Salvador Pániker: Diario del anciano averiado

Se me ocurre leyendo a Salvador Pániker (Diario del anciano averiado, 2015), tan divertido, tan rico de aventuras, tan estimulante, que yo podría ensayar este estilo de escritura en forma de Diarios (o dietarios) que él practica a base de comentar sus vivencias retroprogresivas, sus achaques, sus encuentros con famosos en eventos, sus ligues y amores, su miedo al faux pas (a dar un paso en falso cuando se encandila de verdad con alguien)…

paniker-diario-anciano-averiado-portada Salvador Pániker: Diario del anciano averiado
Portada del libro «Diario de un anciano averiado», de Salvador Paniker, publicado por Random House

En fin, todo esto que es tan atractivo de leer -y al parecer también de escribir (él se lo pasa muy bien escribiéndolo)- a mí me iría bien como estilo. Pero luego pienso que si a él, con ser él, han tardado once años en publicárselo, qué pasaría conmigo, lo cual me desanima bastante, a pesar de que él lo recomiende como terapia cognitiva: «la gente tiene muchos problemas para verbalizar sus emociones y de ahí derivan muchas patologías», por eso la conveniencia de escribir diarios.

Él ha tenido muchísimo éxito con esta forma de terapia cognitiva y lo cierto es que, siendo como es filósofo e ingeniero, autor de muchos otros libros, se le conoce sobre todo por sus diarios (Cuaderno amarillo, Variaciones 95) en los que expone, sobre vivencias suyas cotidianas, su filosofía de vida consistente en armonizar lo mejor del pasado con el presente, pues piensa, a la manera de Gaudí, que para ser original hay que ir a los orígenes.

Él tiene la ventaja de mezclar sin problemas Oriente y Occidente, pues su padre era indio e indú y su madre catalana y católica. En cuanto a los temas personales que le gusta anotar, piensa con Margarita Yourcenar que, al fin y al cabo, no hay motivo para la vanidad puesto que todos somos uno, pero prefiere los elogios a las descalificaciones: ¿Por qué no he de consignar en mi diario los halagos que tanto me gusta recibir?

Sale así al paso de quienes le puedan tachar de narcisista, para luego añadir que su relativismo (del que también se le acusa) apenas se altera con ello. Y para apoyar este relativismo, cita a John Kennedy al que admira (tenía dolores y los soportaba sin quejarse, era atractivo, valiente y mujeriego y murió joven): «Hoy nos alaban, mañana volverán a sus ocupaciones.»

Va así dejando trocitos de filosofía relativista y sanadora, tanto como la comida que consume a diario, que también cuenta y comenta: es importante el dónde, el cómo y el con quién. Le gustan las comidas en familia de los jueves en que todos acuden a su casa de Pedralbes, porque son lo más parecido al oikos griego, pero también las cenas con sus amigos donde cada cual aporta en una cesta una parte de las viandas, habla entonces de eratos, y nombra, cómo no, los restaurantes que le gustan, los que visita en julio cuando no hay otros, así como los guisos de su cocinera Rosa, hacia la que siente un vivo agradecimiento porque le cuenta que sigue hablando con su hija muerta, Mónica. Él sabe del dolor de haber perdido a una hija (no dice cómo), pero Rosa, la cocinera, sigue hablando con ella.

Escribe Salvador Pániker «Diario del anciano averiado» durante los años que van del 2000 al 2004 ambos de enero a diciembre. Es decir, que lo empezó con 73 años y ya se titulaba a sí mismo anciano, pero hoy sigue vivo y es evidente, leyéndolo, que de anciano, nada y de averiado, muy poco, por mucho que él se queje de continuo de sus achaques: «me amedrenta la enfermedad; me tiene sin cuidado la muerte», y con este espíritu escribe él en la contraportada de su libro: «un crítico ha señalado que lo mejor de mi obra (y lo más ameno) se encuentra en mis diarios. Esos textos son, en todo caso, los que más he disfrutado escribiendo. Diario del anciano averiado comprende el período que va de 2000 al 2004, ya en el siglo XXI. Como de costumbre, hablo de mis vivencias, mis reflexiones, anécdotas de mi vida social e, incluso, de dos nuevas historias de amor que pueden sorprender al lector tanto como me han sorprendido a mí mismo. ¿Cómo casa esta ancianidad con andar por ahí provocando nuevos episodios amorosos? De lo cual se infiere que, en contra de lo que dice el título del libro, el anciano no está todavía del todo averiado.»

