Ambigüedad diplomática e hiperactividad, según China

En Pekín, ha concluido la sesión anual de la Asamblea Nacional Popular (ANP, órgano legislativo del país), el mayor acontecimiento político de China cada año. Estos días, y durante lo que va del siglo veintiuno, no importa hacia donde dirijamos nuestra mirada, China aparece siempre de fondo. Veamos otros ejemplos:

  • Mediación espectacular entre Arabia Saudí e Irán, dos potencias medias enfrentadas durante décadas en diversos conflictos de Oriente Medio.
  • Derribo de globos e ingenios fabricados por China que sobrevolaban los espacios aéreos de Estados Unidos y Canadá. China declara que su deriva era «accidental» y que tenían objetivos científicos y no militares.
  • Cuestionamiento de Tik-Tok en Occidente. Aumento de la precaución tecnológica y de seguridad de Europa y Norteamérica, ante los desarrollos digitales y diversos posibles e innovadores métodos de espionaje chinos.
  • Despliegue progresivo, comercial y «de cooperación», en países de América Latina; negocios y avances (‘diplomacia de la vacuna’) en África.
  • Proyección de su sombra sobre Taiwán y sobre varios Estados vecinos (choques en la frontera india), sobre sus aguas y archipiélagos (Filipinas, etc), donde mantiene un rosario de reivindicaciones territoriales.
  • Guerra entre Ucrania y Rusia, donde Pekín pretende que figure en primer lugar una perspectiva inicial de apariencia prorrusa, con una propuesta de mediación que no llega a disimular su desconfianza hacia lo que pueda suceder en el Kremlin.

Se dice siempre que su diplomacia sigue los principios de sus filósofos mayores. De Lao Tsé, aquello de «No importa la lentitud con la que avances, siempre y cuando no te detengas».

Pero la verdad es que para cualquier observador medio, no parece tratarse del viejo avance lento; sino más bien de una actividad geoestratégica en espiral, de una diplomacia hiperactiva: Xi Jinping parece tener prisa al empezar su tercer mandato.

En la clausura de la ANP, el renovado presidente ha pedido «ceñirse al ‘Consenso de 1992′», por el que Taipéi y Pekín reconocieron que hay una sola China, aunque en ambas capitales difieran sobre cuál es la verdadera.

En principio, Xi Jinping seguirá como Presidente hasta 2028. Acumula también los cargos de jefe militar y de máximo dirigente del Partido Comunista de China (PCC). Hasta ahora, los presidentes de la República Popular China (RPC) no se alargaban más de dos mandatos. Mao en persona estuvo en el poder entre 1949 y 1976, pero formalmente sólo ocupó la presidencia cinco años.

En la ceremonial y ceremoniosa Asamblea Popular Nacional, los 2952 votos a su favor (con ninguno en contra y ninguna abstención) han marcado bien por donde siguen discurriendo las aguas. Prosigue esa singular mezcla de neoliberalismo y de estalinismo confuciano, donde el culto político a la personalidad del líder se convierte siempre en inevitable.

En 2018, Xi Jinping forzó el cambio constitucional para optar a este tercer mandato, que arranca ahora con una imagen de ralentización económica, por su desastrosa gestión de la pandemia de Covid-19 y por el declive demográfico de China.

¿Voto occidental oculto?

Quizá muchos dirigentes occidentales también habrían votado por Xi Jinping, si se lo hubieran permitido. En realidad, están felices por su reelección que parece bloquear del todo un hipotético polo de incertidumbre más, que podría añadirse a esta fase de dudas del siglo veintiuno. No hay disidencias en lontananza y las de Hong-Kong han sido reprimidas. Otro aviso para los taiwaneses.

Incluso los mejores sinólogos son hoy incapaces de detectar potenciales contestaciones internas. Si existen, parecieron hundirse del todo en el fondo de un pozo ciego desde que a finales de octubre de 2022, el expresidente Hu Jintao (2003-2013) fuera expulsado de la clausura del veinte Congreso del Partido Comunista chino (PCCh). Fue una purga llevada a cabo con público escarnio y ante todos los medios de comunicación del planeta. A su modo, un gesto ejemplar.

No obstante, podemos hablar del futuropasado consensual de la República Popular China. Viene de lejos. Consiste en un acuerdo generalizado –no siempre explícito– que se expresa mediante una determinación y voluntad política derivadas de la historia. Hay un sentimiento profundo de que ese gran país está ya definitivamente muy lejos de sus antiguos padecimientos decimonónicos, cuando norteamericanos, ingleses, rusos y franceses impusieron el comercio desigual, el uso de puertos chinos bajo su control y el saqueo de los recursos de China. Asimismo el tráfico de drogas que Pekín prohibía. En 1841, los británicos plantaron su bandera en Hong-Kong y no devolvieron aquel territorio a China hasta 1997.

