La sociedad del cansancio o el cansancio social

El cansancio denota fatiga, a veces aburrimiento, pero a menudo también hastío y disgusto

Roberto Cataldi[1]

Un cansancio que va más allá de lo físico, involucra lo psicológico (la mente se siente agotada) e incluso lo moral.  En este último caso, sucede que algún juez, parlamentario o funcionario de alta jerarquía renuncian públicamente a seguir en sus funciones aduciendo “cansancio moral” y, mucha gente no comprende a qué se refiere esa fatiga por la moral ni a qué obedece. Daría la impresión que estos “prohombres” abandonan el barco porque la tempestad es tal que no pueden con ella. Se esfuerzan, no logran su cometido, desisten y se van a su casa. A diferencia de otros, a quienes los problemas morales no les quitan el sueño, ya sea porque no los registran como tales o simplemente porque para ellos la moral nunca fue un problema o tal vez la ignoran olímpicamente.

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Byung-Chul Han

Byung-Chul Han, un intelectual surcoreano que hoy vive en Berlín y escribe en alemán, habla de la “sociedad del cansancio” y de la “sociedad del rendimiento”. Han sostiene que la sociedad actual no puede explicarse con las teorías de Marx, pues, éste criticaba la “sociedad disciplinaria” de la explotación ajena, pero en nuestros días la explotación estaría internalizada gracias al neoliberalismo. En consecuencia ya no sería necesario reprimir al individuo porque en mérito al rendimiento él llega a auto-explotarse. Aunque Foucault fue quien señaló cómo el poder nos hace vivir sus imposiciones sin necesidad de amenazas, produciéndose la internalización de las normas represivas. En fin, pienso que la sociedad que describe Han actualmente coexiste con la sociedad que Marx criticaba.

Por otra parte, la mirada del otro ha desaparecido o ya no se la percibe, consecuencia del narcisismo que persigue el éxito de manera obstinada. En efecto, las sociedades actuales sólo aceptan el éxito y rechazan visceralmente el fracaso.

En el novísimo mundo digital el otro desaparece, se esfuma. Pasamos varias horas del día frente a la pantalla sin contactarnos con el otro y durante ese tiempo hasta llegamos a tener la ilusión de que no tendríamos problemas. Zygmunt Bauman decía que en la modernidad que nos toca vivir llevamos una doble vida: online y offline. Esta última sería la verdaderamente conflictiva, ya que tenemos que tratar con los otros, debemos coexistir, y para peor no hay diálogo y no existe una mutua comprensión. A la ausencia de diálogo debemos sumarle un progresivo debilitamiento de las instituciones que antes podían inspirar alguna confianza.

El cambio se ha tornado permanente y la incertidumbre es la única certeza. Es indudable que la incertidumbre se instaló en nuestras vidas de una manera patética, nos paraliza y nos imposibilita la planificación del futuro, nunca sabemos qué va a suceder. La incertidumbre a muchos los deteriora en su autoestima y los lleva a sentirse seres descartables, eternos perdedores frente al éxito de otros.

Sin embargo, yo creo que si a veces no se consigue lo que uno espera, desea o ama, es porque no existió la oportunidad. La oportunidad está íntimamente relacionada con el tema de la igualdad, tan declamada por unos y reclamada por otros,  aquí tenemos el meollo de la cuestión. La sensación de impotencia para encarar cualquier empresa o actividad sumada a la pérdida de la propia autoestima conduce al resentimiento y, en ocasiones, a una conducta agresiva, que puede ser peligrosa.  Vivimos en un mundo interconectado pero nos hemos acostumbrado al monólogo, y si no generamos un clima de diálogo abierto no puede haber futuro, porque éste demanda dialogo y consenso.

Nuestra modernidad convive en no pocos aspectos con tradiciones, prejuicios y costumbres propias del Medioevo. Si hacemos una detenida observación, veremos que persisten muchas actitudes propias de las monarquías, del feudalismo, de los privilegios de casta del Ancien Régimen y de tantas otras instituciones con las que la Revolución Francesa y las que le sucedieron no pudieron desterrar.

