La cabeza alta

Rompiendo con la costumbre, a menudo criticada, de poner en apertura del festival una gran producción norteamericana bien comercial y generadora de glamour, Cannes 2015 abre esta vez con cine de autor, pero como es tradición en la inauguración, fuera de concurso. La película escogida es “La tête haute” de Emmanuelle Bercot, actriz, guionista y directora de cine francesa, que había sido galardonada en los César del cine francés por el guion de “Polisse” en 2012 (…) Con “La tête haute” (La cabeza alta) reincide Emmanuelle Bercot en un tema muy presente en su filmografía: el malestar de los adolescentes, y cuenta una vez más con la participación de Catherine Deneuve, en el papel de una juez de menores, que se enfrenta al caso muy difícil de un adolescente violento y delincuente. Una crónica social realista, sobre un tema de candente actualidad (Julio Feo en la reseña sobre Cannes 2015) la-cabeza-alta-poster La cabeza altaLeyendo las líneas anteriores soy incapaz de saber si la película que inauguró en mayo de 2015 el último Festival de Cannes, «La cabeza alta», le gustó -o no- a mi compañero Julio Feo (más de veinte años haciendo crítica cinematográfica, antes en Radio France Internationale y ahora en Periodistas-es.com).

Vaya por delante que a mí no me ha convencido esta historia plagada de tópicos de jueces y educadores de delincuentes, buenos cien por cien, enfrentados a esos marginados de la historia que son la familia disfuncional de un adolescente sin raíces (Rod Padarot, debutante, especie de ángel perverso y en mi opinión pasado de rosca) de una violencia y agresividad casi sin límites y metido en un ciclo infernal de hechos delictivos, y una madre inmadura y pobre más perdida que el hijo (Sara Forestier), “reinsertados” de aquella manera gracias a los buenos oficios de unos adultos –la juez (Catherine Deneuve) y el educador (Benoît Magimel)- quienes sortean las leyes y las normas anteponiendo a todo sentimientos nobles y un corazón –bueno- a prueba de bombas.

“La educación –dijo la realizadora en la presentación de la película- es un derecho fundamental. Debe garantizarlo la familia y, en los casos en que no lo consigue, tiene que asumirlo la sociedad”. Mensaje de la autora y de las dos horas de película: en este caso, y como la familia no es que no pueda garantizarlo sino que ni siquiera existe como tal, es la sociedad quien debe hacerse cargo por intermediación de la juez quien, durante los diez años que el chaval va a depender de sus decisiones, soportará malos modales, gritos y escenas de violencia autodestructiva en su despacho –situaciones que no le harán desviarse un ápice de su deber y sus convicciones- y del educador exdelincuente que aguantará todo eso, e incluso la violencia física del educando, al que va a “salvar” al precio que sea.

«Es la Francia de hoy: el caso de Malony recuerda muchos otros, que todos conocemos de cerca o de lejos. Entre un centro para menores y recaídas en la delincuencia, Emmanuelle Bercot centra todo en este personaje al que todo el mundo quiere salvar, salvo él mismo» (Louis Guichard). Completamente desbordada por una vida jalonada de desastres, Séverine, una madre demasiado joven deja que una juez decida la suerte de su hijo Malony, de 6 años. Pasa el tiempo, el niño se ha transformado en un adolescente intratable y la juez termina por dejar que un educador se ocupe de él y haga todo cuanto pueda para evitar que sus repetidos delitos –robo de coches, peleas violentísimas- acaben llevándole a la cárcel.

Enviado a un hogar de acogida, para que le «socialicen», va a cumplir 16 años y ni siquiera consigue escribir tres renglones correctamente, está perpetuamente enfadado y tiene crisis violentas recurrentes. Acabará en un correccional, enamorado de la hija de la maestra que le enseñaba a escribir. La madre, citada frecuentemente por la juez, se demuestra incapaz de ayudarle abrumada por sus propios problemas de comportamiento.

Estamos ante una película militante, evidentemente cargada de las mejores intenciones, aunque la pretensión final sea «domar»; un drama social que se repite a diario en los suburbios franceses –y entre los marginados económicos de todos los países, víctimas del paro y los males endémicos de esa franja de la población que tantas veces tiene comportamientos de autodestrucción, que acaban siendo el testimonio más evidente de pertenencia a la clase más desfavorecida, la de los pobres del mundo- y casi «una declaración de amor a las instituciones judiciales» que se ocupan de los menores partiendo del axioma de que «en los más jóvenes no hay que dar nada por sentado» y quieren creer que la educación puede romper el determinismo y reinsertarlos (lo que plantea la pregunta siguiente acerca de si la pertenencia a sociedades como las que conocemos, egoístas, materialistas, competitivas a ultranza y regidas por el valor del dinero, es lo mejor que le puede pasar a un chaval, aunque su punto de partida sean los suburbios y las «ayudas sociales». Eso,en Francia, que en España siquiera existen).

Mercedes Arancibia
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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