Entre la Literatura y la Ciencia

A mediados de la década del 90 coordiné una mesa redonda sobre literatura, medicina y ética, donde participaron como panelistas Alicia Jurado de la Academia Argentina de Letras y José Isaacson del PEN Club Internacional, escribe Roberto Cataldi, quien unos días antes quedó sorprendido cuando habló por teléfono con Alicia sobre el tema y le dijo que entre la literatura y la medicina no existía ninguna relación.

Roberto M. Cataldi Amatriain[1]

Me sorprendió su afirmación, luego pensé que podía tratarse de una boutade. Un rato antes de comenzar la reunión, les dije que estaban en plena libertad para abordar el tópico que les pareciese, pues, de esa manera procuraba darle cierta dinámica al encuentro.

La reunión salió muy bien, según confirmaron los asistentes. Jurado abordó los problemas sociales del aborto y el concepto de infalibilidad papal, mientras Isaccson mencionó las características de la relación médico-enfermo y los aspectos mercantilistas.

Pero mi objetivo no se cumplió, ninguno se metió en el terreno donde la literatura se cruza con la ciencia, teniendo como marco a la ética. Tengamos presente que Isaccson no solo es filósofo y poeta, se graduó de ingeniero en la UNLP y Alicia, además de novelista y ensayista, era licenciada  en ciencias naturales por la UBA, con un hijo ingeniero y una hija médica. En otras palabras, para ninguno de los dos, dedicados en cuerpo y alma a la literatura, el mundo de la ciencia les resultaba extraño.

Yo llevaba ciertos comentarios para analizar así como citas famosas de médicos de la antigua Grecia que también fueron filósofos y poetas. Claro que además de los griegos no olvidé a Maimónides, tampoco a Averroes, Antón Chéjov, Gregorio Marañón, José Ingenieros, Pedro Laín Entralgo, entre otros. En fin, la experiencia me ha enseñado que cuando un panel se mueve con absoluta libertad, uno jamás sabe como finalizará (eso es lo interesante), y con los hechos y sucesos de la vida cotidiana pasa algo similar. A ambos los recuerdo con admiración por el talento y la seriedad de sus trabajos.

En alguna oportunidad he sido testigo de la descalificación de un artículo científico no porque su contenido careciera de solvencia, sino porque era muy literario y poco científico. Es decir, el cuestionamiento no era tanto metodológico sino más bien formal, tenía que ver con la manera de presentar el tema, la hipótesis de trabajo, los datos obtenidos, así como la discusión y las conclusiones. El artículo no carecía de validez científica, el problema era el estilo con que el autor redactó su informe, distante de la preceptiva científica y afín a la literatura. También he sido testigo de la situación inversa.

Como ser, que en las llamadas ciencias humanas o del espíritu, concepto epistemológico que designa a un grupo de disciplinas cuyo objeto es el ser humano en su relación con el lenguaje, el arte, el pensamiento y la cultura en general, el discurso tenía un lenguaje científico, pese a que en el fondo no decía  nada nuevo o revelador.

Creo que cuando alguien habla de cultura, salud, educación, dignidad, libertad, democracia, todos sabemos de qué se habla, o quizá creemos saberlo. Pero cuando nos piden que definamos esos términos nos enfrentamos a un serio problema. La prueba es que hay innumerables definiciones para cada uno de ellos, lo que revela que no existe una definición certera que a todos nos deje satisfechos. También se habla de “literatura médica” como un conjunto de obras propias de la medicina. Y en el lenguaje coloquial, decimos con ánimo crítico que el discurso de tal político tiene mucho de literatura por no decir de palabrería o verborragia.

Ciencia y literatura

A esta altura es menester preguntarse: ¿qué caracteriza a la literatura y en qué se diferencia de la ciencia? Desarrollar el tema nos llevaría mucho tiempo, pero dada la brevedad del artículo procuraré dar algunas pistas.

