quieren los votantes de Ciudadanos y los de Rivera saben perfectamente lo que piensan los votantes socialistas. Por su parte, el PSOE conoce las entrañas de los votantes de Podemos –y eso que son cuatro facciones con no sé cuántas subdivisiones- y los podemiStas  (podemitas es solecismo, además de insulto baratero), a su vez, saben perfectamente lo que quieren los votantes de IU, PSOE, ERC y casi el grupo mixto al completo. Lo que nadie parece saber es qué quieren los votantes del PP. Ni ellos.

Ofrecer la vicepresidencia del país a quien le dijiste hace todavía semanas que “hasta aquí hemos llegado, Sr. Sánchez; es usted ruin y miserable” y añadir de regalo promocional la estabilidad en Comunidades Autónomas y Ayuntamientos es lo más parecido a bajarse los pantalones que he visto nunca, amén de un concepto inmundo del poder y la democracia que llevan en el ADN, todo se compra y se vende.

Si el hombre que ha impuesto la LOMCE, la Ley Mordaza o los recortes en sanidad; el que estaba detrás, delante y al lado de Camps, el que quería un gobierno como el del preso Matas; el que quiere, coño, a Alfonso Rus; el del Sé fuerte, Luis; el amigo de Rato; el que no ha querido pactar ninguna de sus leyes “porque para eso el PP tiene mayoría absoluta”; el que ha mermado por cuatro veces la hucha de las pensiones; el que ha llevado la Deuda Pública hasta más allá del 100% del PIB fundamentalmente por la brutalidad de los intereses que debemos por ese rescate de España que nunca existió; en fin, que si el hombre que dejó morir a miles de compatriotas porque el presupuesto no le cuadraba solamente porque Ana Mato fue incapaz de negociar un buen precio para el Sovaldi, el fármaco que cura la hepatitis C, si, digo, este hombre cree que va a sentar a nadie a negociar con él absolutamente nada, es que es mucho más inepto de lo que parece y está mucho peor asesorado de lo que ni remotamente podría imaginar.

Las tretas y artimañas esta vez no van a salvarle y se le está poniendo una cara de Artur Mas que da miedo. Asustar con falacias contra Podemos, inventar noticias y obligar a periodistas hasta ayer serios a difundirlas para crear mal ambiente general y miedo entre sus parroquianos, solamente puede ser un bumerán contra un gobierno en funciones y un partido en derribo.

Para colmo, va y la porquería sigue desbordando las alcantarillas como el agua sucia de una gota fría valenciana: el PP es una sentina de corrupción por todas partes. Su única respuesta es tan boba como antigua: “el PSOE más y estas personas de que me habla ya no están en el partido”. Ya no cuela, pero en la sentina parlamentaria no se enteran y están tan despistados que creen que pueden premiar a Villalobos, que juega al Candy Crush mientras preside el congreso, con otra legislatura en el mismo cargo y 103.000€ de sueldo.

Están completamente fuera de la realidad político-social. Rajoy tiene tantas probabilidades de presidir el gobierno de la XI legislatura como Kika Lorace, solo que aún no lo sabe. Así las cosas, a Podemos le viene bien una convocatoria anticipada y al PSOE no. Al PP, sin Rajoy, le vendrá bien el adelanto electoral y a Ciudadanos no. Si Sánchez y Rivera no ven con claridad que la mejor manera de mantenerse y crecer dentro de sus propias organizaciones es, justamente, conformar gobierno con Podemos y pasar a la historia como firmantes y actores del Primer Acuerdo de Gobierno a la Danesa de España, acabarán por lamentarlo cuando el batacazo sea ya un hecho.

El sábado el PSOE va a ser una jaula de grillos, pero si del cónclave saliera un mandato a Sánchez para explorar un posible gobierno de progreso, basado en un Plan de Acción a implementar durante la legislatura, con hitos, fechas, objetivos y nombres –programa, programa, programa-, daríamos un gran paso y habríamos echado una buena paletada de tierra sobre la etapa cleptocrática que pretendemos enterrar. Veremos.

Manuel Pascua
Analista político y económico. Mis armas son las palabras y mi razón mis convicciones. Me gustan los números y la economía a la que, sorprendentemente, hasta entiendo. Sé que hay otros caminos para nadar las aguas negras de la vida y que el que nos imponen -comer basura, tragar inquina y vaciarnos los bolsillos- es el resultado de mezclar ineptos gobernantes con espabilados banqueros. Soy filólogo, soy letraherido y he vivido en Suiza, en Inglaterra y en Colombia. En España he vivido en Barcelona, en Madrid, en San Sebastián y en Cádiz y mi alma y mi carácter son castellanos: seco y claro, aunque con un sentido del humor ácido y las más de las veces corrosivo cuya primera víctima soy yo y la segunda la realidad estrambótica que me rodea. Mi ley es la opinión y prefiero construir a destruir, sumar a restar, el ruido al silencio, la furia a la calma del camarón dormido en la corriente. Amo nuestro siglo de Oro y no creo que otro mundo sea posible: estoy absoluta y completamente seguro de que es así.

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