Entre el mérito y la meritocracia

Roberto Cataldi¹

La principal herramienta de cambio social es la educación, pues, está demostrado que ella puede transformar la cultura. Claro que en el sistema educativo conviven  brechas de desigualdad muy evidentes. Quien tiene dificultades económicas a menudo le resulta muy difícil acceder al sistema o si accede lo hará a una educación de baja calidad, hecho que perpetúa la brecha social, de allí la necesidad real y no retórica de garantizar igualdad de oportunidades para mejorar el sistema.

No todo lo que uno consigue en la vida es por mérito propio, también cuenta la lotería social, el hallarse justo en el sitio apropiado y en el momento indicado, el disponer de contactos influyentes. Un articulista se preguntaba si el pobre que empuja ocho horas al día un carro para juntar cartones que pueda vender para reciclar y con eso darle de comer a su familia no tenía más mérito que el que heredó una empresa… Confieso que muchas veces viendo este espectáculo en la calle me pregunto qué hubiera sido de ese  muchacho o esa chica si hubieran tenido la oportunidad de recibir una buena educación.

En fin, apelo a lo contrafáctico porque sé que ayuda a pensar lo que pasaría si se modificaran algunas de las premisas, pero lo cierto es que los que nacieron en un lugar de privilegio suelen atribuirse el mérito a ellos, no al resto. Hace unos siglos François de La Rochefoucauld, quien solía denunciar las apariencias de virtud, ya nos alertaba que el mundo recompensa antes las apariencias de mérito que el mérito mismo.

Hoy el esfuerzo y el mérito se cuestionan, y políticos que dicen luchar por la igualdad (algo paradójico por los privilegios que gozan y jamás rechazan) azuzan a las masas para que arremetan contra los que se esforzaron por llegar a la meta, sobre todo si no pertenecen a su credo partidario. Bástenos reparar en el discurso de los actuales populismos, que despiertan  la sensación de que el que tuvo una vida de esfuerzo, de sacrificio, y logró legítimamente algo, debería disculparse por haberse diferenciado, por ser quien realmente es. Por otro lado, los que hacen un acto de fe con la meritocracia, suelen olvidar las muchas deudas que contrajeron.

Pienso que va siendo hora de rescatar el mérito logrado en función del esfuerzo personal, sin embargo creer que el mérito pertenece a una clase social o a un sector de la sociedad constituye un prejuicio.

Cuando el poder económico se impone, todos los otros factores que inciden en la vida de una comunidad o sociedad quedan subordinados, comenzando por la calidad y el justo reconocimiento. Mi experiencia en el ámbito universitario me permite afirmar que uno puede graduarse en la universidad mejor posicionada en el ranking mundial (la publicidad y el marketing siempre crean nuevas realidades), sin ser intelectualmente brillante e incluso careciendo de sentido común.

Michael Sandel, profesor de Harvard, defiende el esfuerzo personal y la premisa del ascenso social por medio de la educación, pero a su vez alerta sobre los riesgos de un sistema que funciona como una «nueva aristocracia hereditaria», donde los que más tienen accederían a una educación superior, como también a mejores empleos y mejores contactos sociales, conformando de esta manera un circuito cerrado que excluye al resto.

En efecto, existe lo que yo llamo el «círculo meritocrático», que para sus defensores sería un «círculo virtuoso».

Dice Sandel que dos tercios de los alumnos de Harvard y Stanford proviene del quintil superior de la sociedad medido por sus ingresos, mientras que el cuatro por ciento de los estudiantes de las mejores universidades de los EE.UU vienen del escalón más bajo. Y se pregunta si detrás del supuesto mérito se esconde un sistema injusto. No lo dudo. La meritocracia no solo refuerza la desigualdad sino que brinda justificación. Él intenta comprender la creciente división entre ganadores y perdedores que se ve en el mundo desde hace cuatro décadas con esta globalización. División que fue clave para la elección de Donald Trump en 2016, y también ese año para el voto en Gran Bretaña que decidió abandonar la Unión Europea (Brexit).

La meritocracia sostiene que en la medida que las posibilidades sean iguales para todos, los ganadores merecen sus logros. No menciona de dónde cada uno arranca. Sandel recuerda que la meritocracia resulta atractiva si la alternativa es el amiguismo, el nepotismo, el clientelismo o el privilegio hereditario, y el lado oscuro es crear jerarquías en una sociedad impulsada por el mercado.

En efecto, esto genera arrogancia entre los ganadores, humillación y desmoralización en los rezagados, cuyo fracaso sería solo por su culpa o quizá por su destino. Lamentablemente  la tendencia de las elites a menospreciar a quienes no han triunfado termina generando un fuerte resentimiento, que condujo a la elección de figuras como Donald Trump, quien pese a haber hecho un culto de la mentira y el descaro sigue teniendo millones de seguidores.

Desde la antigua Grecia y el Imperio Romano la corona de laurel es para el que triunfa, para el que merece ser laureado. Y no solo se premia al vencedor en los Juegos Olímpicos, también se premia a quien superó las exigencias de la educación y la cultura. Hasta nuestros días la corona de laurel se mantiene como símbolo de la victoria, y hace alusión al linaje, pero aclaro que yo el único linaje que reconozco es el linaje intelectual.

El mérito implica una calificación. Un individuo meritorio es apto para una tarea. La meritocracia es diferente, como sostiene Sandel es una forma de repartir renta y riqueza, poder, honores y estima social sobre la base de lo que la gente piensa que merece. Y alude al administrador de fondos financieros que gana ochocientas o novecientas veces más que una enfermera o maestra. ¿El valor de su contribución a la economía o al bien común es ochocientas o novecientas veces superior que el de la enfermera o la maestra? De allí su teoría, que el dinero que gana la gente debería estar acorde con su contribución al bien común.

Añade que la meritocracia mal entendida recrea las ventajas hereditarias de la sociedad aristocrática tradicional. Más allá que en una  democracia no se requiera una igualdad perfecta, es necesario que personas de distintos orígenes se crucen en la vida cotidiana, interactúen, pues, esto enseña a negociar y tolerar las diferencias.

La crueldad del mundo contemporáneo es patética, y el hiperindividualismo encerró al individuo en una burbuja. Vivimos en una jungla donde el mensaje reiterativo es: ¡sálvese quien pueda! En fin, muchos logran un éxito que solo es aparente, como esos héroes con pies de barro. Albert Camus pensaba que lo difícil es merecer el éxito

En cuanto a las instituciones del Estado, tan codiciadas por las elites, éstas no pueden manejarse como si fueran empresas familiares, círculos ideológicos o partidarios, tampoco como clubes de amigos. La dimensión económica ha adquirido tal magnitud que nos define y clasifica como seres humanos, es decir, ganadores y perdedores, gente de éxito y gente descartable. En efecto, quien carece de dinero al no poder acceder a estos bienes no posee valor y por consiguiente no cuenta…

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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