Dos amores nuevos que, a lo largo de este «Diario del anciano averiado», se añaden a la larga lista de los ya pasados y a una actual pareja fija -estable y buena, aunque algo «tocados» ambos por la costumbre-, sin que para él este hecho de compaginar amores (bien es verdad que cada uno reviste diversas facetas del amor) suponga ni un problema de infidelidad ni mucho menos algo de lo que deba arrepentirse: «Arrepentirme, ¿de qué?» De todas formas, él no les oculta nada y ellas saben todo de él, de su status, y si no, pues ya se habrán enterado leyendo el libro, para cuya publicación primero pidió permiso a la fija. En último término, hay que darle la razón cuando dice que él no tiene la culpa de que las mujeres le traten como si tuviera quince años menos.

Es este relativismo el que le hace decir con Woody Allen: «La respuesta es sí, ¿pero cuál era la pregunta?»

Desde su atalaya privilegiada (presidente de la Asociación DMD: derecho a morir con dignidad, jurado del premio Cervantes, Presidente del Premio Contradicciones, miembro del Club de Roma y de la cumbre de Niza, etc., etc.), ve en la nueva Europa «un revuelo de nacionalismos», lamentando que quede tan poco, es un decir, de aquella vieja adoración por Bach, un superhombre, un gigante al que él acude cuando se tiene que quedar en casa encerrado, pero también yendo en coche, y al jazz más deslumbrante, que dice estar inspirado en Bach y sus Variaciones. El clave bien temperado de Bach vale para él, puesto en la balanza, más que muchos imperios. … Podemos decir que nada humano le es ajeno y así defiende los diarios y el escribir sobre todo lo que le pasa «porque somos unos analfabetos en relación a la semiótica de lo cotidiano».

Como jurado del Premio Cervantes, conoció a Camilo José Cela y sus seguridades absolutas, a Francisco Umbral y el «formalismo ruso» de su escritura, al poeta longevo Carlos Bousoño, a Pepe Hierro y su voz de estropajo pasando ya de todo… Asistió impertérrito a las deliberaciones de los académicos y a sus ritos maratonianos… Como presidente de DMD revisó los contenidos de la película «Mar adentro», de Amenábar, y cuando la vio ya terminada la encontró excelente, como así fue, admirándose de la extrema juventud de su director.

Su hijo Pablo escapó del 11-S en Nueva York por los pelos y su nieto Mateo, que le quiere poner recta la espalda cada vez que se ven, escapó también, dos días antes, del tsunami que asoló Tailandia en la Navidad de 2004 e hizo desaparecer su hotel. «Por si acaso, vuelve para casa cuanto antes», les pide, y uno advierte -y admite- la preocupación «maternal» por la prole a pesar del relativismo de su autor. Ve desde su retiro en Pedralbes las tragedias de Irak y Palestina que van saliendo a la luz (los estragos de Faluya), ve el triunfo repetido de Bush hijo y se asombra del conservadurismo de los votantes y combina la espiritualidad laica o misticismo laico, mística y razón, lo que le permite rezar y a la vez creer en el azar. Habla de sus hermanos con cariño pero viendo entre sonriente y preocupado, por dónde discurren y cómo tratan ellos de conciliar los contrarios, el más notable Raimundo, que captó a López Rodó (un gran ministro que hizo un gran trabajo por el advenimiento de la democracia).

Se encuentra a diario con gente que marca la actualidad. Lo llaman para invitarlo a presentaciones (es presidente de la DMD) bien para que dé lustre a un acto presidido por gente que habla sin humor y sin chispa. Conoce a todos los que ocupan algún cargo importante en Madrid y Barcelona, cita a filósofos y músicos que son su pasión… El índice onomástico ocupa por ello quince páginas. Puede ser muy serio o bromear con lo serio: «no sería coherente llamarla pero cambio de idea y la llamo.» El relativismo le asiste también ante frases solemnes y repetidas como esta de Virginia Woolf «Si algo no se recuerda, es como si no hubiera existido» «Y si se recuerda, ¿qué?», remacha. O el desconcierto de un final de día ante el diario: «Y no sé por qué cuento esto». Pues porque nos lo haces pasar muy bien leyéndolo, diría cualquiera. Homenajes que le hacen por la edad: «A buenas horas, mangas verdes.» Su médico, Nogués, que le ausculta a causa de las flemas, toses y dolores que le impiden descansar: «Tranquilo, que los pulmones están intactos.» «Pues a joderse estando tranquilos».

Un libro imperdible, lleno de vitalidad, que me ha hecho alegrarme de que su autor siga vivo.

  • Salvador Pániker
    Diario del anciano averiado
    Literatura Random House
    Año 2015
    436 páginas
    19’90 euros
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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