Mubarak, Egipto y los planes del pasado

Laura Fernández Palomo

Gamal Mubarak, el hijo menor del dictador, será el próximo presidente de Egipto. Es guasa. O no. Vaya usted a saber. En el país del Nilo no hay predicciones. De momento, está en libertad, como su hermano Alaa y, como incluso, podría estar su padre –que cumple tan sólo un arresto domiciliario–  después de salvarse de varias causas de corrupción, una por absolución, otra por prescripción del delito y esta última, porque el Tribunal ha anulado la sentencia que les condenó a los tres en familia de apropiación indebida de fondos públicos.

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Alaa y Gamal Mubarak

 

Se pagaron las mansiones, unos 15 millones de euros, con los presupuestos del Estado. El juicio se tendrá que repetir, pero nada indica que vaya a acabar en pena, salvo la pena que produzca que nada ocurra. Hasta Hosni Mubarak se ha salvado de momento de la cadena perpetua a la que fue condenado por la sangrienta represión y la muerte de 850 manifestantes durante las revueltas de 2011.  El Tribunal aceptó en enero la apelación del exdictador y ordenó, también, la repetición del juicio.

Antes de que los egipcios echaran a Mubarak del poder, todo estaba preparado para que Gamal fuera el heredero. Aupado en política por su padre, hacía carrera mientras hablaba del “honor”, de la “necesidad de líderes audaces en la región”, y se embarcaba en la creación de la Fundación Futura Generación para entrenar a los jóvenes egipcios en liderazgo. Imagino el legado que pretendía legar. La revolución truncó sus planes. Pero no es guasa que la estela del Ejército durante los cuatro años de “transición” y la impunidad de muchos de los que hundieron y maniataron Egipto ha llevado a más de uno a pensar que, de seguir así, Gamal terminará presentando su candidatura presidencial en otro viraje de anormalidad que, en Egipto, terminaría siendo normal.

Perdón, hablé de transición. Lo hice para ubicar temporalmente estos cuatro años de deriva política, donde se han llegado a celebrar elecciones democráticas aunque luego el Ejército depusiera al presidente en un golpe de Estado que decían que no era tal, pero es evidente que Egipto no ha iniciado una transformación estructural como para merecer tal definición. Y digo ha iniciado, considerando que las transiciones necesitan de errores, respiros, caídas y años. Son muchos los aspectos a analizar en estos procesos, pero me permitirán centrarme sobre todo en dos: la regeneración de las fuerzas de seguridad del Estado, más aún habiéndose tratado de una larga dictadura militar; y la renovación de la Judicatura, que considero esencial en la creación de todo Estado de Derecho.

La vuelta de la sangre a las calles parece indicar que las fuerzas de seguridad mantienen la brutalidad como seña de identidad. No olvidemos que los egipcios, tras la muerte en 2010 del joven Jaled Said en una comisaría de Policía en Alejandría, fueron organizando su hartazgo hasta que decidieron que sería el 25 de enero de 2011, Día de la Policía, cuando dirían en Tahrir “basta ya”. Lo hicieron.

Pero en la conmemoración de los cuatro años, al menos 20 personas han vuelto a morir en enfrentamiento con las fuerzas de seguridad. El periódico estatal Al Ahram justifica que 15 de ellos eran miembros de los Hermanos Musulmanes, que pasaron del poder en 2012 a ser hoy considerados terroristas. El ministro del Interior, Mohamed Ibrahim, avala la tesis de que tuvieron que lidiar contra feroces manifestantes. De conferirles el beneficio de la duda, tendrían aún que explicar por qué las muertes no han dejado de ser la tónica de las protestas en Egipto, hasta el punto de que el desalojo de una acampada en 2013 terminó con la vida de 600 personas.

Y si quisieran mantener que aquéllos también eran militantes islamistas (como si conllevara ejecución), deberían encarar entonces el asesinato de la activista socialista, Shaimaa Sabagh, quien recibió tres tiros en la cabeza cuando participaba en un protesta pacífica el pasado sábado, día antes de la conmemoración de la revolución.

Aquí argumentan que no tienen la certeza de que haya sido uno de los suyos. Lo único cierto es que siempre hay muertes, y las condenas son masivas para los miembros de los Hermanos Musulmanes, pero escasean la apertura de procesos de todos los uniformados que han apretado el gatillo causando miles de muertos – islamistas, musulmanes, cristianos y laicos; jóvenes, niños, ancianos; hombres y mujeres – en estos años. La impunidad.

Aquí damos el salto a una Judicatura que también sabe explicar que la familia Mubarak esté hoy en libertad, sin apenas responsabilidad penal por las acusaciones que pesan sobre ellos. Ya sabemos que los procesos judiciales tienen muchos vericuetos. Así que para resumir, están las  causas sobre las que se ha estimado que no hay pruebas suficientes,  las que han sido anuladas por errores en el procedimiento y hasta condenas de tres años, que se consideran cumplidas porque llevan en prisión preventiva desde 2011. De desarrollar cada sumario hasta parece legal que hoy Alaal y Gamal estén en libertad y Hosni con tan solo un arresto domiciliario. Pero huele a impunidad que por ninguna de las causas tan graves que pesan sobre Alaal, Gamal y Hosni se haya podido ratificar nada.

El 22 de enero, el Tribunal Penal de El Cairo, confirmó la liberación de Alaal y Gamal que aprovecharon a salir justo un día después de la cuarta conmemoración del 25 de enero. No es guasa, sino un mal presagio.

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