Ionesco solía decir que los hombres estamos con la soga al cuello, pues, queremos tener una llave para solucionar todos los problemas sin saber que esa llave no existe. A él le interesaba Macbeth porque es el problema del mal asociado al poder. Y hoy todos quieren el poder, dominar a los otros, y están dispuestos a convertirse en criminales con tal de lograrlo. El sólo hecho de estar vivo, de hallarse consciente, significa estar comprometido, y el primero de todos los compromisos es la existencia, los demás compromisos son accidentales, sostenía el dramaturgo rumano que escribía en francés.

Simoine Weil cambió la academia por el trabajo en una fábrica. Necesitaba pasar por esa experiencia para poder hablar sobre la opresión que entonces eran sometidos los obreros. Weil advirtió que los totalitarismos estaban contaminando los valores sobre los que asentaba Europa y que en las fábricas acontecía una situación peculiar. Ella provenía de una familia acomodada y estudió en París, pero sus intereses genuinos eran otros. Ingresó al partido comunista y llegó a discutir con Trotsky. Viajó a España para integrar la legendaria columna Durruti, pero al empuñar un arma se dio cuenta que no podía disparar, en el fondo ella era una pacifista, solo podía empuñar la pluma.

Simoine Weil decía que la máquina esclaviza porque se apodera del tiempo del trabajador, imponiéndole un ritmo de trabajo y despoja al obrero de su dignidad, ya que éste vale solo lo que produce. Contra lo que sostenía Marx, la emancipación del obrero no consiste en liberarse del trabajo sino en realizarse en el trabajo, estaba convencida de que el trabajo, es, el lugar donde el hombre alcanza la condición humana. De ser así, cómo será el futuro de los hombres cuando pierdan el trabajo a manos de los robots.

Richard Hoggart, al igual que Weil, fue espectador de dos mundos. Tuvo una infancia vivida en un barrio obrero y una adultez en los claustros universitarios. Tenía un pie en la clase obrera de donde provenía y el otro en la élite intelectual a la que pertenecía. Él era un agradecido de las instituciones educativas en las que pudo formarse gracias a una beca. Esa beca le permitió saltar de una cultura a la otra,  a la vez que advirtió cuáles son los valores en conflicto y finalmente optó por la cultura popular. Para Hoggart, becarios y autodidactas son individuos que pasan de una cultura a otra, con la salvedad de que esta última nunca les pertenecerá por completo, porque el mundo estaría dividido entre “ellos” y “nosotros”, donde “ellos” son lo que mandan, se reparten las ayudas sociales, y son “los que te aplastan si pueden”. Una visión actualmente compartida por muchos de los jóvenes que en todas partes se movilizan en reclamo de un mundo más justo.

Gilles Lipovetsky, a quien oí en los 90, piensa que la Modernidad se hizo en la Ilustración alrededor la tecnociencia, el libre mercado y la democracia, y que en la “hipermodernidad” de nuestros días estos tres ejes se profundizan frente al despotismo y el oscurantismo.

Byung-Chul Han, retomando la idea hegeliana del amo y el esclavo, piensa que hoy el esclavo ha optado por el sometimiento. En aras de  la “eficiencia” el neoliberalismo ha conseguido imponer globalmente la eufemística flexibilización laboral, alienta el canibalismo competitivo e implementa la desregulación, los despidos masivos, mientras tanto, los organismos internacionales prestan dinero a cambio de almas humanas. Estos organismos les exigen a los países que contrajeron deudas exorbitantes, que sabían que no podrían pagar y que para peor esos pueblos no usufructuaron de los préstamos, que paguen, aunque sea a costa  del hambre de los inocentes. Ante una nueva elección de gobernantes, los jefes de los partidos procuran tejer alianzas, reparten anticipadamente los cargos del Estado como si fueran de su propiedad, y se esfuerzan por tranquilizar a los financistas cuya mirada está puesta en los negocios que harán con los dineros públicos, porque no seamos ingenuos, éstos siempre persiguen los dineros públicos, de eso se trata. Allí reside el leitmotiv, término que se le atribuye a Wagner para referirse a la música que acompaña a cada personaje, aunque en este caso yo lo empleo para designar el motivo recurrente. Y frente a la inexorable sustitución laboral del hombre por el robot, siguiendo rigurosamente esa línea de pensamiento, me pregunto: ¿porqué los gobiernos y sus parlamentos no son confiados a los robots en aras de una mayor eficiencia?

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)

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