Papá Roncón: música afroecuatoriana

El músico del río que se inspiró en un duende

Cuenta Guillermo Ayoví Erazo que cuando compró su primera guitarra con 20 sucres que le prestó su jefe de entonces, ‘el gringo Mister Chonk’, su compañero de trabajo Gaspar Padilla le había dado un consejo: “rezar la oración del duende”, informa Edison Guerrón Raza (Andes).

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‘Papá Roncón’ es una leyenda viva de la música tradicional de los descendientes de africanos que habitan en Ecuador. Foto: Edison Guerrón/ Andes

 

“Como yo no sabía leer ahí deletreando, deletreando, me aprendí la oración. Dice la oración que tiene que comprar una guitarra que nadie la haya tocado. Entonces le pedí a ‘Mister Chonk’ 20 sucres y me vine, en el botecito de goma que teníamos, aquí a Borbón donde un señor que ya no existe y que tenía la tienda ‘Juan Albán’, y ahí compré la guitarra”, relata, en una conversación que mantuvo con Andes.

Cuenta más de 84 años en su memoria y es quizás el músico más importante de la tradición afroecuatoriana. Entonces, cuando metió la guitarra nueva en un costal para volver a su pueblo, había cumplido 16 o 18 años.

“Mi coy que tenía en mi cuarto para dormir quedaba frente a la escalera, al fondo dormía el gringo y para allá era el río Cayapas (…) entonces yo estaba así acostadito cuando escuché que suena ¡traz! la escalera, entonces abrí el toldo y se presentó el sombrero del duende: el gallo (copa del sombrero) termina en punta acá arriba y el ala es redonda, ¡seguro que era así!”, dice al tiempo en que dibuja con su mano la forma del gorro.

‘Papá’ está entero y fuerte, parece que sus ojos han comenzado a fallar pero no deja que se note pues escucha las voces que le hablan y sigue al sonido para orientar hacia allá la mirada perdida.

Mientras recuerda se recuesta sobre una gran hamaca tejida de colores que de no ser por un puñado de sillas plásticas sería el único mueble de sala bajo su techo.

La mecedora cuelga del pilar central y las paredes están forradas de fotografías. Cada respuesta que regala tarda menos de dos segundos en salir de su boca, y se alarga.

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El taller donde Roncón practica con ‘La Catanga’ está en la sala de su casa, en el pueblo que no abandonó jamás.

 

El duende “era omoto (pequeño) pero bien agarrado (fornido) cara repetida, nariz repetida, y pasó directamente a donde estaba la guitarra. Yo lo estoy viendo así”, dice simulando con sus manos el espacio abierto a través de su toldo.

El extraño visitante nocturno giró entonces las clavijas de la guitarra para tensar en equilibrio sus cuerdas ante la atónita mirada del negro: “cri, cri, cri, cri, la afina”, -relata Roncón-, “y cuando la rasga ¡Qué sonido pa’ bonito!, ¡se me fue adentro de la cabeza ese sonido, me quedé como retardado con ese sonido tan rico el sonido!”.

Cuando el duende dejó la guitarra en su sitio papá pegó el grito: “¡Mister Chonk, el ladrón!”. El gringo se levantó de golpe, tomó la carabina, hizo dos disparos y junto a ‘Roncón’ bajó al río para ver si había canoa, pero no había.

Luego un hermano suyo que era chamán, de nombre Alejandro, le sobó a Roncón el cuerpo y la cabeza con yerbas que trajo del sembrío junto a su casa, y le dijo que “al duende ya no lo ve más, ya no”, así que Roncón se embarcó de nuevo y volvió al hogar luego de que Alejandro quemara la oración anotada en un papel.

“El principio de la oración dice ‘duende mío que andas por el aire’, de ahí pa’llá ya se me ha olvidado” dice.

Según recuerda el sonido del duende fue en acorde de mi menor. Los que saben le dicen al sonido “el término de las vacas”.

“Era triste, pero tenía un tono no sé cómo pero me durmió, me trastornó cuando rasgó la guitarra pero ¡qué sonido!, yo cuando toco la guitarra planto en mi menor pero nunca me suena así como él lo hizo sonar”, dice Guillermo.

Librado del duende comenzó a visitar cantinas en busca de ‘el peruano’ y ‘bardales’ un dueto que tocaba en tabernas.

“Eran buenos para la guitarra, entonces yo les compraba su medio cuarto de aguardiente que costaba siete reales (moneda antigua del Ecuador) y ahí me enseñaban un poquito hasta que fui aprendiendo”.

A partir de entonces la historia de ‘Papá Roncón’ es muy conocida en el Ecuador. Músico de pueblo que ha alcanzado fama y categoría sin olvidar su ascendencia afro ni su barrio, del que no se ha ido, ni a su gente.

Roncón le dicen porque cuando niño vendía pescado roncador y caminaba por Borbón, su pueblo natal, con un canasto cargado y gritando al viento “roncadooor, roncadooor”.

‘Papá’ en cambio se lo ganó como sobrenombre cuando pasó a ser el jefe en su trabajo.

Ha exportado la música y la tradición ecuatoriana a través de toda Sudamérica, Estados Unidos, Europa y Asia.

En 2001 recibió el Premio Eugenio Espejo por su contribución a la cultura ecuatoriana a través de la práctica y la enseñanza de la marimba y bailes tradicionales desde su escuela musical ‘La Catanga’. Ha dirigido varias películas y documentales.

La conversación con Andes se extiende por más de una hora. Él mismo fue a la tienda a traer cervezas, él mismo nos invitó el almuerzo y nos pidió que volvamos, con esa amabilidad propia del individuo ecuatoriano y esa sabiduría en la palabra, con la que aún transmite historias de leyenda a los más jóvenes, a la espera de que ellos hagan lo mismo cuando ya no esté.

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