Caso Jamal Khashoggi: jaque a MBS

Justo dos semanas después de la desaparición del periodista saudí Jamal Ahmad Khashoggi[1] en el consulado de su país en Estambul, parece que el caso llega al momento que todo el mundo esperaba, el reconocimiento oficial de las autoridades saudíes del crimen, sólo queda la redacción del relato, que sin duda se negociará entre saudíes, turcos y estadounidenses.

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Mohámed bin Salmán

Mientras tanto, el fiscal general de Turquía ha podido finalmente acceder al consulado con sus inspectores de la policía científica y la policía antiterrorista para inspeccionar el lugar, y tras ocho horas de pesquisas, las fuentes de la fiscalía aseguran haber hallado pruebas de ADN y restos de sangre a pesar de los manifiestos esfuerzos por su eliminación, pruebas que están siendo analizadas. En la misma tarde del 16 de octubre de 2018, la policía turca ha procedido a inspeccionar la residencia del cónsul saudí, Mohamed El Otaibi, quien acaba de abandonar el suelo turco en dirección a Riad. Hacia su residencia se dirigieron varios vehículos dos horas y media después de la entrada de Khashoggi al consulado, en la que las autoridades turcas esperan encontrar el cadáver del desaparecido, único interrogante sin respuesta hasta el momento.

La presión sobre las autoridades saudíes y la administración Trump ha crecido en las últimas horas hasta el punto de enviar éste a su secretario de Estado, Mike Pompeo, a Riad para negociar una salida de este escándalo con el mínimo daño posible. Los ministros de exteriores de los principales aliados de Arabia Saudí y de Estados Unidos han manifestado su profunda preocupación y la necesidad de tomar medidas severas en caso de confirmarse lo que se da por hecho, ya que la duda ha pasado de si Khashoggi fue asesinado en el interior de las dependencias diplomáticas saudíes, a quién es el responsable.

Anoche, Trump dio una primera pista de su posible decisión al reconocer el asesinato del periodista, pero responsabilizando a elementos desleales que habrían actuado sin órdenes del más alto nivel, lo que da a entender que el relato final intentará eximir de la responsabilidad del crimen al príncipe heredero Mohamed bin Salman, señalado por todo el mundo, según ha informado la CNN de una fuente de la administración norteamericana, fuente que aseguró que el guión del relato aún no era definitivo y que dependería mucho de cómo reaccionarán las diferentes capitales a semejante versión de los hechos.

Por su parte, los turcos insisten en el esclarecimiento del crimen por la vía judicial y no quieren entrar, por lo menos oficialmente, en ningún tipo de valoración política, mensaje que habría sido transmitido al jefe del espionaje saudí, Khaled Al Faisal, quien se encuentra en Ankara desde hace cuatro días con el fin de lograr un acuerdo. Las autoridades turcas desarrollan dos investigaciones independientes, una de la comisión mixta junto a los inspectores saudíes enviados por Riad y de quienes se quejan de su falta de colaboración, y otra totalmente turca liderada por el fiscal general del Estado.

El gobierno turco también está sometido a mucha presión- Por una parte está su obligación legal y moral de esclarecer los hechos que han tenido lugar en su territorio, así como su compromiso público de anunciar las conclusiones al mundo sin maquillaje y, por otra, sus intereses económicos con los saudíes, con quienes quiere evitar un enfrentamiento directo, y también la posición que puede tomar Estados Unidos al respecto. La liberación del religioso estadounidense Bronson podría responder a esta última razón.

Fuentes de la fiscalía turca afirman poseer grabaciones del interrogatorio y asesinato de Khashoggi, operación que no habría durado más de siete minutos. Según estas fuentes, el periodista habría sido recibido por el cónsul en su despacho, y después de dos minutos entraría un grupo de agentes que le insultan y amenazan, intentan arrastrarle pero la víctima resiste, y tras cuatro minutos de gritos y voces llega un silencio absoluto. Las mismas fuentes dicen que Jamal fue golpeado y anestesiado antes de ser asesinado, y que el médico forense de la policía saudí, Salah Al Tbiki, fue quien se habría encargado de descuartizar el cuerpo.

Por su parte, los saudíes siguen negando los hechos y califican estas filtraciones de falsedades y acusaciones sin fundamento. Ante las posibles sanciones de sus aliados occidentales, el Ministerio de Exteriores de Arabia Saudí ha emitido un comunicado en el que ha amenazado con responder duramente. No obstante, se muestran abiertos a negociar una salida diplomática que resguarde “la dignidad” de las partes. Voluntad que ha expresado el rey Salman en su llamada al presidente Receb Tayib Erdogán el sábado pasado.

