Epifanías de Joyce o “Ulises” como juego

Cada 16 de junio se conmemora en Dublín la jornada en la que transcurre la novela “Ulises” de James Joyce

La novela “Ulises” de James Joyce se desarrolla en la ciudad de Dublín en una sola jornada, la del 16 de junio de 1904. Cada año los dublineses celebran en esa fecha el Bloomsday para conmemorar las andanzas de sus protagonistas, Leopold Bloom, Stephen Dedalus y Molly.

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Xulio Formoso: James Joyce

Los más apasionados inician el recorrido desde la Torre Martello de Sandycove, donde comienza la novela, desayunan riñones de cordero en una tasca cercana, como hacía el protagonista, y recorren fielmente los itinerarios de la narración hasta Eccles St., donde Bloom se reencuentra con su Molly/Penélope.

“¿Recuerdas tus epifanías en hojas verdes ovaladas,
profundamente profundas, copias para enviar,
si morías, a todas las bibliotecas del mundo,
incluída Alejandría?. Alguien las había de leer
al cabo de unos pocos miles
de años, un mahamanvantara”
“Ulises” (Tomo I Pág. 126)

Epifania introductoria de la metemsicosis

Nada está tan claro en la obra de James Joyce como que toda ella es una única narración. Y así como hay una única historia hay también un único personaje central que es a su vez el propio autor. No quiere esto decir que la obra de Joyce sea autobiográfica. Lo es en gran medida pero no exclusivamente. Joyce aprovecha de sus vivencias las situaciones anímicas que aquellas provocan en su alma de artista. Y desde ahí intenta elaborar la denuncia de lo que denomina “epiclesis”, una suerte de parálisis que afecta a la sociedad de su tiempo, ubicada en una ciudad, Dublin, que es, a su vez, todas las ciudades.

Así, el niño, el adolescente y el hombre maduro de “Dublineses” son el mismo personaje en las diversas etapas de su vida, y al mismo tiempo son el Stephen Dedalus de “Stephen el héroe” y “Retrato del artista adolescente”. Y también el Richard y el Robert de “Exiliados”. Y todos ellos –o todo él- son a su vez Stephen Dedalus y Leopold Bloom de “Ulises”, dos personajes que son uno solo: protagonistas simultáneos de la juventud y la madurez de James Joyce, con las coincidencias y las contradicciones, con la dialéctica, que cualquier persona mantiene lo largo del tránsito de estos dos estadios de la existencia.

El mismo escritor reconoce a ambos protagonistas como un mismo personaje cuando califica a uno de ellos, por boca de Frank Mulligan en el capítulo 9 de “Ulises”, de “jesuita judío”. Stephen Dedalus, de profunda formación católica en un colegio de jesuitas, queda de este modo definitivamente identificado con el hebreo Leopold Bloom. En el transcurso de la novela el acercamiento entre ambos personajes va intensificándose hasta que, finalmente, terminan siendo uno solo. En los capítulos finales esta fusión se lleva a cabo mediante la técnica de relación padre-hijo que termina engendrando al personaje definitivo: el “menage a trois” (Leopold-Molly- Stephen) ideado por Bloom, no es más que la relación sexual monógama con que el protagonista sueña. Y en su afán de identificación en una única persona Joyce hace desfilar por la mente de Leopold Bloom (mientras asume el momentáneo papel de padre de Stephen), durante una de las maravillosas visiones surrealistas del capítulo 15, a su propio padre que le pregunta:

– «¿No eres tú mi hijo Leopold?”
A lo que Bloom responde:
– «Creo que sí, padre”

Y asimismo a su hijo de 11 años, Rudy, quien podría ser Stephen de no haber muerto: una suerte de metemsicosis humana.

A lo largo de su intrincada obra Joyce maneja simultáneamente infinidad de elementos que hacen que pueda tener múltiples lecturas. Se puede encontrar una interpretación religiosa, otra política, una autobiográfica, una lectura paralela a la obra homérica, así como biológica, simbólica, literaria, etc, etc. Todas ellas proporcionan inagotables elementos de análisis.

En realidad, leyendo a Joyce e intentando buscar sus últimas consecuencias, se encuentran todas las satisfacciones que proporciona la actividad indagatoria. Aquí, “la búsqueda del tesoro es el tesoro”, como afirmaba Julián Ríos (el autor español que más se aproxima a la literatura de Joyce) en un artículo sobre Joyce publicado en la revista “Quimera” (abril de 1981): “La nueva escritura de Joyce, al forzarnos a aguzar el ingenio, acaba transformando de forma muy similar nuestros viejos hábitos de lectura meramente pasiva, baldía. Y del mismo modo que Baudelaire, Joyce pide al lector que sea verdaderamente su cómplice: “mon semblable, mon frere”. O, como lo modifica Joyce en un feliz juego, “my shemblable! My freer, Mi semejante! Mi hermanumisor!”.

