Kafka y Praga

A los 135 años del nacimiento, el escritor Franz Kafka deambula en su Praga natal y aun ejerce influencia en la literatura a través de su “mundo kafkiano”: sus cuentos y famosas novelas “El Proceso”, “El Castillo”, y “La Metamorfosis”.

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Xulio Formoso: Franz Kafka.

Praga, la bella capital de la República Checa, debe agradecerle a este ilustre novelista el turismo y la alerta sobre los males de la sociedad que él tan bien expresó: el autoritarismo, la falta de libertad y la incomunicación.

El que leyó o lee “La Metamorfosis” no puede olvidar. Leerla es la apertura hacia una literatura fantástica pero con una fuerte penetración psicológica del autoritarismo en los seres humanos, como el hombre y las sociedades sufren el avasallamiento de su libertad convirtiéndose en “bichos” carentes de estima y decisión, envueltos en la orgía del miedo y el poder. Mirando el mapa geopolítico de nuestro planeta, nos asombramos de la cantidad de países que están bajo dictaduras y gobiernos autoritarios. Kafka supo interpretar esta constante del “posesionamiento” del otro sin respeto y sin comprensión. De allí, el vigor de su pensamiento y la fuerza de su narrativa.

Se lo ha analizado desde el punto psicoanalítico y social, y por ello se le considera precursor de una narración profética, en cuanto pareció vislumbrar la llegada del nazismo y del comunismo como fuerzas autoritarias, y la persecución de los judíos (sus hermanas murieron en campos de concentración).

Toda obra de arte auténtica revela los temas universales del hombre, y Kafka ha sido uno de los grandes escritores que pudo expresar esos temas universales de manera contundente.

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ABianco: Praga, puente sobre el Moldova

Kafka nació en Praga el 3 de julio 1883 y murió el 3 de junio de 1924. Praga es una de las ocho ciudades más visitadas del mundo, tal vez por eso los checos no se esfuerzan por agradar al turista.

– “Tenemos turismo todo el año, a veces es agotador”.

Me confirma una joven que, sin embargo, agradece a la industria el bienestar económico que trajo a la ciudad.

El caso de Kafka y Praga me recuerda a Jorge Luis Borges y Buenos Aires[1], ciudades que nutrieron de ideas, sufrimientos y devenires a estos escritores. Borges, recuerdo que en sus clases mencionaba a Kafka con admiración. Los cafés de Praga forman una extraña red de confabulación y confidencias que se extiende a los cafés de Buenos Aires. Hay algo misterioso en las dos ciudades, algo secreto, una luz lejana, azul, que las une.

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ABianco: cementerio judío de Praga

Me dirijo al barrio judío, donde nació Kafka, de calles estrechas, con sinagogas; la más vieja data de 1270, y el famosos cementerio donde está enterrado es el Olsany. Aunque cuando joven no era muy religioso, al conocer a la joven Diamant se acercó al judaísmo. La antigua sinagoga mantiene el espíritu de aquella época y en el edificio donde nació Kafka hay una placa conmemorativa al lado de un café. Hoy, el barrio es sede de “boutiques” elegantes, hoteles de lujo y joyerías donde el granate, la piedra preciosa Checa, de Bohemia, se engarza en variados diseños. Su color rojo oscuro, púrpura, tiñe la atmósfera del lugar.

A poca distancia se encuentra la plaza principal, Staromestskenam, presidida por la iglesia Tyn, gótica y bella , custodiada por el no menos interesante reloj astrológico, donde se asoma cada hora una calavera recordatoria. Hay que destacar que el casco antiguo de Praga es Patrimonio de la Humanidad desde 1992.

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ABianco: panorámica de la iglesia y abajo la torre de entrada al puente

Visité la ciudad en Pascuas, lucía florida, con ferias en las plazas, y música. Pudimos ver los grupos folclóricos con sus vistosos trajes y escuchar las canciones típicas. Imposible no recordar al compositor Dvorak, cuya casa quise conocer fuera de la vieja ciudad, pero estaba cerrada por reparaciones. También se encuentra allí el museo de Smetana, el otro gran compositor que vivió en la ciudad; ambos músicos pusieron en relevancia las tradiciones musicales de la región.

La ciudad fue fundada en el siglo IX, sobre el rio Moldava, que hace un bucle y tiene un salto que limita su navegación. Fueron los celtas los que deambularon por estas regiones, luego los germanos, los eslavos, los eslovacos y los checos…

Es muy bonita la leyenda que cuenta que la princesa Libuse vio, en profecía, una gran ciudad cuya gloria tocaría las estrellas: Praga. Se casó luego con Premysl fundando la famosa primer dinastía. Praga fue sede del reino de Bohemia, centro del imperio austrohúngaro y capital actual de la República Checa.

