La educación, la memoria, la emoción… Y la obligación

«La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo»
Nelson Mandela

Soy editor de libros de texto. Lo confieso. Sé que es difícil de explicar que mi trabajo es útil, emocionante y sincero. Mi oficio ayuda a mejorar a las personas. Ayuda a mejorar ciudadanos.

© Manuel López. Tras la fiesta de fin de curso en un colegio privado por la provincia de Alicante. Junio de 2013.

En otra ocasión trataré de hacer comprender que nosotros, los editores de materiales didácticos, somos una parte esencial del sistema educativo, ese proceso por medio del cual las sociedades civilizadas logran mejorar a los ciudadanos que las componen. Hoy sólo quiero hablar del aprendizaje, de la enseñanza, de la educación. En líneas generales. Y quiero hacerlo para dejar sentados elementos que son necesarios a la hora de establecer cualquier aproximación al sistema educativo que mejor conozco, el español.

Comienzo con algo de prosa poética:

Intentamos aprender lo que saben los que saben: cosas útiles, necesarias y delicadas, cosas hermosas, solícitas o urgentes. Ponemos todo nuestro empeño en escuchar a los gigantes y en vislumbrar los artificios del arte o los ensueños de los dioses, aunque creamos que nos engañan. Queremos conocer las experiencias ¿y vivirlas?: los miedos y las angustias, las ansias y las zozobras. Damos todo de sí para ser nosotros sin los otros, de espaldas a lo desconocido, repletos de sensibilidad, ensimismados en el entusiasmo. Deseamos dominar nuestras vidas de terrícolas como si nos fuera a servir para algo vivirlas, siendo como somos el destino de un luminoso polvo estelar que nos aguarda ya en la eternidad.

Cuando yo estudiaba aquello que dio en llamarse, a lo que se llamó, mejor dicho, Curso de Orientación Universitaria, COU, en los años de la Transición ahora tan denostada por los ignorantes o por los megadignos, mis compañeros y yo teníamos una profesora de Lengua que, para practicar una de las pruebas de la Selectividad que nos permitió luego acceder a nuestros estudios universitarios, la del Comentario de Texto, nos ponía a menudo (a veces creo que todos los días que teníamos clase con ella, de cuyo nombre no soy capaz de acordarme, y bien que lo lamento) un texto de José Ortega y Gasset, quien tengo para mí que escribió sobre todas las cosas sobre las que alguien de la primera mitad del siglo XX podía escribir a poco que su caletre diera para pasar a la Historia como un filósofo. Un filósofo… Bueno, a lo que voy. Ortega y Gasset tiene dicho, tiene escrito que “NO SE DEBE ENSEÑAR TODO LO QUE SE SABE SINO TODO LO QUE SE PUEDE APRENDER”.

Esto es algo medular, el sistema educativo no pretende que los alumnos, que los ciudadanos aprendan cuanto se puede saber, sino cuanto la sociedad civil considera que se puede, y se debe, aprender. Ahora sabemos que en un sistema como el español nos hemos pasado de la raya y lo que se debe aprender no es lo que el sistema actual enseña. Se deben aprender otras cosas y de otra manera. Pero eso es, también, algo que podría dejar para mejor ocasión. Y lo dejo.

Prosigo.

carmen-pellicer La educación, la memoria, la emoción… Y la obligación
Carmen Pellicer

Dicen José Antonio Marina y Carmen Pellicer, dos de los más considerados expertos españoles sobre educación, respecto del proceso de enseñanza-aprendizaje, que «la evolución biológica depositó a los humanos en la playa de la evolución cultural, es decir, de la educación. Y ahí seguimos». Somos los seres humanos que somos porque somos el producto de la educación que nos hemos ido dando mientras hacíamos eso que llamamos ¿impropiamente? evolucionar.

Pero conviene que matice un poco eso que en puridad hemos de entender por enseñar. Cuando educamos nosotros mismos a nuestros propios hijos, cuando los maestros enseñan a los niños, se trata de ayudarles, a nuestros hijos, a los alumnos, a desarrollar cualidades como la perseverancia y el autocontrol, como la curiosidad y la meticulosidad, como la determinación y la autoconfianza. No se trata de inundar de información sus cerebros. No sólo tienen que aprender fechas, nombres, propiedades, resultados, premisas… Que también.

Educar es transferir paulatinamente responsabilidad. Es enseñar a esperar. La autonomía personal se aprende obedeciendo, primero a los demás, a los padres o cuidadores, más tarde a uno mismo. La educación pretende que sepamos guiarnos por razones, no por impulsos, que seamos responsables, no obedientes.

