Hablando de discapacidad

El calendario nos recuerda por un día, que, especialmente hoy, tenemos que hablar de discapacidad. Esa condición que nos asusta cuando ni siquiera la reconocemos nuestra. La invisibilidad de la misma nos hace de nuevo, como cada año, sentarnos a ver qué falta; qué se considera que entra dentro de los derechos humanos, si bien estos son los que nos igualan a todos. Hablamos de discapacidad en el día internacional, para recordar y recordarnos, que falta mucho camino por recorrer aún para que todos seamos iguales.

Es fácil ser autónomo cuando sales a la calle y puedes leer un cartel. Esa obviedad cuando ves, te hace no percibir que los mensajes están dispuestos para ser leídos. Todo es luz, diseño, color; un universo único que nos hace asociar empresas a lugares; productos a nombres, y así toda vez, un mundo preparado para ti. Quiero ir a un bar y voy, quiero un pastel; ese, quiero ver cuándo pasa el autobús, y así cada mañana. Abrir la nevera y que no haya nada o confundir una cara con una planta porque ves una masa, no es fácil de manejar cuando hablamos de la vida, la tuya.

De la misma forma, entras a un cine y, si no tienes bucle magnético, no te enteras de qué está sucediendo, porque la audiodescripción no existe para ti. Tampoco puedes ver la tele si no existe una persona que te cuente qué pasa, y si tu televisor no tiene todos los medios necesarios que algunos ya traen de serie, oye…

Sigamos caminando y verás cómo las aceras, aún mal puestas, tienen obstáculos en mitad de un escenario. Tú vas en silla de ruedas. La persona que te empuja ve cómo no puede subirte porque son muy altas. Allí convergen desde patinetes a bicicletas, basura tirada o cubos en mitad de un paso de cebra. Motocicletas o mesas de terrazas que ahora invaden toda la acera por la economía derivada de la COVID-19. Nadie se pregunta cuando deja tirado el cubo si una persona como tú, podrá pasar. Tampoco si no ve, si se lo va a llevar por delante. Si aparca mal un coche e invade la acera o si deja tirado un objeto, ¿qué importa, verdad?.

Desde que el pavimento podotáctil sigue mal puesto en la mayoría de los municipios, ojo, (arreglados a tal efecto recientemente), hasta árboles en mitad de una acera. También los semáforos en el centro de una ciudad como Madrid, que, inexplicablemente, no son accesibles, siguen ahí, para mayor gloria del que vea. Cómo cruzo, cuándo y de qué forma, es algo que poco le preocupa al de turno. Eso sí, tenemos muñecos ‘colorinchis’ de mujeres y hombres de la mano, dos mujeres juntas o vaya usted a saber qué. Eso sí es importante, pero no saber cuándo cruzar, realmente no se lo plantea nadie.

No digamos si nos subimos a un transporte público. Desde el famoso, próxima parada, es verdad que hemos avanzado, pero aún en muchas empresas no disponen de un servicio de audiodescripción, ergo, no sabes cuándo debes bajarte. Si además, no funciona la pantalla y tú no oyes, como solo puedes bajarte si lees, te aguantas y te buscas la vida; famosa frase donde las haya de los que nacen habiendo perdido derechos.

Y sí, avanzamos, muchas organizaciones nos quejamos, pedimos, rogamos, suplicamos y todo debe ser consensuado hasta que por fin, alguien, cuyo hijo o hija se ve afectado, se pregunta cómo es posible que no estén resueltas esas cosas. Alguno de los políticos que no pueden caminar, se dan cuenta que existen barreras, muchas escaleras, aún no hay las suficientes rampas; que en la hostelería los servicios están en la planta de abajo y lamentablemente, muchos de ellos, los de «minusválidos» se destinan a poner la fregona de turno y el cubo de basura grande. Para uno que viene no lo vamos a desaprovechar, dicen y se jactan.

