El mejor ejemplo del mundo

Querido papá:

He dejado pasar unos días antes de escribirte estas letras. ¿Sabes? Estaba tan ahogado que me faltaba el aliento para alimentar las palabras que quería trasladarte. Además, tú me conoces bien, y he pensado (siempre lo he contemplado así) que no necesitabas que me expresara para saber lo que llevo en el interior. De hecho, has sido la persona que más y mejor me ha comprendido. ¡Somos tan iguales!

Desde que nací te he adorado. Has sido mi guía, silenciosa en ocasiones, pero el referente para todo, ante lo que tenía que afrontar. Me has enseñado, con tu ejemplo, valores, y, fundamentalmente, me has inculcado aquello de que “cuanto viene surge por algo”. Has focalizado la realidad con franca aceptación y has sacado lo mejor de ti mismo incluso en los peores instantes, que los has tenido.

A veces me dio rabia que te trataran mal y no te rebelaras. Sé que en el fondo y en la forma tenías razón. No se gana nada a través del conflicto. Has sido tolerante con lo que has experimentado, y has procurado ver lo mejor de cada uno. Si tengo un modelo de persona que perdona ése eres tú. Ahora lo veo con más claridad. Mercedes Farias, con la experiencia vivida en este territorio, me resalta que los padres nos demuestran aún más sus cimientos cuando se han ido de esta dimensión.

En paralelo, desde que recuerdo, me has parecido el más guapo del mundo. Eras tremendamente atractivo, con esos ojos que ojalá hubiera heredado de ti. Apenas se insinúa en mí ese verde esperanza que siempre te acompañó. Desde un tierno infante me pregunté por qué no me dejaste esa seña de identidad, que tanto me gustaba junto a esa sonrisa indescriptible, que inundaba las estancias cuando hablabas.

La vida no ha sido sencilla para las gentes de tu generación, que superaron un poquito de guerra, la post-guerra y los tránsitos de un país que es fuerte, pero a la vez complejo. Viviste tu crisis económica, y saliste adelante con garra, con espíritu, sin dejar nada atrás, sin acomplejarte, sin ayuda de nadie, lo cual te honra. Fuiste un ejemplo de gallardía: te agradezco lo que me enseñaste en ese sentido, pues me ha servido a lo largo de mi existencia para desgranar lo esencial de lo que no lo es. Si en algo he triunfado te lo debo a ti.

En todo instante hemos estado conectados, muy conectados. Por eso sé que percibes bien lo que palpo ahora, un dolor inmenso por una ausencia que me trastoca y rompe en pedazos muy pequeñitos, delicados, infinitos, como mi amor por ti. Porque te admiro tanto me armo de valor para seguir adelante, que es lo que tú querrías, lo que tú quieres, allá donde estés.

Sabes de mi pena y de mi alegría por haber gozado de una de las personas más especiales del universo, tú. Aún rememoro cuando iba de tu mano (ayer mismo), cuando me llevabas a los bolos, cuando te acompañaba al monte, cuando íbamos a la Huerta, o al campo de Torre Pacheco, cuando nos subíamos a tu extraordinario camión, donde se dormía tan bien, a tu lado, más seguro que en ningún otro sitio.

Una de las cosas que más me llamaba la atención de ti es lo bien que hablabas, que no te metías con nadie, que utilizabas un vocabulario decoroso, que no decías tacos, que eras, en definitiva, una muy buena persona… Todo estaba bien para ti, y no porque fueras un pusilánime, sino porque procurabas sacar partido a lo poco o mucho que hallabas.

¡Cómo disfrutaba cuando nos llevabas a cenar! Te gustaba invitarnos a las mejores tapas. No poseías mucho, pero sabías cómo ganarlo y cómo gastarlo. No nos faltó de nada. Supiste inculcarnos el valor del trabajo y del estudio.

Fuiste capaz de marcarme el camino para ir a la Universidad, donde obtuve numerosos títulos, de los que estabas tan orgulloso como yo. Nadie ha estado tan contento de un hijo como tú. Y yo lo estaba de que lo estuvieras. Papá, querido papá, en cada éxito que he tenido de la primera persona que me he acordado siempre has sido tú. Me he alegrado de saberte dichoso por los peldaños subidos, siempre con esfuerzo, que es a lo que otorgabas valor.

Podría estar horas soñando con tu rostro, con tus manos, con tu semblante afable y discreto, con tus formas de andar, con tus gestos tan peculiares. No lo haré hoy. Te prometo, no obstante, un libro sobre nuestras vidas. Sí te resalto un punto, y es que hasta el último momento nos has brindado una ingente enseñanza: nos has confirmado que no tenemos nada, que en realidad hay muy poco que merezca la pena. Igualmente, nos has demostrado con sinceridad, cada jornada, que hay algo a lo que no debemos renunciar, la esperanza.

Gracias, buen hombre, por haber empaquetado en nosotros una Naturaleza tan sana. El amor que nos has proporcionado ha tenido como contrapartida el dolor de tu marcha, pero somos conscientes de que nos haremos eternos por la fortuna de haber crecido contigo, por ti.

Muchos besos, Papi. No puedo evitar decirte, todavía no, que ojalá pudiera tocarte.

Juan Tomás Frutos
Soy Doctor en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid, donde también me licencié en esta especialidad. Tengo el Doctorado en Pedagogía por la Universidad de Murcia. Poseo seis másteres sobre comunicación, Producción, Literatura, Pedagogía, Antropología y Publicidad. He sido Decano del Colegio de Periodistas de Murcia y Presidente de la Asociación de la Prensa de Murcia. Pertenezco a la Academia de Televisión. Imparto clases en la Universidad de Murcia, y colaboro con varias universidades hispanoamericanas. Dirijo el Grupo de Investigación, de calado universitario, "La Víctima en los Medios" (Presido su Foro Internacional). He escrito o colaborado en numerosos libros y pertenezco a la Asociación de Escritores Murcianos, AERMU, donde he sido Vicepresidente. Actualmente soy el Delegado Territorial de la Asociación de Usuarios de la Comunicación (AUC) en Murcia.

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