La literatura tiene que ver con el arte de la palabra, pues, la literatura se hace con palabras. Las obras literarias suelen clasificarse según el género, la época o la nación. Wallace Stevens, quien trabajó toda su vida como abogado de compañías de seguro, consideraba que el poeta mira el mundo como un hombre mira a una mujer, es decir, con amor, y que tiene que amar las palabras, las ideas, las imágenes y los ritmos. Por eso la poesía tiene que ver con el amor. La literatura de ficción, que se representa habitualmente en la novela y el cuento, pero también en el relato cinematográfico, hace alusión a lo inventado o fingido. El teatro se acomoda muy bien a la literatura ficcional, pero tiene una fuerte impronta oral. El género ensayístico permite una gran libertad de pensamiento y obviamente de expresión, hasta da cabida a la imaginación, y como decía el pedagogo francés Jacky Beillerot, tiene una capacidad de imaginario que puede rendir cuenta de lo real de una manera diferente de la investigación.

No recuerdo dónde leí que la ideología es la representación imaginaria de los individuos con sus condiciones verdaderas de vida. En consecuencia, la literatura tiene mucho que ver, tanto por lo de la representación como por lo de la imaginación.

La ciencia, en cambio, está guiada por la investigación y regida por un método, que llamamos el método científico. En la evaluación de una publicación científica uno pretende hallar las respuestas a una serie de preguntas puntuales que suelen consignarse al inicio del artículo.

Ante tanta información, imposible de procesar en la mente, uno pretende que el informe -en la medida de lo posible- sea breve, además de claro y preciso. Nadie espera de un científico el métier  de un escritor o el conocimiento de la lengua de un gramático, pero sí que sepa redactar. El rigor científico incluye los datos estadísticos, cuyo análisis debe ser cuidadoso, ya que en ocasiones la recopilación de datos posee un sesgo ideológico o institucional.

Las estadísticas, que pueden estar bien hechas o incluso fraguadas (de estas últimas los argentinos sabemos mucho), se prestan a diferentes interpretaciones. Me viene a la memoria que para Borges, maestro de la ironía, la normalidad y la democracia eran  cuestiones estadísticas, y que Josef Stalín, a quien responsabilizan del Holodomor entre otros crímenes, sostuvo que la muerte de un individuo constituía una tragedia, pero un millón de muertes era sólo una estadística. A veces pienso que la realidad se nos presenta como una especie de test de Rorschach, es decir, una mancha en la que cada uno cree ver una cosa diferente.

La actual realidad científica, tecnológica, literaria, en suma cultural, se le ofrece al gran público a través de los medios periodísticos. Y la preocupación de los grandes medios pasa por la noticia, por el estruendo mediático que llega a describir grandes hechos que pueden ser falsos, mientras olvida o ignora verdades que considera minúsculas, pero que habitualmente la literatura recoge porque sabe captarlas. Hay voces que alertan por el peligro actual de que la literatura se vuelva periodística, que la creación literaria se torne indistinguible del periodismo. Pensemos que muchos de los grandes escritores del siglo pasado y del actual han cultivado el periodismo y, buena parte de su obra hay que rastrearla en los periódicos.

La crónica y la historia son géneros que acaparan la curiosidad de los lectores. Hace pocos días murió Fidel Castro. No recuerdo cuántas crónicas leí en los periódicos. Para algunos era un ángel, para otros un demonio. Pocos análisis revelan imparcialidad de juicio. En medio de las turbulencias pasionales es muy difícil expedirse con un juicio equilibrado. Hace falta tiempo para establecer una vía entre el reconocimiento y la condena de lo que aconteció en Cuba durante medio siglo. Recuerdo que en la Fundación Universitaria Española, frente al Parque del Retiro de Madrid, concurrí a un curso de filosofía y, quien nos daba lógica, conocía a Fidel desde su adolescencia, pues este jesuita lo tuvo como alumno durante dos años en el colegio de la Habana al que asistía. Corría la década del 70, estábamos en plena Guerra Fría, y ya Fidel tenía mucho de mito. Nosotros le preguntábamos al profesor cómo era de adolescente, y nos decía que sumamente sociable, sin dudas el más sociable de la clase (…)

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)

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