2022, el año en que los museos fueron rehenes

Las agresiones contra obras maestras de la pintura conmocionaron el mundo del arte el año que ahora termina

Si lo que querían los activistas atentando contra obras de arte era llamar la atención sobre el calentamiento global y el cambio climático, como dicen, lo consiguieron con holgura. A pesar de lo cual la sociedad, sensibilizada por casos anteriores que causaron daños y pérdidas absurdas e irreparables, manifiesta recelo ante este procedimiento que puede poner en peligro la integridad de las obras y en duda la honestidad de los objetivos.

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Entre las manifestaciones más recientes se recuerdan las condenas internacionales al régimen talibán cuando destruyó los Budas gigantes de Bamiyán y a los radicales islamistas que destrozaron obras en varios museos de Oriente Próximo, una indignación que se viene manifestando desde hace siglos contra los movimientos iconoclastas, las guerras y los atentados, responsables de la desaparición de miles de obras, como cuenta con detalle Darío Gamboni en «La destrucción del arte».

Aún no están claros los daños que la guerra de Ucrania puede estar causando al arte de ese país, pero se especula con que puedan ser cuantiosos e irreparables. También indignan los ataques perpetrados por personas afectadas por trastornos sicológicos o que esgrimen reivindicaciones de todo tipo.

Por eso, volviendo a las agresiones actuales, aunque los objetivos perseguidos sean respetables resulta contraproducente utilizar el arte como rehén de esa protesta porque deslegitima a los autores y siembra dudas sobre esos objetivos. De hecho algunas fuentes califican ya de ecofascistas estos ataques y de ecoterrorismo su puesta en escena, y desde algunos medios se denuncian las relaciones de sus autores con las asociaciones de RedA22, un grupo que utiliza la desobediencia civil y la no violencia para concienciar sobre el cambio climático, pero cuyos medios de financiación no están muy claros. Entre esas asociaciones está Just Stop Oil, nombre que algunos activistas llevan en sus camisetas.

Todos los casos se han producido en países de Europa y Australia, donde estos grupos tienen sus sedes (en EEUU la vandalización de bienes culturales está penalizado con cárcel). Hasta el momento de escribir estas líneas, contando desde la primera agresión el 14 de octubre contra «Los girasoles» de Van Gogh en Londres, han tenido un gran impacto mediático las que han afectado a «Almiares» de Claude Monet en Berlín, «Masacre en Corea» de Picasso en Melbourne, «La joven de la perla» de Johannes Vermeer en La Haya, «Las latas de sopa Campbell» de Warhol en Camberra y un coche decorado por este artista en Milán, «Muerte y vida» de Gusta Klimt en Viena… y en España «Las majas» de Goya en Madrid y el Museo egipcio de Barcelona.

Pero además se han detectado otras actuaciones contra obras de arte, entre las que se cuentan «El carro de heno» de Constable, «La última cena» de Boltraffio (Londres), «Arpa eólica de Thomson» de Turner (Manchester), «La primavera» de Botticelli (Florencia), «Madonna Sixtina» de Rafael» (Dresde), «La huída de Egipto» de Lucas Cranach el Viejo, «Payaso» de Toulouse Lautrec (Berlín), o «La masacre de los inocentes» de Rubens (Munich).

Algunos observadores califican estas agresiones como «vandalismo simbólico» porque en todos los casos los cuadros estaban protegidos y hay que suponer que los activistas los seleccionaron para no causar daños irreparables, aunque sí han afectado a los marcos, algunos de gran valor histórico y artístico (los de las Majas tienen más de un siglo). Pero aún siendo leves los daños y loables los objetivos, lo cierto es que han conseguido provocar un rechazo prácticamente unánime contra sus autores. Como cabía esperar, los movimientos negacionistas han aprovechado los métodos para descalificar los propósitos.

El Consejo Internacional de Museos (ICOM) ha condenado estos ataques y en todo el mundo se han reforzado las medidas de seguridad gracias a lo cual el Museo Nacional de Oslo pudo impedir una agresión contra «El grito» de Munch y otra en París a un autorretrato de Van Gogh. Si continúan los atentados, los controles para entrar en los museos pronto se parecerán a los de los aeropuertos.

Las otras agresiones

Es posible que el detonante de estos ataques fuera sugerido por la atención que los medios dedicaron a un visitante del Louvre que el pasado mayo lanzó una tarta contra «La Gioconda», que no causó daños gracias a la protección del cristal blindado que protege la obra. No era la primera vez que sufría una agresión. En 1955 fue atacada con ácido, y pocos meses después un hombre le arrojó una piedra que levantó un pigmento a la altura del codo. En 1974 una mujer la roció con pintura roja durante una exposición en el Museo Nacional de Tokio. Y en 2019 una ciudadana rusa lanzó una taza de cerámica que se estrelló contra el cristal protector.

Otro de los cuadros que sufrieron frecuentes ataques es «La ronda nocturna» de Rembrandt. En 1911 fue acuchillado por un hombre con problemas mentales. Otro perturbado lo roció con ácido en 1990. Aunque el mayor daño fue causado cuando recortaron su parte lateral izquierda porque al trasladarlo a una nueva sede en Amsterdam los responsables se dieron cuenta de que no encajaba en el emplazamiento al que se había destinado.

La «Venus del espejo» de Velázquez sufrió un ataque en 1914 en la National Gallery de Londres cuando la sufragista Mary Richardson le asestó siete puñaladas. Un demenciado acuchilló también «Danae» de Rembrandt y lo roció con ácido cuando se exhibía en el Hermitage de San Petersburgo. Tardaron doce años en restaurarlo.

«La Virgen y el Niño con Santa Ana y San Juan Bautista», un dibujo de Leonardo da Vinci, fue atacado en 1962 con pintura roja y en 1987 recibió un disparo. También con pintura roja escribió Tony Shafrazi, un marchante de arte iraní, la frase ‘Kill Lies All’ sobre el «Guernica» de Picasso en 1974 cuando aún estaba en el MoMA de Nueva York. Protestaba contra la guerra de Vietnam. Un visitante llegó a hacerle un agujero con un lápiz. Otro cuadro de Picasso, «Mujer en sofá rojo», fue rociado con spray dorado en 2012 cuando se exponía en Houston (EEUU).

En Francia en 2013 una estudiante escribió AE911 con un rotulador sobre «La libertad guiando al pueblo», de Delacroix, y alguien llegó a dibujar con bolígrafo un bigote sobre el retrato de Jean-Honoré Fragonard.

En 2007, en Avignon, un cuadro blanco de Cy Twombly fue besado por una artista camboyana, Rindy Sam, que dejó estampado el carmín de sus labios sobre la superficie. Fue, dijo, un acto de amor.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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