Erdogan aviva el conflicto con los kurdos

Las últimas imágenes tomadas en Sur, el casco histórico de la sudoriental ciudad turca de Diyarbakir, que está sometida a un férreo bloqueo de las fuerzas armadas de Turquía desde hace 60 días, exhiben un grado de devastación que más cabría esperar de Siria, informa Joris Leverink (IPS) desde Estambul.

La acribillada mezquita de Fatih Pasa, en Diyarbakir, una ciudad en el sudeste de Turquía, sufrió graves daños en los enfrentamientos entre las fuerzas armadas turcas y combatientes kurdos. Crédito: Joris Leverink / IPS. Arriba: barricadas en las calles de Diyarbakir

 

En más de un sentido – calles vacías llenas de escombros, edificios bombardeados, tanques y soldados disparándoles a agresores invisibles – la situación en las regiones del sudeste de Turquía, predominantemente kurdas, se asemeja a la de una zona de guerra.

El gobierno afirma que libra una lucha contra el terrorismo. Sin embargo, las operaciones de seguridad se caracterizan por un uso exagerado de la violencia, que aísla del mundo exterior a ciudades y vecindarios enteros y mantiene atrapada a la población civil en el interior de sus casas durante semanas.

Organizaciones internacionales de derechos humanos han reclamado que cese el castigo colectivo de toda una población por los actos de una pequeña minoría.

En su segundo congreso general a finales de enero, el principal representante político de la población kurda en este país, el Partido Democrático de los Pueblos (HDP, en turco), hizo hincapié en su determinación de buscar una solución pacífica al violento conflicto: «Si la política puede desempeñar una función, las armas no son necesarias. Donde no hay política, habrá armas», resumió la situación Selahattin Demirtas, el copresidente del partido.

De la autonomía al conflicto

En la primavera boreal de 2013 había grandes esperanzas de que se alcanzara una solución política a las décadas de violento conflicto entre el Estado turco y su minoría kurda, representada en el campo de batalla por el izquierdista Partido de Trabajadores de Kurdistán (PKK).

Después de años de lucha y de decenas de miles de muertos, ambas partes parecían decididas a acabar con la guerra y participar en conversaciones de paz. Las hostilidades cesaron durante casi dos años y medio, pero la precaria paz llegó a su fin en el verano boreal de 2015.

Como consecuencia de la guerra en Siria, las tensiones entre los kurdos en Turquía y el gobernante Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) alcanzaron su punto de ebullición. En territorio turco los kurdos luchaban contra varios grupos opositores yihadistas y sirios apoyados por Ankara, entre los que se destacan el extremista Dáesh o Estado Islámico (EI).

Cuando los grupos kurdos en Turquía se convirtieron en el blanco de dos atentados suicidas vinculados a EI – en Diyarbakir, en junio, y en la sudoccidental ciudad de Suruc, en julio – los ataques se atribuyeron al AKP.

El cese al fuego declarado por Abdalá Ocalán en 2013 terminó y la violencia se intensificó rápidamente. Turquía lanzó ataques aéreos contra objetivos del PKK en el norte de Iraq, y en represalia los combatientes kurdos atacaron a las fuerzas de seguridad dentro del territorio turco.

Después de haber perdido la confianza en que el Estado turco tomara en cuenta las quejas del pueblo kurdo relativas al derecho de hablar y ser educados en su lengua materna, a practicar su propia religión, a tener representación política y a proteger el ambiente natural de sus tierras históricas, muchos kurdos recurrieron a la ideología de la «confederación democrática».

Desarrollada por Abdulá Ocalan, el líder del PKK en la cárcel, la confederación democrática promueve la autonomía de las comunidades locales y la descentralización del Estado.

Cuando ciudades y vecindarios de las regiones kurdas de Turquía comenzaron a declarar su autonomía tras la intensificación del conflicto, el Estado turco, bajo la presidencia de Recep Tayyip Erdogan, respondió enviando al ejército y declarando decenas de toques de queda que, en la práctica, equivalen a asedios militares.

Se estima que en los últimos seis meses habrían muerto 200 civiles víctimas de los enfrentamientos, además de cientos de soldados y combatientes kurdos.

Sombría perspectiva para la paz

El régimen político sometió a una severa presión al HDP después de que se convirtiera en el primer partido con raíces en el movimiento de liberación kurdo en superar el 10 por ciento de los votos en las elecciones parlamentarias de junio – el elevado umbral electoral necesario para contar con representación parlamentaria – y nuevamente en las elecciones anticipadas de noviembre.

El presidente Erdogan sugirió que se debía despojar de su inmunidad a los legisladores de HDP para que pudieran ser procesados ​​por apoyo al terrorismo.

No obstante, el partido se niega a sucumbir a la intimidación y ha solicitado en repetidas ocasiones una solución pacífica y democrática al conflicto: «A pesar de toda la opresión está surgiendo un nuevo modelo democrático», aseguró la copresidenta del HDP, Figen Yuksedag, en su intervención en el congreso legislativo.

«Este modelo continúa obteniendo apoyo, incluso mientras se le ataca. El HDP tiene una responsabilidad histórica para llevar este proyecto a buen puerto», declaró.

Su copresidente Demirtas añadió una advertencia a esas palabras. «Si no somos capaces de producir una solución para que cese la violencia, es el fin de la política en Turquía», afirmó.

Lamentablemente, las perspectivas de una solución política son escasas. Alcaldes y representantes políticos de los pueblos y distritos donde la población reclamó la autonomía son procesados ​​y encarcelados.

«Vamos a luchar contra los que quieren construir un Estado dentro del Estado con la excusa de las aspiraciones de autonomía y autogobierno», advirtió Erdogan.

Recientemente, el primer ministro Ahmet Davutoglu se comprometió a continuar las operaciones militares hasta que «nuestras montañas, llanuras y ciudades se limpien de estos asesinos».

Este tipo de discursos sin concesiones de parte de los dos líderes políticos más poderosos del país infunde pocas esperanzas de que el gobierno se prepare para volver a la mesa de negociación a corto plazo.

Los kurdos, tanto en Turquía como en Siria, son vistos como la mayor amenaza para la integridad territorial de sus países, para los cuales no existe un precio demasiado alto para acabar con esa amenaza percibida.

De la misma manera que Turquía se negó a permitir que los kurdos sirios participaran de las negociaciones en Ginebra, también se niega a entrar en diálogo con los kurdos de su territorio.

Las múltiples referencias a Siria en este artículo no son una coincidencia. Si el gobierno turco sigue ignorando las alternativas a la solución militar para el conflicto actual existe una amenaza muy real de que parte del país pronto se asemeje a su vecino del sur.

La invitación del HDP está allí. «El diálogo y la negociación deben ser el método cuando el público está en peligro. El fortalecimiento de la democracia es la única manera de salvar a Turquía del desastre», según Demirtas, el copresidente del partido.

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