Primera página. Cebrián, o las huellas de un pasado…

Hace un par de meses se publicó Primera página, editada por Penguin Random House Grupo Editorial, obra del periodista, escritor y académico Juan Luis Cebrián en un momento en que para algunos el susodicho colega es considerado poco menos que un periodista maldito, amortizado en el tiempo para otros, argumentando el viraje hacia la derecha que ha dado el periódico que dirigió durante años, El País, que fuera durante mucho tiempo considerado como “la biblia” de la progresía. Si a eso añadimos que Cebrián es además de todo eso presidente del Grupo Prisa, palabras mayores en el mundo de la comunicación, podría decirse que la cena está servida.

primera-pagina-jlcebrian-portada Primera página. Cebrián, o las huellas de un pasado…Pero connotaciones aparte, y sin predisposición previa de entrada, lo cierto es que la obra de Cebrián, que lleva por subtítulo “Vida de un periodista. 1944-1988”, viene a ser un daguerrotipo de una época que a algunos nos tocó vivir en vivo y en directo desde una posguerra de miseria para unos, holgura y templanza para otros, hasta alcanzar a conocer los albores de la Transición, una época hoy tan denostada para algunos que no la conocieron; pero ya se sabe que la ignorancia suele ser atrevida…

Hay que agradecer a Cebrián, aunque sea desde el lado opuesto, que haya tenido la honestidad de exponer algunas cosas con una clarividencia meridiana, y después que cada cual juzgue como mejor crea. En primer lugar, que como tal era un hijo de los vencedores, de la derecha clásica, la que ganó la guerra fratricida que sumió a España en una larga noche de 40 años de silencio y muerte. Un hijo de la gente bien que vivía en un Madrid estudiando en colegios de gente bien mientras que en otras latitudes el hecho de poder comer por aquellos años ya era todo un triunfo. Ello no le resta en absoluto valor profesional alguno (al césar lo que es del césar), de tal manera que a los 18-19 años ya ocupaba puestos de responsabilidad o trabajaba en periódicos entonces míticos, como eran Informaciones o Pueblo. Eso, sin contar su pertenencia el grupo creativo del semanario Cuadernos para el Diálogo, publicación que jugara un papel importante en los albores de la democracia en defensa de lo que hasta entonces estaba prohibido, o, como máximo, escrito con sordina…

El hecho de tener una edad similar le hace a uno recordar leyendo sus páginas pasajes de una infancia o juventud que de alguna manera debieron ser comunes, aunque lidiados en diferentes ruedos, para los jóvenes de aquella época. Me han llamado la atención tres de ellos que hoy moverían a la risa o la incredulidad, llegando incluso a la obscenidad, pero que en unos pasados años cincuenta debieron estar a la orden del día: el primero es que una parte importante de jóvenes nos educamos en centros religiosos o con órdenes religiosas: él en el señorío de El Pilar, de la gente bien, mientras que otros lo hacíamos en un extrarradio llamado proletariado, cuando no en orfanatos. El segundo es que al parecer muchos de nosotros sintió en la infancia o juventud en su interior la llamada del sacerdocio, si bien, a la hora de la verdad pocos llegarían a “misa cantorum”. Y el tercero, éste ya rayando en lo más crudo, es que nuestros queridos padres curas educadores, llegado el caso, no tenían el menor inconveniente de pasar a algunos alumnos la mano por el lomo o, como solía decirse, tocarles llegado el caso sus “partes pudendas”. Todo ello, naturalmente, en el mayor de los secretos, en aquellos años de Formación del Espíritu Nacional.

Analiza el autor en esta Primera página otros muchos temas que pondrán a los jóvenes de hoy al cabo de la calle de muchas de las cosas que pasaron entre 1944 y 1988. Sobre todo lo que suponía vivir en una dictadura donde todo estaba “atado y bien atado”, por lo que la libertad de expresión era pura entelequia. O las luchas soterradas, intestinas, dentro del propio régimen franquista, donde personajes como Manuel Fraga o José María de Areílza, entre otros varios, velaban armas para cuando el inquilino del Pardo pasara a mejor vida. Estaban los que eran partidarios de que el llamado Régimen se heredera a sí mismo, y los que por el contrario pensaban que tarde o temprano la democracia tenía que abrirse camino en España, pues éramos en Europa un caso aparte.

Lo cierto es que ésta llegó, entre otras cosas, y así consta en estas páginas, porque los últimos herederos de la dictadura, los prebostes o procuradores del Régimen, en un momento dado se hicieron el “harakiri” en las Cortes franquistas, votando a favor de la apertura. Junto a ello, la sensatez de comunistas, socialistas, liberales, nacionalistas, hizo posible que, renunciando todos a algo, se emprendiera la senda que nos conduciría a un régimen de libertad tantos años esperado. ¿Y por qué no decirlo?, también el papelón que le tocó jugar al presidente Adolfo Suárez, que viniendo del Movimiento, franquismo puro y furo, fue capaz de coser, aunar voluntades en el camino de la democracia, puesto que para eso lo había elegido el rey Juan Carlos de Borbón entre la terna propuesta. Un Rey que habiendo jurado como hizo lealtad a los principios del antiguo Régimen, cambió de opinión en cuanto tuvo oportunidad de hacerlo. Por eso uno y otro, Presidente y Rey, eran considerados como unos traidores a la causa por los nostálgicos, algo que nunca se lo perdonaron.