El término epifanía, de reminiscencias inequívocamente religiosas, es extraído por Joyce de D’Annunzio, según Umberto Eco. Para Joyce la epifanía significaba la revelación repentina de las cualidades esenciales y constitutivas de algo. En “Stephen el héroe” Joyce define la epifanía como “una súbita revelación espiritual, ya en las formas comunes del lenguaje y del gesto, ya en un momento significativo de la misma mente (…) la tarea propia del hombre de letras era fijar en el recuerdo estas epifanías con extremo cuidado, puesto que son lo que en cada momento se da de más vaporoso y delicado (…) En el momento en que alcanza el estallido, el objeto queda epifanizado (…) Es precisamente en la epifanía entendida de este modo donde (se encuentra) la tercera y suprema cualidad de la belleza (…) He aquí que entonces el alma del objeto más común (…) se nos aparece radiante. El objeto llega a su propia epifanía”.

Las epifanías son producidas por vulgaridades casuales de la vida cotidiana pero elevadas sobre sí mismas y transfiguradas. Los simbolistas pretenden que el término no es sino una variante de la técnica de sus producciones. Pero las epifanías de Joyce son algo más que símbolos, pues son cosas corrientes a las que el autor proporciona extensión de infinito. William York Tindall (“Guía para la lectura de James Joyce”. Monte Ávila Editores) dice que “… Joyce prefiere epifanía a símbolo porque el resplandor de la epifanía es eclesiástico, y el del símbolo actualmente más secular, y Stephen, si bien no está exento de tradición literaria, está centrado en la iglesia y el país que rechazaba. La fiesta de la Epifanía, que se celebra el 6 de enero, conmemora la llegada de los tres reyes a un pesebre donde, aunque sólo vieron a un recién nacido, vieron algo más. Ese Niño, percibido entonces y revelado, es el cuerpo resplandeciente. De ahí toma James Joyce su forma de mirar los objetos insignificantes pero reveladores de Dublín. Y continúa diciendo acerca de la cosa a la cual la penetración, la totalidad y la relación armónica de las partes convierten en poderosa: “… el alma del objeto más común, cuya estructura es tan ajustada, nos parece resplandeciente. El objeto logra su epifanía”.

Cada una de las obras de Joyce puede ser estimada como una relación de epifanías, pero cada obra es también en sí misma una epifanía. Y puede considerarse a la totalidad de su producción como una “epifanía de epifanías”, tal es el infinito caudal de su contenido.

Epifanía del nacionalismo

Se ha acusado a James Joyce de antipatriotismo. Es comprometedora esta acusación en el difícil momento político por el que pasaba su nación: el tránsito de Irlanda hacia su independencia en un ambiente nacionalista radical y en gran medida dogmático.

Sin embargo a Joyce no se le puede calificar de antinacionalista. Amaba a su patria y estaba orgulloso de la lucha antiimperialista que ésta sostenía contra Inglaterra. Sus mismos orígenes familiares le dejaron en herencia una encendida pasión nacionalista de la que en muchas ocasiones se sintió orgulloso: así el matrimonio de su abuelo con Ellen O’Connell, pariente de Daniel O’Connell, libertador y patriota, héroe nacional de Irlanda. Incluso, pese a su penuria económica, haría restaurar y transportar a su exilio voluntario de Trieste los retratos de algunos antepasados, en una curiosa mezcla de orgullo nacional y adoración por los blasones. Pero su pasado se va conformando de victorias pírricas (Pirro es otra de las epifanías de “Ulises”) y por ello tratará de enterrarlo. Es la solución a la adivinanza que Stephen plantea a sus alumnos del colegio de Dublín: “el zorro enterrando a su abuela bajo una mata de acebo” (“Ulises”. I. p. 107) (de acebo eran los maderos de la cruz de Cristo), imagen que vuelve a repetirse en el capítulo 3 cuando un perro entierra también a su abuela (I. p.134) y en el capítulo 15 (II. P.189) con más virulencia: “Un grueso zorro sacado de su escondite, cola tiesa, habiendo enterrado a su abuela, corre velozmente hacia lo abierto…”: Joyce intenta liberarse de su pasado para elevarse, porque para él, como para Stephen, la historia “… es una pesadilla de la que trata de despertar” (“Ulises”. I.p.107).

