Café Society, Woody Allen en estado puro

– La madre (su hijo Ben, el ganster, condenado a muerte, se ha convertido al cristianismo): Primero asesino. Y ahora cristiano. ¿Qué es peor?
– El padre: Ya te lo ha explicado; los judíos no creen que haya vida después de la muerte.
– La madre: Es estúpido que no lo propongan. Conseguirían muchos más clientes…

Escribía el crítico francés Pierre Murat, en su comentario sobre Café Society, la última película de Woody Allen, cuando en mayo inauguró fuera de concurso la 69 edición del Festival de Cannes 2016 que, en cada uno de los estrenos del brillante cineasta neoyorkino, sus fans (entre los que me cuento) se divierten buscando trazos del pasado: un gesto, una réplica, un gas, “porque todas sus películas se parecen , como las obras de quien más admira en el mundo, Antón Chejov.

Cartel de Café Society, de Woody Allen

«Chejov creía escribir comedias y se sorprendía de que la gente llorara al verlas representadas. Woody Allen se sorprende viendo a los espectadores sonreír en sus dramas”.  En las obras y películas de ambos “la esperanza acaricia continuamente el desencanto”. Para Jean-François Lixon (Culturebox) “Café Society es una de las mejores películas realizadas por Woody Allen en lo que va de siglo”. Para mi compañero Julio Feo Zarandieta, se trata de una buena comedia.

Igual que en Radio Days (bastante autobiográfica película de 1987)  veíamos a un adolescente Woody Allen  seguir apasionadamente, en la cocina de su familia judía, los programas radiofónicos que le hacían soñar, en Café Society es el cine lo que fascina a Bobby (Jesse Eisenberg, prácticamente un clon de Woody), quien a mediados de los años 1930 se marcha de la casa familiar en Nueva York –en la que se juntan unos padres judíos y un hermano gánster- para  ir a Hollywood, donde vive su tío (Streve Carrell), director de una agencia de estrellas de la gran pantalla.  Inmediatamente Bobby se siente fascinado por Vonnie (Kristen Stewart), asistente de su tío, quien le confiesa estar enamorada de un hombre casado.

Durante un tiempo, Bobby y Vonnie  se aman, luego se separan y al cabo de los años se reencuentran: ella convertida en una snob insoportable, cegada por las luces de Hollywood, y él en un hombre rico, que dirige un lujoso club en Nueva York. Una  vez más, igual que en Días de Radio, es la celebración del Año Nuevo la que pone el broche final a una comedia romántica, elegante y dramática que cuenta las alegrías y angustias del sentimiento amoroso, con imágenes de una belleza inaudita firmadas por otro veterano, Vittorio Storaro (75 años). Una película nostálgica en la que, de nuevo, el amor al cine –y lo que significa como fenómeno social- es uno de los principales protagonistas. Porque “Allen es grande y Woody su profeta” (Françoise Forestier, NouvelObs)

Cumplidos los ochenta años, Woody Allen –quien ya hace tiempo no aparece en sus películas, aunque en este caso pone la voz en off- nos cuenta en la película que hace el número 46 de su filmografía una historia “cruel y brillante» cuajada de personajes irresistibles.

Sigue resultando desconcertante la facilidad con que el cineasta inventa esos héroes del celuloide, siempre capaces de sorprender: el padre, propietario de un negocio de joyería, perpetuamente cabreado porque Yavé no da respuesta a sus exigencias; su mujer, entre el estoicismo y la resignación, que siempre ve la botella medio llena; la hermana, casada con un intelectual comunista,  y sobre todo el hermano Ben (Corey Stoll), un gánster que resuelve los problemas –tanto familiares como del “negocio”- eliminando a los molestos.

Café  Society es la filmación de un sueño, el de los amores más bellos que son los fallidos, y una reflexión sobre el poder que proporciona el dinero y fabrica la cultura de masas. Recuerda aquella época de los clubes donde se mezclaban estrellas de la pantalla, policías y gansters, y donde la sociedad estadounidense aprendió a apreciar el jazz, esa música que es el segundo amor de Woody Allen.

“Mucho amor, mucho jazz, el cine de fondo, un espolvoreado de humor con algunas réplicas para añadir a su galería de frases logradas, pero sobre todo una elegancia y una ligereza en la dirección que endulzan tanto la desgracia como el paso del tiempo. Y esa frase de Bobby-Woody Allen: “Ha sido necesario ir a muchas otras ciudades para entender hasta que punto amo a Nueva York”, parece la firma de un cineasta que tras intentar captar el encanto de Londres, París, Roma, San Francisco o Barcelona (las más de las veces con poco acierto), ha regresado a casa con la cabeza llena de proyectos” (Culturebox).

Quizá un día nuestros descendientes se pregunten por qué a varias generaciones de espectadores les han gustado las películas de Woody Allen. No es probable que les llegue el eco de nuestra explicación: pero ha sido porque siempre entendemos de qué nos habla y tenemos la impresión de ser como él, intentando resistir a las incongruencias de la realidad, la familia, el trabajo, el dinero, el odio, el amor, la amistad, el sexo, la política y la madre, sobre todo la madre, con una cierta dosis de humor. Lo que nos lleva a pensar que no estamos solos.

PS- Café Society es también el título de una película de 1939 de Edward H. Griffith, y otra de 1995 firmada por Raymond de Felitta. Ninguna de ellas tiene nada que ver, ni de lejos, con la última producción de Woody Allen.

Mercedes Arancibia
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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