Entre 1830 y 1860, aquella brutalidad imperialista se materializó en tratados inicuos, tras diversas guerras que obligaron a China (decían los europeos) a abrirse al mundo. Fueron las llamadas Guerras del Opio.

Pero esa perspectiva trata de obviar reformas más recientes que pretendieron limitar la edad de los dirigentes. La gerontocracia mantiene su poder burocrático. La limitación de mandatos ha sido olvidada y suprimida. Y la «necesidad de control más estricto de la economía y del partido» ha sido confirmada por el nuevo primer ministro Li Qiang (63 años), número dos y exdirigente máximo del Partido en Shanghai.

Guerra en Ucrania, la asimetría china

En el diario Le Monde (9 de marzo), Sylvie Kauffmann destaca la amistad asimétrica  de chinos y rusos. Sitúa la propuesta de plan de paz en Ucrania casi como simple búsqueda de una imagen positiva de Pekín –como potencia pacífica equidistante– más que como iniciativa quizá favorable a Moscú o para ofrecer una puerta digna de salida al Kremlin.

Desde la perspectiva china, el conflicto no evoluciona bien para la dirigencia rusa, que se enfrenta a periódicas fases de incertidumbre bélica y a visibles problemas de intendencia militar.

Eso de la «amistad sin límites» que alarmó en las primeras semanas de la guerra a Washington, Bruselas y Londres, tras un encuentro de Vladimir Putin y Xi Jinping (4 de febrero de 2022), «no es una alianza», según aclaró casi un año después Qin Gang, ministro chino de Asuntos Exteriores.

En el oficioso diario (en inglés) South China Morning Post aclararon también que dicha amistad ilimitada era sólo «una mala interpretación» de los occidentales.

Y para precisarlo mejor, el pasado 7 de marzo el mismo Qin Gang desmintió que China fuera a proporcionar armas a Moscú. Póngase ese desmentido en el contexto de las advertencias previas de la administración Biden sobre ese asunto.

«Lo que no quiere decir que no ayuden a Rusia. Como maestros de la ambigüedad, los responsables chinos juegan en todos los tableros», reitera Sylvie Kauffmann en su análisis.

Días antes de la invasión de Ucrania, hice aquí mismo un repaso de las concordancias de intereses pero también de la larga historia de conflictos entre China y Rusia.

Nada de eso ha sido olvidado en Pekín, donde pueden ser favorables a ofrecer mayor cobertura de seguridad a Rusia, sí; nunca hasta el punto de devolverla a un estatus de poder estratégico superior a China.

Porque lo que los une es su voluntad de frenar a Estados Unidos y a sus aliados. No es poco, aunque no lo es todo. La Ciudad Prohibida no descuida ni siquiera a Ucrania, vital en los proyectos de Ruta de la Seda, por ejemplo, y pieza potencial de penetración en el resto de Europa sin pasar por la estrategia de Rusia.

Algunos dicen que Xi Jinping no ha hablado por teléfono con Volodymir Zelensky, pero tras el largo parón de la COVID-19 sus primeros pasos se dirigieron hacia países del espacio exsoviético (Kazajastán). Y Wang Yi, director de la Comisión Central de Asuntos Exteriores del PCC, no dejó de encontrarse a mediados de febrero con el ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Dmytro Kuleba, antes de viajar a Moscú.

China querría optar por una menor exposición de sus opciones. La impaciencia de Putin y su invasión de Ucrania no lo permiten, obligan a lo contrario… por ahora.

Lo que está cada vez más claro –ante Pekín y ante los demás–es que hoy China es la única potencia que puede mirar a los ojos a Washington, sin demasiado pestañeo. Su mala suerte es que la inestabilidad generada por la invasión de Ucrania haya sucedido a la crisis del Covid.

Pekín se esfuerza por sufrir los menores daños colaterales posibles en lo que se refiere a Ucrania, por hacer olvidar –cuanto antes– tanto el origen como su gestión de la pandemia.

Xi Jinping acaba de recibir al presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko, peón de Putin; pero ya dialogó en Pekín (largamente) con el canciller alemán Olaf Scholz. Dentro de varias semanas recibirá a Emmanuel Macron, presidente de Francia.

La hiperagitación diplomática y la supuesta lentitud voluntaria de China se alternan.

Siempre con la vista puesta en el regreso-avance hacia su futuropasado. Esa es la idea de fondo, su verdadera estrategia.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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