Crisis y subconsumo

El actual escenario de crisis mundial ha merecido multitud de teorías que tratan de explicar sus causas. Sin lugar a dudas, la que ha tomado mayor fuerza es la tesis del subconsumo; en el siglo XIX, varios economistas postulaban una tendencia decreciente de la participación de los salarios en la renta nacional como consecuencia de los incrementos de la productividad media del trabajo. Consiguientemente, la caída de la participación de los salarios se traducirá en la sobreproducción de los bienes-salario, esto es, el descenso de la capacidad de compra de la clase trabajadora se materializará en la producción de mercancías invendibles. Por consiguiente, el excedente de explotación no se podrá realizar como ganancia, traduciéndose en el desplome los beneficios y, por tanto, de la inversión.

Fahd Boundi

Esta explicación de la crisis no deja de ser una tautología cabal, pues tan solo revela lo evidente; las mercancías invendibles lo son porque no hay quien las pueda comprar. Así pues, resulta vago e impreciso señalar el descenso de los salarios como causa principal, puesto que no se parte de evidencia alguna que demuestre que la declinación del consumo haya sido el detonante de la crisis. Ahora bien, puede parecer verosímil que la aplicación de las políticas de ajuste a la baja de los salarios a partir de la década de 1970, haya tenido como efecto más inmediato el desplome del consumo de los trabajadores y, en consecuencia, el descenso de la demanda agregada. Sin embargo, tal como expondremos, los datos no corroboran esta tendencia, pues en contra de lo que se pueda pensar, el consumo no ha caído tras las aplicación de las políticas de ajuste, sino más bien todo lo contrario.

Por tanto, ¿Cuál es la naturaleza de la crisis actual? ¿Estamos ante una crisis de insuficiencia de la demanda agregada? O bien, ¿se trata de una crisis de acumulación?

Crisis de rentabilidad en el epicentro del capitalismo: tasa de acumulación y tasa de beneficio en los EEUU

Nuestro punto de partida debe ser el periodo que media entre el modelo de acumulación fordista-keynesiano y la restauración de la hegemonía de la economía neoclásica, a saber, la segunda mitad de la década de 1960 y la década de 1980. Por tal razón, es obligado que focalicemos nuestros esfuerzos en la dinámica de la economía estadounidense, pues se trata de la primera potencia mundial. Asimismo, los EEUU fueron el primer escenario propicio para poner en marcha el modelo productivo fordista y las políticas keynesianas.

Como es sabido, el modelo de acumulación fordista-keynesiano se caracterizó por el combo productividad-salarios, es decir, los salarios nominales crecieron por encima del índice general de precios y, consiguientemente, los salarios reales se elevaron durante las décadas de 1950 y 1960. Aquello fue posible en la medida en que el crecimiento de la productividad fue extraordinariamente alto, pues se habían aplicado en la industria civil las innovaciones tecnológicas procedentes de la industria militar. De igual modo, junto a estas innovaciones, la reconstrucción de Europa permitió reiniciar el proceso de acumulación de capital. Por ende, los salarios reales tendieron a crecer a derivación del incremento de la productividad, pues el trabajo recibía una parte constante de un producto creciente. De este modo, los beneficios y los salarios aumentaron, puesto que la participación relativa de los asalariados en la renta nacional se mantuvo constante.

De igual forma, en EEUU, como en el resto de economías desarrolladas de Europa Occidental, la estructura productiva se especializó en procesos de producción intensivos en capital. De este modo, se hicieron importantes inversiones de capital fijo, las cuales eran altamente rentables como resultado de la alta productividad. Asimismo, la participación del Estado impulsó el consumo a través del gasto público, en especial el gasto militar, en tanto que la política de salario social consintió que los trabajadores dispusieran de servicios públicos, subsidios de desempleo y pensiones de jubilación. Así, mientras que la productividad creciese lo suficiente, se podía mantener el combo salarios-productividad y las políticas de demanda efectiva. Sin embargo, el creciente aumento de las inversiones de capital fijo y el estancamiento de la productividad, provocaron que la tendencia de la tasa de acumulación (cociente entre la inversión y el stock de capital fijo) comenzase a declinar, exteriorizando las contradicciones del modelo fordista-keynesiano, pues ésta determina los ciclos tecnológicos y el incremento de la capacidad instalada en la industria (gráfico. 1).

Gráfico. 1

Fuente: Elaboración propia con datos del National Income Product Account (NIPA)

Por otra parte, la tasa de acumulación depende de la tasa de beneficio y los tipos de interés, esto es, las decisiones de inversión están sujetas a la rentabilidad futura, luego si la tasa de beneficio exterioriza una tendencia declinante, la inversión se contraerá. Así, la tasa de beneficio en los EEUU comenzó a caer a partir de 1965, resultado del incremento del stock de capital, el descenso de la productividad y la caída de la participación de los beneficios en el total del producto (gráfico. 2).