No digamos si tu hijo nace espástico o con una discapacidad intelectual. Amanece y debes pedir; te tienen que ayudar. La educación especial enseña; pequeños logros que hacen que tu universo y el suyo sea mucho más bonito. Ya puede coger un tenedor; ya se tiene derecho; ya sabe quién soy. A esas personas, que son sus padres, se les cuestiona todo, y todavía hay gente que se permite darles lecciones de vida. Ese hijo que es tuyo, lo es con un día o con cuarenta años, y quizá sabe lo mismo, porque no puede aprender más. Y tú, como padre, te preguntas por qué algunas personas no se ponen en tus zapatos, solamente eso.

Y entretanto pasas la vida rogando. Los padres hemos pedido; hemos suplicado; hemos hecho cualquier cosa que tenga que ver con el coraje, porque sin este, no se puede continuar. Si nos hundimos nadie se salva, y tener una discapacidad es haber nacido y saber desde el minuto uno, qué es la frustración, la queja y el lamento y, sobre todo, la inmensa soledad, porque te tienes que enfrentar tarde o temprano a la puñetera vida.

Discriminaciones en el trabajo, abandono de los amigos que ya no te llaman porque tienen que encargarse de ti; soledad de soledades cuando, en tu pequeño universo, reconstruyes pieza a pieza quién eras antes de haber perdido. Me gustaría que los que hablan de derechos sociales se plantearan alguna vez mi conclusión después de haber conocido este camino. Todos, sin dejar uno, conoceremos la discapacidad; lo que sucede es que aún no lo sabemos. Todos los que estamos en este barco nos reconocemos a la legua, porque tenemos el lenguaje común de la falta de inclusión, de accesibilidad y, sobre todo, de respeto y amor por el prójimo. Hoy puede ser tu hijo, mañana el mío, pero también podemos ser tú y yo. Todos necesitamos de todos, y todavía no nos hemos dado cuenta.

Seguiremos rogando que alguien les lea; pidiendo que les ayuden; soñando que un mundo mejor podría existir si alguien lo organizara de una vez. Soluciones obvias, fáciles y al alcance de los que mandan; pero no, siempre falta algo, porque no se ocupan los que deben preocuparse de ello. Porque la discapacidad sigue siendo invisible como casi todas las cosas que no nos afectan. Llenarnos la boca de palabras no dan soluciones a personas con discapacidad sobrevenida por la edad, por una mala pasada, por una enfermedad genética o, porque la vida, como me enseñara mi padre, QEPD, es dura y contradictoria siempre.

A todas las personas con discapacidad que se reinventan cada día porque no hay plan B y, sobre todo, porque valoran hasta un rayo de sol que aparezca en su pequeña vida. A mi padre, que tanto me enseñó; a mis hijos, que me dejan sin palabras. Gracias a todos los que han permanecido a mi lado. El que da, recibe por ciento.

 

Ana De Luis Otero
PhD, Doctora C.C. Información - Periodista - Editora Adjunta de Periodistas en Español - Directora Prensa Social- Máster en Dirección Comercial y Marketing - Exdirectora del diario Qué Dicen - Divulgadora Científica - Profesora Universitaria C.C. de la Información - Fotógrafo - Comprometida con la Discapacidad y la Dependencia. Secretaria General del Consejo Español para la Discapacidad y Dependencia CEDDD.org Presidenta y Fundadora de D.O.C.E. (Discapacitados Otros Ciegos de España) (Baja Visión y enfermedades congénitas que causan Ceguera Legal) asociaciondoce.com - Miembro Consejo Asesor de la Fundación Juan José López-Ibor -fundacionlopezibor.es/quienes-somos/consejo-asesor - Miembro del Comité Asesor de Ética Asistencial Eulen Servicios Sociosanitarios - sociosanitarios.eulen.com/quienes-somos/comite-etica-asistencial - Miembro de The International Media Conferences on Human Rights (United Nations, Switzerland) - Libros: Coautora del libro El Cerebro Religioso junto a la Profesora María Inés López-Ibor. Editorial El País Colección Neurociencia y Psicología https://colecciones.elpais.com/literatura/62-neurociencia-psicologia.html / Autora del Libro Fotografía Social.- Editorial Anaya / Consultora de Comunicación Médica. www.consultoriadecomunicacion.com Actualmente escribo La makila de avellano (poemario) y una novela titulada La Sopa Boba. Contacto Periodistas en Español: [email protected]

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