La casta chilensis y sus males

Francisco Javier Alvear

No hace falta ser muy listo para coludir, a partir de los incalificables hechos protagonizados por los exministros Peñailillo, Insunza y asociaciados –¡nunca mejor dicho!-, que la profunda crisis de credibilidad / representatividad que afecta al régimen de Bachelet y la Nueva Mayoría pasa considerablemente por un serio problema de la (mala) calidad e idoneidad de nuestros representantes.

Por lo que, más allá de los nombres, que para el efecto da lo mismo, pues dicen poco o nada, es evidente en cualquier caso, que una buena parte de la ‘casta’ o ‘clase política’ chilensis constituye el problema (de la descomposición / perversión) y no la solución.

En efecto, estamos hablando de un mundillo que nos deja la clara impresión de estar plagado -aunque con honrosas excepciones- de ‘incapaces’ y ‘sinvergüenzas’ que lo único que han hecho es llenarse los bolsillos hasta el hartazgo, inmerecida e indignamente, mientras a la inmensa mayoría de los chilenos el sueldo no le alcanza ni siquiera para llegar a fin de mes. Cuando no, de una sarta de claudicantes y obsecuentes mandantes, de pseudo-gurús con currículos inflados, cuando no derechamente falsos e inventados.

Estoy pensando –por no poder entrar en cientos engorrosos detalles- en casos como de los de J.J. Brunner, del actual ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre o el exministro Vidal, quienes se vendieron fraudulentamente por años como doctores (en Oxford y Harvard) o candidato a máster (¿?), como éste último. Ello para no hablar de ilustres falsos titulados (prohombres con carreras sin terminar o con convalidaciones fraudulentas). La lista es larga y contiene sorpresas que podrían sonrojar hasta un abstencionista. Sin ir más lejos Camilo Escalona se presentaba hasta hace poco como sociólogo o cientista político. ¿Lo recuerdan?

No por nada Mario Bunge ha dicho que “hay que rescatar la democracia y sus instituciones secuestrada por una panda de pelafustanes”.

Igualmente, no olvidemos, que hubo un tiempo en que el gurú electoral de la extinta Concertación era el hoy omnipotente subsecretario del Interior, Mahmud (Pancho) Aleuy, en cuyo expediente académico constaba que no había siquiera superado el plan común en la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad de Chile, y que más tarde corrió a titularse en una de esas carreras marmicoc de la UNIACC. Al tiempo que fue virtualmente desplazado en la experticia en cuestión por José Auth, quien al menos es veterinario. ¡Plop!

Jorge (‘Koke’) Insunza, sin ir más lejos, hasta hace unos años como muchos sus congéneres, aunque ya gozando de analista y lobbista estrella con presencia mediática (que inescrupulosamente lo llevo del PC directo a colaborar con uno de los más siniestros ministros del ‘Innombrable’, Fco. Javier Cuadra), aun no pasaba del segundo año vespertino de la carrera de derecho en la Universidad Bolivariana. (Universidad cuyo nombre es una mera coincidencia, pues de bolivariana tiene solo sello y poco más).

Por lo que, más allá de las consabidas incompatibilidades y cuestiones éticas, que por cierto son de primer orden, no nos puede extrañar ahora, por ejemplo, que aparezca acusado de plagiar «papers» por los cuales percibía suculentas cifras por parte del gran poder económico. Sí, nos debiera sorprender y mucho, cómo, pese a todo, un personaje como éste logra acceder hasta el pináculo del poder político y tener en sus atribuciones altas cuotas de responsabilidad pública.

Pues ello nos dice muchísimo respecto de la calidad de nuestra clase dirigente y de la verdaderas ‘bondades’ del sistema mismo, ya que al margen del tema de la igualdad de oportunidad, uno de los pilares fundamentales de un sistema que se precie de democrático como el chileno, al mismo tiempo nos habla (mal) del sentido de la responsabilidad (política) de sus dirigentes, por ejemplo, frente al control y designación de los altos cargos públicos. Los mismos que hoy, en vez de asumir sus culpas, en un intento desesperado y tardío por salvar los papeles, han girado la cara negándolos como Pedro antes que cantara el gallo.

Respecto de este asunto, el polémico comentarista de «talk show» político, Fernando Villegas, el ‘Chascón’ como es conocido popularmente, disparaba bien pero, en mi opinión, un tanto desenfocadamente cuando señaló que «nuestros políticos son menos cultos que en el pasado, menos honestos y ahora nos enteramos que son menos leales. Hasta los mafiosos son leales unos con otros”; porque es evidente que se no se trata tan solo de una cuestión de las (siempre) rotas lealtades entre clanes mafiosillos, sino que, por sobre cualquier otra consideración, se trata –insisto- precisamente de la responsabilidad política que les cabe -y que debieran asumir- nuestras más altas autoridades y sus organizaciones frente a esta repudiable escandalera de actuaciones y negociados en los que se han visto envueltos una buena parte de sus ‘flamantes’ delfines y herederos.

Pues no pueden ignorar, parafraseando a Roosevelt, que si bien estos pueden ser “unos hijos de…, son sus hijos”, sus ‘hijos putativos’.

Por lo demás, eso de ‘botar’ irresponsablemente a unos y otros o dejarlos en la estacada, con el absurdo ‘no sabía’, ‘no me acuerdo’ o ‘yo creía’, sin el más mínimo sentido de la autocrítica y con la total complacencia que brinda la impunidad absoluta (en un país acostumbrado a la impunidad y en estos temas a cortar del hilo por la parte más delgada), ha demostrado que es una estrategia de patas cortas; pues más temprano que tarde los porfiados hechos y acontecimientos terminan imponiéndose y pasando las cuentas respectivas a quién corresponde.

Porque, más allá de la anécdota respecto de la cainita venganza de los ‘jubilados’ de una parte del antiguo poder Concertacionista o que la ‘generación de recambio’ (‘G90’, ‘Los Pistoleros’ o ‘Los Maletines’ o como quiera que se llame) se trataba de una autocombustiva ‘generación flash’, condena a desaparecer tan pronto como apareció en el escenario político, etc., estamos en presencia de otro chasco monumental para el Gobierno; quien en definitiva es el que, finalmente, está pagando (políticamente) -quiéralo o no- por todos estos vergonzosos desaguisados.

De ello hablan, precisamente, las últimas demoscopias que señalan unos altísimos niveles de espantosa desaprobación ciudadana (66 %).

Moraleja: en política, en donde la cosa es tan escandalosamente endogámica y nepótica y la meritocracia brilla por su ausencia, hay que saber elegir con lupa a los herederos y delfines; pues ha quedado de manifiesto que hace falta algo más que saber ‘llevar el maletín’ (¡menuda metáfora!) y tener los ‘colmillos bien afilados’ para ser merecedor de una alta responsabilidad pública o para, derechamente, acceder al poder político (hoy por hoy una de las más grandes formas de poder existente) y recoger el testigo. Y para ello, como diría Lira Massi, hacen falta pianistas y no cargadores de piano.

Ya lo decía los griegos hace más de 20 siglos: “los buenos no apetecen el gobierno por las riquezas ni por la honra”.

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