El siglo de «Ulises»

La novela de James Joyce que revolucionó la historia de la Literatura cumple cien años

Joyce dijo en una ocasión que había escrito «Ulises» para tener ocupados a los críticos durante trescientos años. Al menos lo ha conseguido durante los primeros cien que se cumplen ahora. Y no se trata sólo de una ‘boutade’. Las interpretaciones y exégesis que se han hecho de esta novela, de un simbolismo fascinante, plagada de claves y secretos y ceñida a una interpretable contextualización histórica y cultural, obliga a una lectura crítica de la obra y de sus asociaciones semánticas y sensoriales.

xulio-formoso_james-joyce El siglo de «Ulises»
Xulio Formoso: James Joyce

Recomiendo que antes de abordar su lectura se lean las anteriores obras de Joyce, sobre todo «Dublineses» y «Retrato del artista adolescente» porque muchos personajes de estas primeras obras vuelven a aparecer en la novela y se manifiestan con sus peculiaridades de entonces. También es recomendable acompañar la lectura con algún ensayo sobre la obra que ayude a entender sus intrincados laberintos («Guía para la lectura de James Joyce» de William York Tindall o «Guía del Ulises» de David Hayman pueden ser útiles). Tampoco está de más alguna biografía de Joyce, como la de Richard Ellman.

ulysses-cubierta-1922 El siglo de «Ulises»

El 2 de febrero de 1922 la librería Shakespeare and Co., de Sylvia Beach, publicó «Ulises», la obra que cambió el concepto de novela en la literatura del siglo veinte. Apareció en esa fecha porque su autor, el irlandés James Joyce, había nacido ese mismo día del mismo mes cuarenta años antes. La escribió en gran parte en su exilio de Zurich durante la Primera Guerra Mundial.

«Ulises» transcurre en la ciudad de Dublín durante un solo día, el 16 de junio de 1904 (otra fecha simbólica: fue el día que el escritor conoció a Nora Barnacle, su mujer). Joyce tomó la obra de Homero como referencia para adaptar su novela al Dublín del naciente siglo veinte. Se inspira en aquel viaje de Odiseo bajo el signo de la cólera de los dioses. El Odiseo de Joyce es Leopold Bloom, un ciudadano irlandés de 38 años, publicista, casado con Molly (su Penélope), en quien el escritor reinventa el viaje que el personaje clásico hizo durante años por el Mediterráneo, y lo sitúa durante una sola jornada en la ciudad de Dublín, en sus calles llenas de vehículos, tabernas, prostíbulos y bibliotecas, en un ambiente dominado por el nacionalismo y el catolicismo extremos.

Joyce recorre un Dublín monótono y vulgar donde el alcoholismo, la prostitución y la delincuencia (y el periodismo corrompido) son puestos en solfa en el transcurso de la obra. Stephen Dedalus, un joven de veintidós años, el otro protagonista de la novela, representa al Telémaco de la epopeya homérica. El Ciudadano que Bloom encuentra en un bar de Dublín, un nacionalista irlandés con el que discute de política, es el cíclope de la obra de Homero. Cada capítulo corresponde a un cantar de la «Odisea». Cada incidente de la novela, a su vez, tiene su paralelismo en los de la obra de Homero y se relaciona con una hora del día, un color, un órgano del cuerpo humano.

El lenguaje con el que Joyce escribió «Ulises» es uno de los grandes valores del texto, hasta el punto de que una mala traducción puede desvirtuar la esencia de la obra (en español, las de José María Valverde y José Salas Subirats son de las mejores). En ese universo estético, mientras el monólogo interior permite descubrir los pensamientos y sentimientos más íntimos de los protagonistas (léase el de Molly Bloom que cierra la novela) y funde el alma individual con el sentimiento universal, el sonido de las palabras remite al de los ambientes que se van describiendo a lo largo del relato.

«Ulises» tuvo graves problemas con la censura, que calificó la novela de «vulgar y obscena», sobre todo por airear el adulterio y utilizar un vocabulario impensable en el momento de la publicación de la obra.

