Fraudes e irregularidades en la medicina

Roberto Cataldi¹

El engaño en salud con fines de obtener un beneficio económico es tan antiguo como el engaño mismo. Cada día nos enteramos a través de los medios de comunicación de nuevas formas de fraude que abarcan prácticamente todos los ámbitos de la vida social, pues no solo se trata del fraude científico y médico.

Hwang Woo-suk, investigador coreano, hizo creer a la comunidad científica que había conseguido la primera clonación de células madre de origen humano. La prestigiosa revista Science le publicó su trabajo. En su país fue considerado un «héroe nacional». Este descubrimiento abría una nueva puerta al tratamiento del parkinson, el alzhéimer y la diabetes.

El engaño duró años y, el gobierno de su país le otorgó millones de dólares para que siguiera con sus investigaciones y lo ubicó al frente del primer banco mundial de células madre. En 2005 sus colegas lo acusaron de haber utilizado células madre falsas para su investigación. El gobierno designó un comité científico investigador que halló fallas procedimentales, pruebas simuladas y datos falsos. Y tres laboratorios independientes confirmaron que la mayor parte del material genético de las clonaciones no coincidía con el ADN del donante.

Woo-suk fue expulsado de la Universidad de Seúl y le cerraron su laboratorio. Lo condenaron a dos años de prisión en suspenso y debía estar tres años bajo vigilancia de las autoridades. Pero el tribunal tuvo en cuenta su autoridad en clonación animal y que el dinero lo destinó a asuntos relacionados con la investigación. Woo-suk terminó admitiendo haber falsificado algunos datos y, siguió trabajando en un laboratorio local siempre en el campo de la clonación.

El mayor fraude reciente es el de Elizabeth Holmes, una joven muy lista, vendedora nata, sin títulos académicos, quien en 2003 con apenas diecinueve años fundó una startup de diagnóstico médico, Theranos. A partir de una gota de sangre que el propio paciente podía tomar en el hogar con la pinchadura de un dedo, surgirían diagnósticos a través de un software.

Holmes tuvo la habilidad de engañar a inversionistas, empleados, junta directiva y medios de comunicación que llegaron a consagrar a esta versión de Sillicon Valley como una estrella naciente. La empresa fue valuada en nueve mil millones de dólares y, evitaba ofrecer mayores detalles porque se escudaba en el secreto industrial, pero lo cierto es que sus aparatos no servían. El mes pasado un jurado la consideró culpable de engaño fraudulento a inversores y se aguardaba la sentencia del juez.

Hace un par de años los medios daban cuenta de varios robos de equipo médico en hospitales públicos de la Provincia de Buenos Aires, que la justicia caratuló como «hurto». Esto motivó que hiciera una nota y la publicara. Son aparatos costosos que terminan en el «mercado negro de la medicina», y que suelen ser comprados por médicos, quienes si no saben la procedencia al menos la intuyen, pues, se trata de material usado y a precio de oportunidad. Un equipamiento que resulta vital para salvar no pocas vidas y cuya reposición no es automática.

La ley intenta dejar en claro la diferencia entre hurto, robo y expolio o atraco. El origen del concepto de hurto nos remite al Derecho Romano y hoy se refleja en los códigos penales de los distintos países. Tengo entendido que el «hurto calificado» sería el que mayores confusiones interpretativas genera, pero éste es un tema de los doctrinarios del derecho y de quienes deben aplicar la ley, y yo soy un simple ciudadano de a pie. Solo quiero subrayar mi preocupación, porque en un ámbito tan sensible como el de la salud y dadas las graves consecuencias me pregunto: ¿podemos calificar el hecho como un simple hurto?

Sin caer en una defensa corporativa ya que en todos las profesiones hay quienes no cumplen con la ética normativa, daría la impresión que la mala praxis recaería solo en el área médica, y no faltan quienes reclaman una responsabilidad por el resultado, pretendiendo penalidades casi draconianas, como las del Código del rey Hammurabi, ignorando que los médicos solo tenemos una responsabilidad de medios.

Un ministro de salud refiriéndose a la vacunación dijo, no sin soberbia, que hay muchas cosas que un médico de a pie no sabe, pero que saben las autoridades… Creo que en este tema como en tantos otros, nadie tiene el monopolio del conocimiento. Soy un médico de a pie de 73 años, con 49 años de profesión dedicados a asistir enfermos y formar camadas de médicos (varios de ellos ejerciendo en distintos países) y, puedo afirmar que los médicos de a pie solemos tener mucha experiencia en terreno, no práctica de escritorio, de allí las reuniones científicas en donde intercambiamos información, opiniones y debatimos en beneficio del paciente.

Con la COVID-19 muchas son las dudas que no están disipadas, por consiguiente es natural que colegas de vasta experiencia aguarden prudentemente datos validados internacionalmente. El ámbito científico no es el de la obediencia debida, tampoco el de las creencias, y la tarea primordial es proteger al paciente.

En cuanto a los datos «macro», es importante recordar que este prefijo derivado del griego, tanto en medicina como en economía o en cualquier otra actividad, indica la sumatoria de las diferentes experiencias que permiten obtener una gran cantidad de datos. Pero está claro que el que recoge la información que le envían carece de las vivencias que aporta la asistencia de los pacientes, por eso no tiene experiencia en terreno, algo que muchos pasan por alto, comenzando por las autoridades.

El Colegio Médico del Perú acaba de cuestionar al recientemente designado ministro de salud, no solo porque carecería de méritos para ejercer esa función, sino por promocionar en las redes sociales un «agua medicinal» que retrasaría el envejecimiento y que no tendría avales científicos, la cual se vende en unas pequeñas botellas a 68 dólares. Y claro, cómo la gente no va a desconfiar de las instituciones y sus autoridades.

Donald Trump y Jair Bolsonaro, al frente de sus respectivos países y en medio de la etapa más difícil de la pandemia, recomendaron tomar la hidroxicloroquina para combatir al coronavirus, sin tener en cuenta la escasa evidencia científica de este medicamento como antiviral y revelando una vez más la temeridad que los caracteriza.

Con la pandemia y las restricciones cobraron existencia los «trabajadores esenciales», quienes están más expuestos al riesgo y perciben salarios más bajos, lo que induciría a pensar que su contribución al bien común no merecería mayor atención. Con el personal de salud al principio de la cuarentena había aplausos, y después de dos años de trabajo ímprobo, agotador, más los contagios y las muertes, surgen cuestionamientos y hasta agresiones físicas por situaciones que no siempre dependen del médico.

En fin, pienso que muchos problemas de asistencia se solucionarían, en lo público y lo privado, con personal bien entrenado y condiciones de trabajo dignas, acordes a la responsabilidad y el riesgo. Pero como en tantas otras oportunidades me pregunto: ¿Quién cuida a los que cuidan?

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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