Guatemala: causas estructurales del conflicto

El reciente mensaje de la Conferencia Episcopal de Guatemala es una invitación a la reflexión y a transitar por un camino diferente del que estamos recorriendo.

Ileana Alamilla[1]

Los Obispos recuerdan que en la víspera de la firma de los Acuerdos de Paz señalaron “para asegurar que la paz que buscamos en Guatemala sea firme y duradera, se requiere que sea construida sobre una verdadera reconciliación… Es imprescindible comprometer a todo el pueblo, especialmente a quienes tienen en sus manos el poder económico y político en su cumplimiento, hasta llegar a extirpar las causas que originaron el conflicto y los gravísimos males físicos, mentales y morales provocados por una guerra fratricida de más de 36 años”.

“El secular enfrentamiento, el odio y la violencia, son una realidad que se ubica en la misma raíz de nuestro pasado”. “Nuestra realidad actual no es más que el resultado de injusticias sociales acumuladas, fraguadas en esta secular historia de despojo y opresión”, recuerda el mensaje.

El documento tiene la virtud de colocar los temas centrales que están haciendo de nuestro país un lugar invivible, con un modelo que concentra la riqueza en pocas manos, con grupos de presión que tienen el poder de vetar cualquier propuesta que mengüe mínimamente sus privilegios, con ausencia total de estadistas y de verdaderas políticas públicas de beneficio social.

Hablan también de la necesidad de la verdadera reconciliación que se logrará sanando las causas que han producido la injusticia y orientándose hacia el perdón, fundado en la verdad; sin perdón no hay futuro, lo que no significa impunidad, ni freno a los caminos propios de la justicia, que debe cumplirse.

Pero nada más alejado de lo que hoy tenemos enfrente. Odios viscerales, rencor acumulado, señalamientos, pasquines que incitan a más violencia y más odio, señales de lo que nos tocará vivir si continuamos en este despeñadero.

Y en el área rural las preocupaciones son otras. El Banco Mundial y el INE dieron a conocer lo que viven las mayorías, esas que están sumidas en la miseria, las que no tienen en sus corazones más que ansias de vida con dignidad, de saciar el hambre, de salvar a sus hijos de la ignorancia, de sacarlos de la miseria, de poder curarlos y mantenerlos en estados de salud, de tener lugares dignos donde vivir, de alcanzar algunas satisfacciones.

Las estadísticas reportadas no pueden ser más alarmantes. El informe denominado Mapa de Pobreza Rural 2011 revela que 71 de cada 100 mil habitantes viven en la pobreza, la que está presente en los 22 departamentos, y que los niveles de pobreza extrema, que implica tener ingresos que no alcanzan para cubrir el consumo mínimo de alimento, son más altos en Alta Verapaz, Sololá, Totonicapán y Suchitepéquez.

El 44 por ciento de los municipios presentan una incidencia superior al 75% en pobreza. ¡Tenemos los más altos niveles en la región! Ante este panorama no puede uno más que coincidir con los Obispos y preguntarse ¿por qué si hay numerosos diagnósticos, éste entre los últimos, nunca se diseñan las políticas públicas necesarias, ni se implementan los programas para revertir esta deleznable realidad?

Hay que señalar con un dedo acusador a quienes han ofrecido cambios y no han cumplido. Culpar a quienes lo tienen todo y no sienten el menor remordimiento y sensibilidad ante esta situación. Y autocriticarnos como sociedad por permitir que todo esto pase y no pase nada.

Seguramente estamos dejando una herencia funesta a nuestros descendientes. Ojalá ellos sí puedan perdonarnos.

  1. Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.

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