La acusación de antipatriotismo viene provocada porque Joyce tenía un talante universalista. Para él una nación es “… la misma gente viviendo en el mismo sitio”. Contempla Irlanda al mismo tiempo como estado único y como el mundo entero. Joyce quería la europeización de Irlanda. Nunca atacó el nacionalismo. Arremetió, sí, contra un patrioterismo cerril y provinciano, dogmático, personalizado en el Ciudadano antisemita (el racismo es un sentimiento visceral) del capítulo 12 de “Ulises”, “… lindo como una rata de cloaca…todo viento y pis como un gato de contaduría”. No se oponía a una Irlanda libre sino a un dogmatismo, a un Polifemo cuya visión unidimensional no contemplaba los aspectos más humanos de la vida:

«¿Habla usted de la nueva Jerusalén? –dice el Ciudadano
Hablo de la justicia -dice Bloom”

Y en otro pasaje (“Ulises”. II. p.203)

– «Usted muere por su patria –le dice Stephen a un soldado- No es que se lo desee. Pero yo digo: que mi patria muera por mí.”

Francesca Romana Paci (“James Joyce. Vida y obra”. Ed. Península), frente a las acusaciones de hostilidad hacia los ideales de un autogobierno irlandés con que fue inculpado Joyce, asegura: “Joyce deseaba la independencia de Irlanda pero no aprobaba y no podía compartir los métodos del partido irredentista. Y sobre todo era contrario a la violencia y a la ceguera de un nacionalismo cerril”.

Para Joyce Irlanda era su madre y siempre lo acompañaba simbolizada en la epifanía de una patata arrugada que mantenía constantemente en su bolsillo. Nunca renunció a Irlanda, como nunca renunció a su madre. Puede decirse que desechó ciertas actitudes de su patria (el nacionalismo irracional) como de su madre (un catolicismo no menos irracional) en su esfuerzo por liberarse de los dos amos de los que se sentía esclavo: “el estado imperial británico y la santa iglesia católica, apostólica y romana”. Si muestra cierta actitud de rechazo hacia la lechera del capítulo 1 de “Ulises” (otra epifanía de Irlanda: “una anciana errante, baja forma de un ser inmortal, sirviendo al que la conquistó”. “Ulises” I. p.89) jamás renuncia a la patata simbólica que, cuando le es arrebatada por una prostituta (Capítulo 15 de “Ulises”) se esforzará en recuperar.

Su sentimiento nacionalista tiene como referente a James Stewart Parnell, héroe independentista irlandés que fue abandonado y más tarde asesinado por sus amigos y por sus propios correligionarios a causa de su adulterio con Kitty O’Shea: las ideas y prejuicios sociales y religiosos de los patriotas estaban por encima de sus ideales políticos. El hecho afectó profundamente a Joyce quien, ¡a los nueve años! escribe una poesía titulada “Et tu, Healy” (influencia de “Et tu Bruto…” de Julio César) dirigida a Tim Healy, el lugarteniente de Parnell que también acabó traicionándole, y en la que ataca a los enemigos “políticos” de Parnell.

Parnell será uno de los ‘leit motiv’ de la obra joyceana, en la que aparece con frecuencia (en el capítulo 16 de “Ulises” es tratado en profundidad) ya sea por medio de alusiones, haciendo creer en el regreso del héroe que “no está en absoluto en (la) tumba (…) volverá algún día” (“Ulises”. I.p.218) o a través de uno de sus hermanos, quien designa a Leopold Bloom como sucesor del héroe independentista en el capítulo 15 de “Ulises”.

El tema Parnell está unido a otro de los ‘leit motiv’ de Joyce: el de la traición. Parnell fue traicionado por sus compañeros porque “Irlanda siempre ha traicionado a sus héroes”, escribe en “Il Fenianismo”, artículo que publica en “IlPiccolo della Sera” de Trieste el 19 de mayo de 1907 sobre la secta autonomista “Sinn-Fein”, de la que Parnell fue impulsor. El autoexilio de Joyce fue provocado por esta fatal traición de Irlanda para con sus hijos: “Me echó. Por culpa suya he vivido años de exilio y de pobreza” haría decir a uno de los protagonistas de “Exiliados”.

Epifanía de la traición

Joyce considera los temas de la traición y la ingratitud como características constitucionales del alma irlandesa. En su poema “Gas from a Burner” dice:

Hermosa nación que siempre desterraste
Del suelo patrio a los artistas y escritores
Y que traicionaste irlandesamente
A todos tus caudillos repetidamente

La traición, motivada sobre todo por el caso Parnell, se refleja en la obra de Joyce a través de varias epifanías que básicamente se personalizan en Molly (sobre todo), Cristo, Shakespeare (en “Ulises” sostiene que Anne Hathaway, esposa de Shakespeare, había cometido adulterio con un hermano del dramaturgo) y Oscar Wilde. Pero la traición es a la vez un deseo de expiación de sus culpas contra su madre y su esposa Nora. En “Exiliados”, Joyce/Richard dice: “En el fondo de mi corazón miserable yo deseaba ser traicionado”.