Si «Ulises» va a tener ocupados a los críticos otros doscientos años, su última obra, «Finnegans wake» (calificada como «la novela más difícil de todos los tiempos») lo hará al menos durante otros trescientos, en los que se intentará interpretar y revelar el mundo onírico del sueño de una noche de Humphrey Chimpden Earwicker, su protagonista.

Epifanías de una obra maestra

Nada está tan claro en la obra de James Joyce como que toda ella es una única narración. Y así como hay una única historia hay también un único personaje central que es a su vez el propio autor. No quiere esto decir que la obra de Joyce sea autobiográfica. Lo es en gran medida pero no exclusivamente. Joyce aprovecha las situaciones anímicas que sus vivencias provocan en su alma de artista. Desde ellas denuncia la parálisis que afecta a la sociedad de su tiempo, ubicada en una ciudad, Dublin, que es, a su vez, todas las ciudades.

El niño, el adolescente y el hombre maduro de «Dublineses» son el mismo personaje en las diversas etapas de la vida, y al mismo tiempo son el Stephen Dedalus de «Stephen el héroe» y «Retrato del artista adolescente» y el Richard y el Robert de «Exiliados». Y todos ellos son a su vez Stephen Dedalus y Leopold Bloom de «Ulises», protagonistas simultáneos de la juventud y la madurez de James Joyce, con las coincidencias y las contradicciones, con la dialéctica, que cualquier persona mantiene lo largo del tránsito de estos dos estadios de la existencia. El mismo escritor reconoce a ambos protagonistas como un mismo personaje cuando califica a uno de ellos, por boca de Frank Mulligan en el capítulo nueve de «Ulises», de «jesuita judío». Stephen Dedalus, de profunda formación católica en un colegio de jesuitas, queda de este modo identificado con el hebreo Leopold Bloom.

Epifanía del nacionalismo

Se ha acusado a James Joyce de antipatriotismo, una acusación comprometedora en el difícil momento político de Irlanda en el tránsito hacia su independencia en un ambiente nacionalista radical y en gran medida dogmático. Sin embargo Joyce amaba a su patria y estaba orgulloso de la lucha que mantenía contra Inglaterra. Sus orígenes familiares le dejaron en herencia una encendida pasión nacionalista de la que en muchas ocasiones se sintió orgulloso: el matrimonio de su abuelo con Ellen O’Connell, pariente de Daniel O’Connell, héroe nacional de Irlanda. Pero su pasado se fue conformando de victorias pírricas y por ello tratará de enterrarlo.

Es la solución a la adivinanza que Stephen plantea a sus alumnos del colegio de Dublín: «el zorro enterrando a su abuela bajo una mata de acebo» («Ulises». I. p. 107) imagen que vuelve a repetirse en el capítulo tres cuando un perro entierra también a su abuela (I. p.134) y en el capítulo quince (II. P.189) con más virulencia: «Un grueso zorro sacado de su escondite, cola tiesa, habiendo enterrado a su abuela, corre velozmente hacia lo abierto…»: Joyce intenta liberarse de su pasado para elevarse, porque para él, como para Stephen, la historia «… es una pesadilla de la que trata de despertar» («Ulises». I.p.107).

Nunca atacó el nacionalismo. Arremetió, sí, contra un patrioterismo cerril y provinciano, dogmático, personalizado en el Ciudadano antisemita del capítulo doce de «Ulises», «… lindo como una rata de cloaca». No se oponía a una Irlanda libre sino al dogmatismo de un Polifemo cuya visión unidimensional no contemplaba los aspectos más humanos de la vida. Para Joyce Irlanda era su madre y siempre lo acompañaba simbolizada en una patata arrugada que llevaba en el bolsillo y que se esforzará en recuperar cuando le es arrebatada por una prostituta (Capítulo quince de «Ulises»).