Al cruzar el puente Carlos, se vive la escenografía de un pasado que parece intacto. Carlos IV dio impulso, en el siglo XIV a la ciudad, creó la primera Universidad de Europa central, alentó la construcción de edificios, y terminó el puente que lleva su nombre, de 516 metros de largo, sostenido por 16 arcos y decorado con 30 estatuas. Las torres que lo resguardan son las más antiguas de Europa.

Al cruzarlo nos enontramos en Mala Strana y el escritor Jan Neruda, autor de Cuentos de Mala Strana (1877) sobre la burguesía que se vivía en este barrio. Se encuentran, asimismo, la iglesia de San Nicolás (1704-1756), y la del Niño Jesús de Praga, con un pequeño museo, no exento de ternura, que muestra los vestuarios del niño.

Para conocer los predios del castillo de Praga hay que subir la colina. Allí se encuentra la iglesia barroca de Loreto, el museo de Historia del Arte y los predios reales: la catedral de San Vito del siglo XIV, lugar de coronación de todos los reyes de Bohemia, el antiguo castillo medieval con sus monumentales salas, la basílica de San Jorge, la galería pinacoteca del castillo, las torres Dalibor y Negra, y el Callejón de Oro, donde se supone que los alquimistas creaban el oro.

El camino nos lleva a los antiguos viñedos de la familia real, para descender hacia el lugar donde se encuentra el museo de Kafka, privado, que reúne ediciones de los libros del escritor, algunas fotografías y documentos.

La vida amorosa de Kafka fue sin duda tortuosa, como su propia vida, acechada por la tuberculosis y la incomprensión. Sin duda, caminaría por la ribera del Moldavia, vería la nieve caer sobre las torres, y escucharía los campanarios de las Iglesias. Alguna de las muchas cartas de amor que escribió… las escribió en alguno de estos cafecitos junto al río, o en el escritorio de su trabajo burocrático…

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Franz Kafka con Felice Bauer

A su primera enamorada Felice Bauer le dedica casi 500 cartas, sin que la relación prospere, interrumpida por el conocimiento de una joven llamada “la suiza”. Con Grete Bloch tuvo un hijo pero no llegó a casarse, tampoco lo hizo con Julie Wohryzek, en cambio, mantuvo una relación epistolar con su traductora Milena Jesenska, que inspiró al compositor Alberto Ginastera una bella “cantata”.

En una colonia de verano, Kafka conoció a Dora Diamant, quien lo acompañó y recopiló sus escritos después de su muerte. Extrañamente, parte de ellos aún hoy están perdidos. Su amigo Max Brod y Dora cuidaron de su obra y su posterior publicación.

Escuchamos conciertos en la Iglesia Husita y nos imaginamos la temporada musical en el teatro estatal donde Mozart estrenó Don Giovanni, o en el imponente Rudolfinum. Se puede asistir a estos teatros con reservas previas.

Caminar por la ciudad es un placer, por la diversidad arquitectónica: edificios de piedras del siglo XIII, sólidas estructuras del Renacimiento como el Palacio de Scharzenberg, el esplendido barroco que guardan algunas iglesias, o los murales del ciclo de Épica Eslava de Alphonse Mucha (1860-1939), que cuenta con un interesante museo de sus obras de art nouveau.

La República Checa tiene una historia convulsa de luchas: la uerra husita, la de los Treinta Años, fuertes cambios después de la Segunda Guerra Mundial, el nazismo y el comunismo; la búsqueda de la independencia con la Revolución de Terciopelo, la Carta 77 y el liderazgo del dramaturgo Vaclav Havel para constituir la República Checa, separada de Eslovaquia.

Yo viví la “primavera de Praga”, en París, junto a los estudiantes franceses que apoyaban a Checoslovaquia, (era su nombre en aquel entonces), que buscaba la liberación del comunismo.

“Toda esa historia fue dura, muy dura”- me dice un mozo que me sirve el plato típico “Knedliky”, unas bolas de harina sabrosas. “Yo era muy chico, recuerdo el dolor de mis padres, fue terrible, pero hemos vuelto a florecer.”

Los checos sienten orgullo de su metrópoli, de la belleza de su arquitectura, de su difícil historia, de sus luchas y de no haberse dejado avasallar, así como su hijo, Kafka, quien luchó contra el autoritarismo del padre, luchó para ser escritor y luchó contra su enfermedad.

Pienso en “La insoportable levedad del ser”, la novela del escritor checo Milan Kundera, que nos revela los tiempos de opresión comunista. Kundera, mientras vivió en Praga, fue profesor de cine en la universidad; actualmente, el cine checo esta impuesto en la cinematografía mundial.

El Moldavia corre rápido, fluye sin ocultar su oscuro color, pero también puede convertirse en un espejo dorado cuando el atardecer se acerca y ser plata cuando la luna lo ilumina. Sentada en un café a lo orilla del rió, recuerdo Buenos Aires y aquellas clases de Borges donde nos hablaba de Praga y de Kafka… algo une a estas ciudades. Por eso, tal vez, son ciudades hermanas.

La ruta de Borges en Buenos Aires

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