La Democracia en la era del Antropoceno: Conflictos, Intereses y Armonías

La actividad humana ha transformado los ecosistemas de manera radical y algunos científicos ya hablan de una nueva era geológica, la del Antropoceno, como una unidad distintiva en la historia de nuestro planeta, concepto rebatido por los que piensan que no es más que una ideología camuflada de época geológica.

Roberto Cataldi [1]

La señal del nuevo tiempo serían los “isótopos radiactivos” procedentes de los ensayos con las bombas nucleares cuyo rastro se cree durará unos 4500 millones de años, tantos como los que tiene la Tierra. Por ello se estima que el Antropoceno debió comenzar en 1945 cuando Estados Unidos hizo explotar la primera bomba. A partir de allí se produjeron un sinnúmero de fenómenos mediante la mano del hombre que continúan modificando negativamente el planeta, en algunos casos de forma irreversible.

Los metales pesados, el plástico, los hidrocarburos, el cemento, entre otros factores, han modificado la atmósfera y esto afecta profundamente a todos los seres vivos, entre ellos el hombre, un bípedo implume, según la definición de Platón, que además es un depredador consuetudinario.

Numerosos cambios físicos, químicos y biológicos importantes comenzaron mucho antes de la Segunda Guerra Mundial, claro que a partir de ella se incrementaron exponencialmente. La narrativa del período nos conduce a considerar sus consecuencias sociales, culturales y políticas, las que incluso contemplan una “ética antropocénica” y, pienso que también inciden en  la democracia. Con los orígenes de la democracia existe toda una mitología,  y podríamos decir lo mismo de la república, como la falacia según Heródoto y Tucídides de que Harmodio y Aristogiton habrían sido los fundadores de la democracia ateniense. Los emperadores romanos, por su parte, en una época de analfabetismo dominante, apelaban a la publicidad visual acuñando monedas con sus caras.  Lo cierto es que tanto en la democracia ateniense como en la república romana, hubo corrupción, tráfico de influencias, asesinatos por encargo y, desde mucho antes, los personalismos y la mentalidad imperial. Thomas Carlyle solía decir que, “El hombre que puede, es rey”.

John_Stuart_Mill_by_London_Stereoscopic_Company-1870 La Democracia en la era del Antropoceno: Conflictos, Intereses y Armonías
John Stuart Mill. London Stereoscopic Company, 1870

En toda democracia se busca el apoyo de las mayorías y, en ese cometido ponen su  fervor los políticos, al punto que daría la impresión que el resto de los ciudadanos no cuenta. Pero la democracia implica no solo la voluntad de las mayorías, también el respeto por las minorías. Algo similar sucede con los distintos organismos integrados por diferentes países, donde los más fuertes imponen la agenda y los otros deben aceptarla mansamente, lo que habitualmente constituye una cesión de soberanía. En estos organismos está muy presente la mentalidad imperial. El dólar y el euro, más allá de sus simbolismos, sirven de hecho para dominar. Sin embargo, es necesario gobernar pensando en el bien de todos los habitantes, aunque es imposible conformar a todos. John Stuart Mill llegó a hablar  de: ”la extorsión moral de las mayorías”.

Las redes sociales han contribuido a modificar la forma de hacer política, pues, algunos gobiernan a golpes de tweets, dando la espalda a los otros poderes del Estado. Vivimos una época de referéndums, twitters y fake news. A través de las redes estamos expuestos a la visión del otro, que nos recuerda el Panóptico carcelario del utilitarista Jeremy Bentham (el prisionero era vigilado y controlado sin que lo supiese), y que fue criticado por Foucault al proyectar esa arquitectura política e institucional sobre la sociedad. En la lucha por alcanzar el poder hoy aparecen los trolls, cuya intención es difamar, acosar o mentir sobre el adversario. Los trolls surgieron con Internet y nada tienen que ver con las criaturas mitológicas del folklore noruego de donde proviene el término. Parece ser que es más efectivo tener un centenar de trolls que una legión de infantes, e impresiona ser  la versión digital de la política comunicacional de Joseph Goebbels.