Muchos son los trazos históricos que recorren las 380 páginas de esta Primera página de Juan Luis Cebrián. Desde el llamado “Espíritu del 12 de febrero” de Carlos Arias Navarro, lo que se conoció como los primeros balbuceos de una democracia aún nonata, a la voladura de Carrero Blanco, o el terrible atentado contra abogados laboralistas de Comisiones Obreras en la calle Atocha de Madrid, o los asesinatos de la banda terrorista ETA, que a lo largo de los años fue dejando un reguero de cadáveres por pueblos y ciudades de España, superando la cifra de 800 asesinatos. Junto a ello, los atentados contra medios de comunicación, como fueron los ejecutados contra el diario El País, en Madrid, o el semanario satírico El Papus, en Barcelona.

Mención aparte merece la historia, los entresijos de la creación del diario El País, que Cebrián dirigiera durante años. En estas páginas quedan patentes las luchas y disensiones internas para hacerse con su control, ya que este medio de comunicación llegó a convertirse en poco tiempo en algo más que “el cuarto poder”, con hilo directo a terminales de las más altas instancias. En su variopinto accionariado había gente de todo pelaje, desde comunistas como Ramón Tamames a franquistas puros y duros como Manuel Fraga, nacionalistas como Jordi Pujol, pasando por liberales de última hora, empresarios con ganas de ganar dinero o franquistas “reconvertidos” a la causa democrática. A la postre, sería Jesús Polanco el que se quedaría con el santo y seña, el factótum máximo del diario, el empresario que supo ver la importancia de contar con un medio de comunicación semejante. Por algo se le conocía como “Jesús del Gran Poder”.

La casualidad ha querido que esté escribiendo estas líneas un 23 de febrero, fecha en que se cumplen 36 años del asalto del teniente coronel Antonio Tejero al Congreso de los Diputados. Ha nacido toda una generación después de aquel triste episodio de nuestra reciente historia que no lo vivió, pero lo cierto es que fue terrible que cuando comenzábamos a pisar los umbrales de la democracia, un militón guardia civil levantado en armas secuestrara por la fuerza un Congreso donde estaban los representantes elegidos democráticamente por el pueblo. Y fue El País el único medio de comunicación que se jugó el tipo sacando una edición especial con un editorial en defensa de la Constitución, mientras la democracia estaba secuestrada por la razón de las armas. La portada de esta Primera página es testigo de la repercusión que dicha edición tuvo entre los colegas de la profesión. “Para quienes nos educamos en el franquismo la libertad era un objetivo absolutamente prioritario, el más deseado de la sagrada trilogía de la Revolución francesa”, comenta Cebrián en página 208.

Para hacerse una idea de la difícil situación en los primeros años de la Transición, he aquí una frase de todo un ministro del Interior, a la sazón Rodolfo Martín Villa, pidiendo ayuda al director de un periódico. Era sábado santo del año 1977, y el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, acababa de firmar la legalización del Partido Comunista de España para que se pudiera presentar a las elecciones. “No lo sabe nadie –le dijo el ministro-, pero lo vamos a hacer público dentro de un rato y te pido ayuda porque nos preocupa la reacción de los militares”. (Página 246). Lo primero que hizo Cebrían fue llamar a Ramón Tamames para felicitarle, y no se lo creía porque, ¿cómo era posible que un periodista supiera un secreto que ni él mismo conocía, siendo todo un preboste miembro de la ejecutiva del Partido Comunista?

Lo que acabaría llamándose “café para todos” durante el período constituyente fue el establecimiento de la España de las Autonomías, por el cual el país se dividió en 17 Comunidades Autónomas “con capacidad teórica todas ellas para asumir las mismas competencias. Pero el president Tarradellas tuvo la osadía de declarar con gran escándalo de los biempensantes que Cataluña no era Murcia, y el contencioso del futuro del principado protagonizaría durante los años siguientes, hasta hoy mismo…”. (Pág. 251).

Otro de los personajes que circulan por estas páginas es el que fuera personaje público famosísimo, por todos conocido como el Viejo Profesor, y que respondía al nombre de Enrique Tierno Galván, quien fuera alcalde de Madrid. Según Cebrián, “con el gesto taciturno, sabía combinar con una sonrisa monacal, casi beatífica, sus impecables ternos, siempre de corbata, siempre con la raya del pantalón bien planchada, ayudaron a construirle un perfil entre populista y señorial…”. “Bajo su mandato nació y creció la llamada ‘movida madrileña’, una corriente de renovación cultural, con amplia participación ciudadana, como no ha vuelto a experimentar desde entonces la capital de España…”.

Aunque hoy pueda mover a la risa, el grito o eslogan de “Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo” fue coreado por cientos de voces femeninas en los tiempos en que el Partido Socialista Obrero Español ganó las elecciones por mayoría absoluta en el año 1982. “Nos encontrábamos nada menos que ante la ocupación democrática del poder por parte de la izquierda después de tres años de Guerra Civil, cuarenta de dictadura y un lustro de incierto devenir gobernado por los herederos del franquismo…”. “Felipe se había convertido en un mito dentro y fuera de nuestras fronteras. Su juventud y un físico atractivo le acompañaban en el ejercicio de un liderazgo muchas veces de tintes populistas, aun contra su voluntad. Se hizo famoso el eslogan ‘Felipe, capullo, queremos un hijo tuyo’, en alusión al emblema socialista del puño y la rosa y habitualmente coreado por sus admiradoras en los actos públicos a los que acudía…”. (Pág. 323).

Primera página viene a ser, de alguna manera, una lección de historia acerca de los primeros años de la Transición, un tiempo que a algunos nos tocó vivir en directo y que a otros les puede servir a menos de consulta. Sobre todo para aquellos que, desde el pedestal de su mucho saber, dan lecciones acerca de todo y para todo.

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha seis libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», y «Memoria Histórica. Para que no se olvide». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

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