Nunca renunció a Irlanda, como nunca renunció a su madre. Desechó ciertas actitudes de su patria (el nacionalismo irracional) como de su madre (un catolicismo no menos irracional) en su esfuerzo por liberarse de los dos amos que lo esclavizaban: «el estado imperial británico y la santa iglesia católica, apostólica y romana». Su sentimiento nacionalista tiene como referente a James Stewart Parnell, héroe independentista irlandés que fue asesinado por sus propios correligionarios por su adulterio con Kitty O’Shea (las ideas y prejuicios sociales y religiosos de los patriotas estaban por encima de sus ideales políticos). Parnell será uno de los ‘leit motiv’ de la obra joyceana, en la que aparece con frecuencia (en el capítulo dieciséis de «Ulises» es tratado en profundidad) ya sea por medio de alusiones, haciendo creer en el regreso del héroe que «no está en absoluto en (la) tumba (…) volverá algún día» («Ulises». I.p.218) o a través de uno de sus hermanos, quien designa a Leopold Bloom como sucesor del héroe independentista en el capítulo quince de «Ulises».

Epifanía de la traición

El tema Parnell está unido a otro ‘leit motiv’: el de la traición. Parnell fue traicionado por sus compañeros porque «Irlanda siempre ha traicionado a sus héroes», escribe en «Il Fenianismo», artículo que publica en «IlPiccolo della Sera» de Trieste el 19 de mayo de 1907. Considera la traición y la ingratitud características del alma irlandesa. En «Ulises» Leopold Bloom no responde con violencia a la traición de adulterio de Molly. Nunca sus reacciones podrían ser violentas porque «un artista debe rechazar siempre la violencia bajo todas sus formas porque sus victorias y sus conquistas son las del pensamiento». Leopold Bloom no quiere enfrentarse con Boylan, el amante de Molly, aunque el adulterio de su esposa lo atormenta profundamente y el tintineo de las arandelas de bronce de la cama de Molly lo persigue de continuo.

La traición de Molly lo acosa dondequiera que va, en su imaginación o en las visiones, como la de «… un generoso brazo blanco (que) lanzaba una moneda desde una ventana de la calle Eccles» («Ulises».II.p.363), la misma visión en «Madame Bovary» (p.297: «Salió una mano desnuda por debajo de las cortinillas de lona amarilla…» de Flaubert, con quien le unen no pocas afinidades.

Epifanía de la mujer

Otro de los temas de la obra de Joyce es el de la mujer. Su fuerza vital se encuentra en Eveline, en María y en Gretta de «Dublineses»; en la prostituta de «Retrato del artista adolescente», primera experiencia sexual de Stephen Dedalus, a la que Joyce hace reaparecer en «Ulises»: «… la puta del callejón. Una puta sucia con sombrero ladeado de paja negra de marinero» («Ulises».I.p.448); en Emma Cleary de «Stephen el héroe» y, sobre todo en Molly. También sugiere una responsabilidad de la mujer en el mal: «Una mujer trajo el pecado al mundo. Por una mujer que no era ningún modelo, Helena, la escapada esposa de Menelao, los griegos hicieron la guerra a Troya durante diez años. Una esposa infiel fue la primera que trajo a los extranjeros aquí, a nuestra orilla, la mujer de McMurrough y su concubino O’Rourke, príncipe de Ereffni. Una mujer también hizo caer a Parnell…» («Ulises».I.p.117).

Joyce coloca a la mujer sobre un altar y en un burdel al mismo tiempo. La mujer es la fuerza generatriz, la consoladora, la dispensadora de perdón y de alegría, pero es al mismo tiempo la criatura amoral, lasciva, estúpida, instintivamente pecadora y capaz únicamente de ser fecundada (la fertilidad de la mujer merece todo un capítulo –el catorce- de «Ulises»).

Su idea de mujer incorpora, desacralizados, muchos aspectos de la Virgen María (Joyce hace aparecer a su madre bajo la apariencia de la Virgen). Y Molly Bloom – en el último párrafo de «Ulises»- se redime finalmente por una sola de sus acciones: «… y le atraje encima de mí para que él me pudiera sentir los pechos todos perfume sí y el corazón le corría como loco y sí dije sí quiero SI».

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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