El populismo sería el Leviatán de nuestros días. En efecto, a consecuencia del miedo y la incertidumbre las multitudes terminan clamando seguridad y certidumbre al precio que sea. Hoy existe un populismo posmoderno que clama por un mesías o una suerte de césar o amo que ponga la casa en orden y a la vez castigue a los responsables del mal. El cesarismo actual fabrica un relato épico, invoca una vuelta a las glorias del pasado -a menudo no son tales-, recurre a la escenificación mediante los símbolos y los otros artículos que conformarían la identidad nacional, e identifica fácilmente a los causantes del desorden y del caos, prometiendo soluciones muy simples a problemas complejos, todo en el lenguaje sencillo de la calle. ¿Acaso eso no hacían Mussolini, Hitler, Stalin? De esta manera las decisiones pasan por los sentimientos, con una metodología que es antipolítica y asamblearia.

El Brexit es un claro ejemplo de cómo las emociones cambian la política, alteran la economía y terminan dibujando otra realidad. Marx estaba convencido de que tras la revolución y la expropiación de la burguesía, lo que acabaría con la propiedad privada, se declararía la dictadura del proletariado y se alcanzaría un mundo ideal, pero no fue así.  Hoy existe otro tipo de dictadura, que sería soberana y democrática, claro que en ambos casos y con distintas modalidades de implementación, la consecuencia, es, menos libertad. La frivolización de la política termina degradando los valores y principios de la democracia, y hasta resulta difícil diferenciar la política de la sátira. En el mundo actual asistimos a una serie de desviaciones viciosas como las autocracias, plutocracias, partidocracias, oclocracias, cleptocracias y cacocracias.

Daniel Innerarity advierte que una opinión pública que no entienda la política y no sea capaz de juzgarla, fácilmente puede ser instrumentalizada, y que la crisis política actual no  logra hacer visibles temas y discursos  trascendentes, no hay imputabilidad de las acciones  ni inteligibilidad política. La ciudadanía tiene el deber de controlar a aquellos en quienes ha confiado su representación, esa es su responsabilidad, aunque en política es mucho más fácil hacer un juicio sobre las personas que sobre los asuntos públicos, de allí la moralización de los problemas. Los escándalos surgidos de una revelación política son momentáneos, y revelan una “sociedad distraída”, sostiene Innerarity.

Hoy llegan al ágora individuos para hacer una política distinta de la tradicional, bipartidista y plagada de chanchullos, que dicen representar a la gente indignada, pero al cabo de un tiempo emergen los egos, las ansias de poder, la vocación por el dinero a través de los negocios. Y finalmente todo se privatiza, hasta la mirada, ya nada es público, incluso hemos perdido la noción del espacio público. En este cambio profundo, a la tradicional desigualdad de clases se le añade el cambio tecnológico. Para peor la sociedad no es transparente y sin secretos, mucho menos virtuosa. Nuestros instintos primarios están reprimidos, pues, hay gente que calla, pero cuando aparece un líder que habla de lo que ellos piensan, entonces ya no callan y le dan su voto, hasta con pasión.

Es curioso que en la actualidad no sean las derechas o las izquierdas, y tampoco los más conservadores o los menos populistas los que puedan definir el voto. Es evidente que solo importa la comunicación, por cierto en manos de ilusionistas y de expertos en la manipulación sentimental de las masas, así como la percepción del electorado. Los partidos son sospechosos. Daría la impresión que ya no existen mecanismos legítimos para seguir mandando en la sociedad. En fin, todo gobernante persigue una sociedad obediente,  tranquila, en lo posible silenciosa, ya que cuando las masas salen a la calle nadie sabe qué ocurrirá. Los mercados a través de la bolsa pueden advertir que la economía se precipita al vacío y logran crear pánico, ejerciendo así una labor extorsiva para imponer sus pretensiones.

Hace días el comisario europeo Oettinger, disconforme por los resultados electorales en Italia manifestó que, “los mercados le enseñarán a votar a los italianos”. La realidad demuestra que los ciudadanos no son los que deciden, sino los mercados. Aquí está el nudo gordiano del problema. En el terreno de las parábolas evangélicas, Mateo y Marcos coinciden en el texto que sostiene: “al que tiene se le dará más, y al que no tiene aun lo que tiene se le quitará”. Parábola que fue adoptada literalmente por la globalización neoliberal. Desde los años 70 esta lógica se convirtió en el proyecto que ha marcado la agenda mundial y que decide la suerte de la humanidad. No existe un equilibrio entre lo que la población dignamente necesita y lo que el sistema ofrece.

Y no hay dudas que ni el poder político, ni las élites económicas o las élites intelectuales, están interesadas en cambiar el statu quo en beneficio de la sociedad, porque perderían su posición dominante. Si queremos continuar con el juego de la democracia necesitamos una mínima organización social, pero debemos terminar con el poder personalizado que alimenta la mentalidad imperial.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)

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