Esfuerzo y corrupción en las pruebas de selectividad

Mi hija se presentó hace unos días a las pruebas de selectividad para el acceso a la Universidad y lo ha hecho con una buena nota media en los dos cursos de bachillerato. Esos resultados han sido fruto exclusivo del esfuerzo, muchas horas de estudio y muy pocas de solaz, consciente de que solo así se puede sentir satisfecha con el resultado final de su trabajo y solo así se puede aspirar a la dignidad de ser una persona honrada.

Reparo en que al calificarla como tal siento un poco de recelo. Puede que sea fruto del entorno mediático en que discurre este país desde hace demasiado tiempo. Acostumbrado a la torrentera de corrupciones políticas y económicas, me resulta acaso excesivamente ejemplar la actitud de mi hija, consciente ella misma de que esa corrupción afecta a no pocos estudiantes cuando trampean en los exámenes. Espero que los nervios no la haya traicionado y que los resultados finales estén a la altura de su entrega al estudio durante estos dos últimos años. Se merece unas calificaciones en correspondencia con su esfuerzo y honradez.

Mucho me temo, sin embargo, que esas características éticas se puedan ir perdiendo cada día más ante la influencia que la corrupción patria está teniendo en todos los ámbitos de la sociedad. Hoy me acabo de enterar de la existencia en los comercios de productos-espía de un reloj chuletario del que pueden echar mano los estudiantes para leer sus apuntes durante los exámenes, según se explica en un vídeo adjunto. Su venta en Madrid, coincidiendo con las pruebas de selectividad, ha sido notable. El reloj chuletario dispone de una pantalla táctil que puede acceder por Bluetooth a los archivos contenidos en el teléfono móvil. De esta manera, una copia digital de los apuntes dentro del Smartphone puede verse directamente desde el reloj.

Al parece este artilugio es fruto de una renovación más avanzada que sustituye la obsoleta técnica del pinganillo: un pequeño receptor de audio que se introducía en el oído, de forma imperceptible, y permitía al estudiante (con ayuda de un cómplice en el exterior) conocer las respuestas del examen que le ‘chivaban’ desde el exterior a través de una llamada a su móvil. La gran penetración de este truco llevó a muchas universidades y centros de examen a colocar inhibidores de frecuencias, que impedían la comunicación por voz a través del teléfono móvil, en un intento por evitar esa corrupción naciente que luego se traduce en corrupción rampante en cualquier esfera de la vida a la que esos tramposos puedan acceder.

Ante semejantes técnicas de la añeja y deplorable picaresca celtibérica solo les puedo decir que cuando hace unas fechas abracé a mi hija y le deseé la suerte que merece, no pude evitar la emoción de saberla dispuesta a creer en un país distinto al que nos muestran cada día los medios de comunicación, porque con gente como ella otro mundo es de verdad posible.

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