Gráfico. 2

Fuente: Elaboración propia con datos del National Income Product Account (NIPA)

Aquello supuso una sobreacumulación de capital y un exceso de ahorro, pues grandes cantidades de capitales se atesoraron como depósitos de ahorro, o bien se dirigieron a la compra de títulos de deuda pública, pero en modo alguno se realizaron como inversión productiva. Simultáneamente a la sobreacumulación de capital, se generó una sobreproducción de bienes de capital y bienes-salario, pero fue la sobreproducción de los bienes de capital la que se manifestó con más fuerza, pues el descenso de la inversión impactó intensamente en las industrias de bienes de equipo. En consecuencia, el grado de utilización de la capacidad instalada de la industria cayó bruscamente, y un gran número de asalariados quedó desempleado. No obstante, el desempleo afectó primero en los ramos de la industria donde la organización sindical era muy débil y el salario por trabajador menor, puesto que la sindicalización durante el periodo fordista-keynesiano se hizo más fuerte en aquellos sectores caracterizados por una gran productividad media del trabajo y una alta demanda de los bienes que producían. En vista de ello, los sectores de más alto valor añadido fueron, por lo general, los que generaron convenios con mayores aumentos salariales y, consecuentemente, estimularon una espiral alcista de salarios en el resto de sectores. Aquello debilitó a las industrias que presentaban incrementos de la productividad muy bajos, ya que no pudieron contrarrestar el descenso de sus margenes de beneficios.

Esto dio pie a la reacción conservadora al acusar el incremento de los salarios como factor determinante de la crisis que azotó a los EEUU en la década de 1970, ya que convergieron dos fenómenos que hasta entonces parecían incompatibles; el desempleo y la inflación. Por ello, las políticas de ajuste a la baja de los salarios se presentaron como la solución a ambos problemas; la teoría neoclásica postula que la reducción de los salarios monetarios propiciará el descenso de los costes de producción, en consecuencia, los precios y los salarios reales harán lo propio. Por consiguiente, el descenso de los salarios reales y los precios estimulará la inversión, se incrementará la producción y, consecuentemente, el nivel de empleo aumentará. Por tanto, nos estamos refiriendo al ajuste de la economía vía precios, el cual implica una redistribución de los ingresos de los salarios a los beneficios, pues si aumenta la participación de los capitalistas en la renta nacional, estos verán incrementada su tasa de beneficio y mejorará su expectativa de beneficios, esto es, el consumo y la inversión de los capitalistas crecerá estimulando la actividad económica.

Sin embargo, la lógica de las políticas de ajuste comete un error cabal, a saber; la teoría neoclásica considera la fuerza de trabajo como una mercancía cualquiera. Así pues, los precios están regulados por los costes de producción, si los salarios descienden, el nivel general de precios hará lo propio, lo que dejará indeterminado el salario real, puesto que si el descenso de los precios es mayor que el de los salarios monetario, el salario real se elevará y el ajuste vía precios no operará como sugiere la teoría, lo que desautoriza el postulado neoclásico. Aun con todo, desde la década de 1970, las políticas de ajuste se han aplicado de manera permanente en todo el mundo, lo que ha reforzado las tesis del subconsumo, ya que establecen como detonante de las crisis actual al ajuste a la baja de los salarios. Pero, ¿realmente ha descendido el consumo en las economías capitalistas más desarrolladas?

La tesis del subconsumo frente a la evidencia empírica

Cabe ahora considerar los datos sobre la participación de los salarios y el consumo en el total del producto para corroborar o refutar la tesis subconsumista. Para nuestro propósito, estudiaremos la tendencia de estas variables para cuatro países; EEUU, Reino Unido, Francia y Alemania. Analizando la participación de los salarios en el total del PIB se observa que, efectivamente, a partir de la década de 1970, los salarios pierden peso en el total del producto interno bruto de las cuatro economías (gráfico. 3).

Gráfico. 3

Fuente: Elaboración propia con datos del National Income Product Account (NIPA) y AMECO-Eurostat.