Como muestra de tomarse el asunto en serio, el príncipe heredero ha prometido a Mike Pompeo la apertura de una investigación y llegar a las respuestas pronto. De hecho, las autoridades empezaron a convocar a los “ciudadanos” saudíes que habrían visitado Turquía el día de la desaparición de Jamal Khashoggi.

Las declaraciones de las autoridades saudíes y del presidente estadounidense que ponen en duda la responsabilidad de MBS, no convencen. La imagen del “príncipe reformador” ha caído en picado tras la desaparición del periodista, a pesar de los cientos de millones que ha gastado en empresas de relaciones públicas en EE. UU. y en países de la UE. Muchas compañías, ejecutivos y personalidades de prestigio internacional han suspendido su participación en el Davos del Desierto, promocionado por MBS.

A pesar de las declaraciones de Trump, que intentan exculpar a su joven aliado en Riad, nadie duda de la responsabilidad del príncipe heredero en el horrendo crimen. El Washington Post, el New York Times e incluso medios afines, como Fox News, ponen en duda a su presidente y aseguran que éste puede caer en desgracia si no actúa de forma coherente con los hechos, más cuando fuentes de la inteligencia estadounidense aseguran que MBS es el responsable.

Asimismo, senadores, altos cargos y ex responsables de la administración estadounidense critican la tibieza de Trump y aseguran que una operación como el asesinato del periodista residente en EE. UU. no puede desarrollarse sin órdenes superiores, en este caso, directamente de Mohamed bin Salman.

Samantha Power, exembajadora de EE. UU. en la ONU, aseguró que es imposible que los agentes saudíes hubieran actuado sin órdenes de MBS, y que una versión que defendiera semejante tesis no sería más que una tomadura de pelo; mientras que el influyente senador republicano Lindsey Graham, en una entrevista a FOX News, dice sentirse traicionado por Arabia Saudí, país que ha defendido durante mucho tiempo, y acusa al gobierno del país árabe de deslealtad hacia EE. UU. y llama a la destitución del heredero saudí de su cargo.

En su columna en el New York Times el 13 de octubre, Nicholas Kristof describía muy bien la situación de MBS mientras se dirigía a los líderes del mundo: “Un príncipe heredero loco que mata a un periodista, secuestra al primer ministro de un país y condena al hambre a millones de niños no merece ser recibido en ninguna audiencia oficial ni respetado, su lugar es la celda de una prisión”.

Escenarios posibles

Ante el final del caso Khashoggi se abren tres posibles escenarios. El primero sería que no se hallara el cadáver y que los saudíes mantuviesen la negación de las acusaciones; en este caso, no se podrían evitar las sanciones y las relaciones con el resto del mundo serían de profunda desconfianza. El segundo sería el reconocimiento de la responsabilidad saudí pero sin que ésta alcanzara al príncipe heredero y rey en funciones; en este caso se evitarían algunas de las sanciones, especialmente de EE. UU., pero la desconfianza y la caída de la imagen del reino saudita alcanzaría cuotas jamás registradas.

El tercero sería la asunción de MBS de su responsabilidad y su destitución de todos los cargos que tiene, el de príncipe heredero incluido. En este caso, se haría justicia y Arabia Saudí podría volver a sus relaciones normales con el resto mundo, más si se decide revocar las decisiones controvertidas que éste ha tomado, como detener la guerra de Yemen, liberar a los cientos de activistas, intelectuales, periodistas y religiosos encarcelados injustamente, aunque le costará tiempo que la opinión internacional se olvidara del escandaloso crimen.

Quizá el rey Salman esté barajando esta última opción. Su hijo Khalid, hasta ahora embajador en Washington, ha dejado la capital estadounidense y se encuentra en Riad desde hace una semana, y según el New York Times, ya no volverá a la Embajada. Otros poderes en EE. UU. sugieren la vuelta de Mohamed bin Naief, anterior príncipe heredero y ministro del Interior, actualmente bajo arresto domiciliario y desaparecido del mapa político por MBS, un estrecho colaborador en la lucha antiterrorista y un político prudente. En todo caso, cualquier decisión que no sea la destitución del hasta ahora próximo rey de Arabia Saudí sería un golpe casi definitivo al mismo régimen.

Jamal Khashoggi había abandonado su país hace un año y medio preocupado por el escenario político que diseñaba el nuevo príncipe heredero. En su exilio voluntario colaboraba con el Washington Post y otros medios de comunicación, donde expresaba sus opiniones sobre las políticas de MBS, estaba preparando sus memorias y la formación de una agrupación que iba a llamarse Democracia para el mundo árabe ya. Una actividad que le ha convertido en enemigo a pesar de hacerlo desde la lealtad. Algunos opositores saudíes afincados en Londres señalan la paradoja de que sea el asesinato de un periodista cercano a la familia de los Saúd quien haya puesto en jaque a MBS, lo que no pudieron hacer ellos en décadas.

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