El dictador tunecino Ben Ali fallece en Arabia Saudí

El expresidente tunecino Zine El-Abidine Ben Alí, exiliado en Arabia Saudí desde 2011, cuando la «Revolución del jazmín», primer episodio de la «primavera árabe» le derrocó después de veintitrés años de presidencia represora y liberticida, ha muerto el 19 de septiembre de 2019, a la edad de 83 años y cuatro días después de que su país celebrara la segunda elección presidencial en libertad.

Zine-el-Abidine-Ben-Ali El dictador tunecino Ben Ali fallece en Arabia Saudí
Zine el-Abidine Ben Ali en los años de dictador en Túnez

Ben ali había sucedido en 1987 al padre de la revolución, Habib Burguiba, y será enterrado en La Meca.

Durante los veintitrés años de su régimen autoritario, marcado por la corrupción, la censura, la persecución política y la tortura, Ben Alí mantuvo excelentes relaciones con los gobiernos occidentales, que aplaudían los resultados económicos de su régimen, que hizo del dinar una moneda fuerte, y su lucha contra el islamismo. Los revolucionarios (decenas de ellos murieron o resultaron heridos en los días de la insurrección) le acusaban de «haber instaurado la corrupción como divisa y el miedo como religión de Estado» (Ramsés Kefi, Libération).

Como tantos otros dictadores, Ben Alí se veía como presidente vitalicio y su retrato presidía todos los lugares públicos del país, hasta el punto de que circulaba el chiste de que «podía salir de la foto y llevarte con él». Tuvo a la oposición de rodillas: en cualquier sitio había oídos para escuchar y dedos para denunciar. Su Rassemblement Constitutional Démocratique (RCD) era el partido único y los demás movimientos políticos o buenos amigos o desviados prófugos, encarcelados o amenazados de detención.

Ben Ali, militar de formación, llegó al poder el 7 de noviembre de 1987, prometiendo apertura política, tras conseguir que los médicos firmaran  declaraciones atestiguando que Burguiba, su antecesor que ya tenía 84 años y una salud delicada, no estaba en condiciones de gobernar.

En los primeros años noventa, tras unas legislativas en la que su poder se tambaleaba, Ben Alí acusó a los islamistas de actos violentos y puso fin a la pausa de tranquilidad y esperanza de la oposición, vendiéndose en el extranjero como el mal menor: el país, al que acudían los turistas en bandadas, era estable, bien educado y con resultados económicos aceptables. Se presentaba también como cazador de terroristas y de fanáticos religiosos.

En 2005, Ben Ali juró el cargo de Presidente por tercera vez tras un simulacro de elección en la que obtuvo más del 94 % de los votos frente a «tres figurantes que ni siquiera tuvieron derecho a hacer campaña», se confeccionó una ley de inmunidad a medida y para los gobiernos occidentales se convirtió en el aliado en la lucha del Bien contra el Mal (el terrorismo yihadista).

Al final de su reinado «su sistema ya no tenía nada que ofrecer». En 2008 se rebeló Redeyef, ciudad minera del sudoeste de Túnez. «Los sindicatos denunciaron la corrupción, y las consecuencias del paro llevaron a la inflación. En las manifestaciones mataron a tres personas y detuvieron a decenas». En 2011 se acabó la propaganda de la televisión oficial que «a todas horas emitía documentales de animales como si el país fuera un gigantesco parque de atracciones». Los intelectuales se escondían en los cafés y las cáceles estaban llenas. Túnez sorprendió a todo el mundo con la primera revolución de la primavera árabe que luego se extendería hasta Siria.

El resto ya es la historia de ahora mismo. La justicia condenó a Ben Alí en rebeldía por abuso de poder y por los cientos de personas que murieron en los levantamientos populares. «Pero la clase política dirigente (incluidos los islamistas reprimidos en los años noventa aliados a algunos colaboradores del partido único) jugó la carta del consenso: ‘Olvidemos y avancemos, las prioridades son otras’».

Nueve años después de la caída de Ben Alí, Túnez ha votado el 15 de septiembre de 2019 en su segunda elección presidencial en libertad, marcada por la baja participación y el desencanto. Dos candidatos entre los veinticuatro que se presentaban, el independiente Kais Saied, 61 años, profesor de leyes, y Nabil Karoui, 56 años, propietario de una cadena de televisión  y líder del partido Qalb Tunis (El corazón de Túnez), en prisión preventiva desde el 23 de agosto de 2019 por presunta evasión de  impuestos y blanqueo de dinero, se enfrentarán en la segunda vuelta el próximo 6 de octubre (2019).

Para llegar hasta aquí, el «viejo profesor» Saied, quien ha dicho que la revolución de 2011 es «un tsunami todavía en marcha», ha derrotado a  un expresidente, dos exprimeros ministros y un ministro de Defensa.

Pero en la cuna de la primavera árabe han cambiado muchas cosas y casi nadie cree ya en los políticos. Bouderbala Nsiri, presidente de la Liga Tunecina de los Derechos Humanos (LTDH) en Sidi Bouzid, la ciudad donde empezó todo en 2011, constata «un desinterés por la cosa pública (…) la gente está decepcionada por la clase política y las promesas incumplidas ».

En Sidi Bouzid, quizá más que en otros lugares de Túnez, apostaron fuerte por la revolución. Para el alcalde de la ciudad «las expectativas eran muy altas. Creíamos que con el derrocamiento del presidente habría trabajo y dinero para todos. Era un sueño».  La inflación alcanza el 7 %.

«Hicimos una revolución y nos ha matado de hambre, nos ha destruido », dice Wahid, vendedor ambulante de frutas y verduras como el primer mártir de la revolución de los jazmines, el joven Mohamed Bouzizi (también estudiante universitario), que se quemó a lo bonzo el 17 de diciembre de 2010, en señal de protesta porque la policía había confiscado su carossa (su puesto) por enésima vez. En 2010 eran centenares los vendedores ambulantes ilegales en las aceras de la ciudad; hoy apenas queda media docena. La carossa, convertida en símbolo de la revolución como homenaje a Mohamed Bouazizi, prácticamente ha desaparecido de las calles.

Wahid votó en las primera elecciones democráticas de la historia de Túnez, en 2011, pero ahora se ha abstenido y Mohamed Bouazizi se ha convertido en un icono, «una especie de santo patrón que vela por la población de Sidi Bouzid. Su retrato gigante ocupa la fachada de correos, en la avenida principal de la ciudad que lleva su nombre ».

«Para que la revolución termine –declara al digital Slate Abdelhalim Hamdi, cuarenta años, licenciado en Historia, quien no consigue encontrar trabajo- es necesario que obtengamos nuestros derechos económicos y sociales. Yo estuve diez años en paro con Ben Alí y llevo otros diez años en paro con la revolución. Los diferentes gobiernos que se han sucedido desde 2012, incluido el actual, jamás han querido dialogar con los movimientos pacíficos y civiles. Al contrario, intentan apagarnos utilizando la difamación y la criminalización de los militantes».

Aunque la Constitución tunecina garantiza el derecho de manifestación, en la práctica, hoy como ayer,  los activistas «son detenidos manu militari y juzgados como delincuentes».

Mercedes Arancibia
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

1 COMENTARIO

  1. Hace algunos años sufrí su dictadura, en el mismísimo Túnez. Sus esbirros me incautaron una cámara y en Comisaría comprobaron que no había tomado ninguna fotografía que comprometiera su majestuosa residencia, cuya parte trasera se divisaba desde un balcón en uno de los barrios típicos de la capital. Un dictador menos. Esperemos que Túnez alcance libremente la democracia que merece.

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