Ahora bien, esto poco o nada, nos dice sobre la evolución del consumo, pues lo único que podemos interpretar de esta tendencia es que la remuneración total de asalariados ha crecido por debajo del excedente bruto de explotación y, consecuentemente, los salarios medios se habrán estancado, o bien habrán descendido. Sin embargo, ¿es posible que el consumo de los asalariados aumente, aun cuando los salarios medios desciendan? La respuesta a este interrogante es afirmativa, puesto que la caída de los salarios se puede compensar con un incremento de la inversión, es decir, la elevación de la participación de los beneficios se podrá traducir en mayor inversión dirigida a la contratación de más fuerza de trabajo. Por ende, el número de asalariados habrá crecido, y la demanda de bienes-salario hará lo propio. Por consiguiente, los capitalistas del sector de bienes-salario verán incrementadas sus ganancias, lo que estimulará la inversión de bienes de capital y, consecuentemente, el nivel de empleo en el sector productor de bienes de inversión se elevará como resultado del incremento de las ganancias, luego la inversión privada de expandirá. La demanda agregada, entonces, aumenta, pues ésta depende del consumo de los trabajadores, el consumo de los capitalistas, la inversión privada, el déficit público y el saldo comercial. Volviendo a nuestro caso, al analizar la tendencia del consumo para los cuatro países estudiados, observamos que ésta se muestra creciente, lo que impugna la tesis del subconsumo, ya que los postulados subconsumistas establecen que la caída de los salarios derivará, per se, en el descenso del consumo y las ganancias (gráfico. 4).

Gráfico. 4

Fuente: Elaboración propia con datos del National Income Product Account (NIPA) y AMECO-Eurostat.

Es significativo el hecho de que las economías que presentan un mayor peso del consumo en el total del PIB sean los EEUU y el Reino Unido, pues en ambos países se llevaron al extremo las políticas de ajuste a la baja de los salarios durante la década de 1980. Igualmente, ambas economías se han visto fuertemente afectadas por la crisis que estalló con la quiebra de Lehman Brothers en 2008. Mismo efectos en las economías francesa y alemana, las cuales se han mostrado sensibles a la crisis de 2008. En efecto, los países que han sufrido con mayor notoriedad los efectos de la crisis son, asimismo, los que presentan altas participaciones del consumo en el PIB (gráfico. 4). Mas, ¿cómo se explica esta tendencia creciente del consumo en EEUU, Reino Unido, Francia y Alemania? La respuesta se encuentra en el crecimiento del número de asalariados; en el caso de los EEUU, en 1970 se contabilizaban algo más de 82 millones de asalariados, en tanto que en 1980, el número de asalariados ascendía a los 101,68 millones. De 1980 a 1990, se alcanzaron los 121, 99 millones de asalariados, mientras que en los años 2000 y 2010, las cifras fueron de 139,17 millones y 141,38 millones respectivamente (datos del National Income Product Account). Lo mismo ocurre en Reino Unido, Francia y Alemania; en Reino Unido, el total de asalariados ascendía a los 24,41 millones en 1970, hasta alcanzar los 29 millones de asalariados en 2010 (datos de AMECO-Eurostat), en tanto que en Francia el número de asalariados en 1970 era de 21,55 millones, alcanzando los 26,78 millones de 2010 (datos de AMECO-Eurostat).

El caso de Alemania es más atípico, pues las estadísticas para 1970 solo incluyen a los asalariados de la República Federal de Alemania, mientras que los datos posteriores a 1990 representan un importante crecimiento a consecuencia de la unificación y desaparición de la antigua República Democrática de Alemania; en 1970 el número de asalariados alemanes ascendía a los 26,59 millones, mientras que en 2010 se registraron un total de 40,6 millones de asalariados. En suma, la crisis actual no es resultado del descenso del consumo y la demanda agregada, pues en vísperas de la quiebra de Lehman Brother en 2008, el consumo creció hasta alcanzar un pico en 2009, mas este pico se explica por el menor descenso del consumo en comparación con la caída del PIB. A partir de entonces comienza a desplomarse, para luego estabilizarse y recuperarse ligeramente en 2012 (gráfico. 4). Por lo tanto, las causas de la crisis se hallan en el deterioro del proceso de acumulación de capital y el estancamiento de la productividad, esto es, se trata de una crisis de sobreproducción generalizada reflejada en la caída de la tasa de beneficio, luego una redistribución del ingreso a favor de los salarios tendrá el efecto de acentuar la tendencia declinante de la tasa de rentabilidad.

Mohamed Boundi
Periodista, doctor en sociología y ciencias de la comunicación de la universidad Complutense de Madrid. Corresponsal en España desde 1987, es licenciado en periodismo, investigador en ciencias sociales, opinión pública y cultura política. Publicaciones: “Marruecos-España: Heridas sin cicatrizar”, un estudio sobre la imagen de Marruecos y sus instituciones en la opinión pública española en momentos de crisis; “Sin ellas no se mueve el mundo”, un trabajo de terreno sobre la condición de las empleadas de hogar inmigrantes en España; “La mujer marroquí en la Comunidad autónoma de Madrid: convivencia y participación social”.

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