En “Ulises” Leopold Bloom no responde con violencia a la traición de adulterio de su esposa Molly: su venganza es un carteo inocente y clandestino con una tal Mary Clifford, a nombre de Henry Flower. Nunca sus reacciones podrían ser violentas porque “un artista debe rechazar siempre la violencia bajo todas sus formas, porque sus victorias y sus conquistas son las del pensamiento”. Leopold Bloom no quiere enfrentarse con Boylan, el amante de Molly, aunque el adulterio de su esposa lo atormenta profundamente y el tintineo de las arandelas de bronce de la cama de Molly lo persigue de continuo. La traición de Molly lo acosa dondequiera que va, en su imaginación o en las visiones, como la de “… un generoso brazo blanco (que) lanzaba una moneda desde una ventana de la calle Eccles” (“Ulises”.II.p.363), la misma visión flaubertiana en “Madame Bovary”: “Salió una mano desnuda por debajo de las cortinillas de lona amarilla…” (“Madame Bovary”.p. 297). Al escritor francés le unen no pocas afinidades; entre ellas no es la menos importante la identificación de la belleza con la verdad.

Epifanía de la mujer

Otro de los temas eternamente presentes en la obra de Joyce es el de la mujer. También todas las mujeres son la misma mujer, con insignificantes variaciones. Poseen siempre una irresistible, continua y positiva fuerza vital, que se encuentra en Eveline, en María y en Gretta de “Dublineses”; en la prostituta de “Retrato del artista adolescente”, primera experiencia sexual de Stephen Dedalus, a la que Joyce hace reaparecer en “Ulises”: “… la puta del callejón. Una puta sucia con sombrero ladeado de paja negra de marinero salía a la luz con mirada vidriosa a lo largo del muelle hacia el señor Bloom. La primera vez que vio esa forma seductora” (“Ulises”.I.p.448); en Emma Cleary de “Stephen el héroe” y, sobre todo en Molly. A estas características se une una acusación de culpabilidad: la responsabilidad de la mujer de la presencia del mal en el mundo: “Una mujer trajo el pecado al mundo. Por una mujer que no era ningún modelo, Helena, la escapada esposa de Menelao, los griegos hicieron la guerra a Troya durante diez años. Una esposa infiel fue la primera que trajo a los extranjeros aquí, a nuestra orilla, la mujer de McMurrough y su concubino O’Rourke, príncipe de Ereffni. Una mujer también hizo caer a Parnell…” (“Ulises”.I.p.117). Tal vez como expiación de esta culpabilidad, convierte a Leopold en mujer durante una de las escenas de capítulo 15 de “Ulises”.

De modo que Joyce coloca a la mujer sobre un altar y en un burdel al mismo tiempo. La mujer es la fuerza generatriz, la consoladora, la dispensadora de perdón y de alegría, pero es también al mismo tiempo la criatura amoral, lasciva, estúpida, instintivamente pecadora y capaz únicamente de ser fecundada (la fertilidad de la mujer merece todo un capítulo –el 14- de “Ulises”).

Joyce mantiene un permanente enfrentamiento con la mujer. Por momentos es una batalla inconsciente que le lleva a cometer acciones que en el fondo condena. Pero la verdad es que a menudo provoca el sufrimiento de las mujeres de su vida, de su madre y de su esposa principalmente. Por ello hace que en “Exiliados” Bertha termine por llamar a Richard “Asesino de mujeres. Este es el nombre que te corresponde”.

La mujer también es para Joyce una fuerza vital fundamental y primigenia, que avanza a través de todas las dificultades. Su idea de mujer incorpora, desacralizados, muchos aspectos de la Virgen María (en una de sus epifanías Joyce hace aparecer a su madre bajo la apariencia de la Virgen): Molly Bloom, a pesar de su amor pagano, sabe comprender y perdonar. Por ello –y en el último párrafo de “Ulises”- se redime finalmente por una sola de sus acciones: “… y le atraje encima de mí para que él me pudiera sentir los pechos todos perfume sí y el corazón le corría como loco y sí dije sí quiero SI”.

NOTA:

Las obras de Joyce que se han manejado para este artículo corresponden a las ediciones siguientes:

  • “Dublineses”. Alianza Editorial
  • “Retrato del artista adolescente”. Argos Vergara
  • “Stephen el héroe”. Lumen
  • “Exiliados”. Bruguera
  • “Ulises” (I y II). Bruguera
Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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