Pero, retrocedo ahora un poco, no se puede aprender sin aprender fechas, nombres, propiedades, resultados, premisas… La memoria es la más potente herramienta con la que cuenta la inteligencia. No hay aprendizaje sin memoria. Comprendemos desde lo que ya sabemos. La memoria no sólo sirve para olvidar deliberadamente cómo fue el pasado, sin ella todo es incomprensible. No sólo guarda ‘cosas’, también las usa. Reconoce patrones y genera previsiones.

Mediante el pensamiento, mediante el habla gestionamos la información que tenemos en la memoria para dirigirla hacia un fin.

No obstante, aprender no es recibir lo que viene de fuera, haciendo uso de la imprescindible memoria, aprender es elaborar lo que viene de fuera. Aprender es saber que se sabe lo que se ha aprendido.

Para aprender, previamente hemos tenido que comprender porque lo que hace la memoria es primeramente comprender y, luego, retener. No hay aseguramiento, retención, sin comprensión.

El sistema educativo ha de crear ciudadanos que sepan pensar para construir una sociedad civil cada vez más próspera pero, al mismo tiempo, cada vez más justa y más amable. Y, para ello, para ayudar a pensar bien, para ayudar a pensar mejor, los que estamos implicados en él, tenemos que saber que lo que se necesita para pensar es motivación, aprendizaje, control, metacognición (en su máximo nivel, que es el pensamiento crítico) y entrenamiento.

Entrenamiento, sí. Respondía un jugador de golf cada vez que le recordaban que se decía de él que era un deportista con mucha suerte:

“Sí, y cuanto más practico, más suerte tengo.”

Pues bien, la perseverancia también se enseña. También se aprende. Ya lo dijo Albert Einstein:

«No es que yo sea más inteligente. Es que me he enfrentado a los problemas durante más tiempo.»

Muchos expertos afirman que hay que emocionar, no sólo motivar, para conseguir que los alumnos aprendan. El catedrático de Fisiología Humana Francisco Mora, por ejemplo, para quien «la emoción es la energía que mueve el mundo, no hay pensamiento sin emoción, y sólo se aprende aquello que se ama». O el profesor Juanjo Vergara, quien tiene una especie de mantra:

«Aprendo porque quiero».

Sabemos que somos memoria y deseo, pero, cuando aprendemos, lo que somos es MEMORIA Y EMOCIÓN. En eso consiste educar, en eso consiste enseñar, en eso consiste el sistema educativo, en saber utilizar la memoria por medio de la emoción para saber cómo fue el mundo (una birria), como es el mundo (una birria todavía reformable), cómo será el mundo (un mundo mejor).

(No obstante, sobre la motivación, sobre la emoción, Marina nos recuerda que “el engrandecimiento de la motivación ha asesinado la reputación de la obligación”. Es evidente que hay que propulsar la motivación como palanca de la enseñanza y del aprendizaje, pero no podemos olvidar que existen otros impulsos que nos mueven a hacer las cosas: la obligación, el deber, por ejemplo.)

Aprender es imprescindible para sobrevivir, para crecer, para ser. El sistema educativo consigue que la inteligencia brote de los inteligentes cuando logra que los alumnos piensen en sí mismos como sujetos que aprenden, nos dice la psicóloga estadounidense experta en educación Lauren Resnick.

Para José Manuel Sánchez Ron, historiador español de la ciencia, físico y miembro de la Real Academia Española, el objetivo de los editores de libros de texto (y por supuesto el de TODOS los involucrados en el sistema educativo, pero especialmente el de quienes desempeñamos aquel oficio) es “enseñar el nuevo mundo en el que estamos entrando”, promoviendo y explicando los valores que representan el propósito del sistema educativos, esto es: la igualdad, la privacidad, los deberes, las obligaciones de los ciudadanos, la racionalidad y el conocimiento contrastado, así como la renuncia a la búsqueda permanente de la felicidad.

Me despido con unos versos, o algo así. Después de leer la gran novela It, de Stephen King, quise escribir un poema. Me salió esto:

¿Qué es lo que más temes?
ya lo sabes,
ahora créelo:
ama a los amigos,
esa gente que ha construido
su casa en nuestro corazón.
Cambios y permanencias:
cuanto más cambian las cosas,
más cambian.

José Luis Ibáñez Salas
Editor de material didáctico para diversos niveles educativos en Santillana Educación, historiador y escritor. Director de la revista digital de divulgación histórica Anatomía de la Historia, es autor de El franquismo, La Transición, ¿Qué eres, España?, La Historia: el relato del pasado y La música (pop) y nosotros (publicados los cinco libros por Sílex ediciones), fue socio fundador de Punto de Vista Editores y escribe habitualmente relatos (algunos de los cuales han aparecido en el blog literario Narrativa Breve, dirigido por el escritor Francisco Rodríguez Criado) y artículos para distintos medios de comunicación, como la revista colombiana Al Poniente o las españolas Nueva Tribuna, Moon Magazine y Analytiks. Tiene escrita una novela y ha comenzado a escribir otras dos.

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