La caída del imperio americano de Denys Arcand: cuando no queda más valor que el dinero

«Hago películas intentando, a mi manera, cumplir con una consigna secular: actuar como espejo de la vida y el tiempo. Todos estamos sometidos al imperio americano, incluso en los rincones más remotos de nuestro planeta. Ese imperio se está muriendo y sus convulsiones nos afectan con toda su brutalidad. Los que depositaron sus esperanzas en una hipotética dimisión de Trump, olvidan que después de Calígula llegó Nerón y tres siglos de desintegración inexorable. En Canadá vivimos cómodamente bajo el paraguas de la ‘pax americana’, pero empezamos a contagiarnos de la decadencia moral del imperio. La omnipotencia del dinero es uno de los síntomas. ¿Encontraremos antibióticos lo suficientemente potentes para luchar contra esta gangrena?», (Denys Arcan)

caida-imperio-americano-poster La caída del imperio americano de Denys Arcand: cuando no queda más valor que el dineroEl ganador del Oscar 2004 por “Las invasiones bárbaras”, Denys Arcand, nos lleva de la mano a una reflexión satírica y conmovedora sobre la supremacía del dinero en nuestras sociedades mientras el resto de los valores se van desplomando.

Treinta y tres años después de la insolente comedia sobre el sexo «El declive del imperio americano» (1986), y cuando han transcurrido dieciséis del inmejorable drama sobre la muerte y el derecho a decir basta «Las invasiones bárbaras», el realizador canadiense pone punto final a su trilogía con “La caída del imperio americano”, una especie de comedia sentimental y sátira política que razona en torno al dinero y el ruido que están haciendo las minorías (jóvenes, mujeres, pensionistas, etc.) en las sociedades occidentales.

«La inteligencia es un handicap», explica a su novia, con la que está rompiendo, el protagonista Pierre-Paul Daoust (Alexandre Landry, “Gabrielle”, “El amor en tiempos de guerra”), un doctor en filosofía que a los 36 años trabaja como repartidor en una empresa de mensajería “para tener un salario decente”, y que supone que seguirá haciendo el mismo trabajo hasta que su cuerpo no aguante los paquetes más pesados: entonces se convertirá en jubilado con una pensión miserable.

La frase sobre la inteligencia, donde se encuentra el origen de la historia que nos cuenta Denys Arcand, la escuchó el realizador en una comida en un restaurante parisino, pronunciada por un empresario a propósito de la quiebra económica de un hombre muy inteligente: “¿Sabe? En los negocios no estoy seguro de que la inteligencia sea una ventaja, más bien creo que es un hándicap”. Unas palabras a las que el autor estuvo dando vueltas durante diez años: “Empecé a pensar en todas las personas brillantes que conozco y después en todos los cretinos que vemos en la televisión, en el gobierno, en puestos importantes de la sociedad. Y llegué a la conclusión de que, en cierta medida, aquel tipo tenía razón».

Pierre-Paul, un personaje altruista, bueno y generoso, ayuda con su escaso dinero a todos los miserables que se cruzan en su camino: compra un periódico a un sin techo, deja unas monedas en la mano del pobre que pide a la entrada del metro, ayuda en un comedor popular…Un buen día presencia un atraco que sale mal y deja dos muertos en mitad de la calle; en su huida, los ladrones abandonan dos bolsas de deportes repletas de billetes. Doce millones de dólares que, por un momento, se plantea entregar a las autoridades pero prevalece la moral de la historia: «Sabe que el gobierno hará un mal uso, así que ¿por qué no  quedárselo y ayudar a otras personas? Para mí –dice Arcand- es así como habría que actuar».

Los millones de dólares, que van a hacer tambalearse los valores del intelectual, le granjean la amistad de una call-girl llamada Aspasia (“como la primera gran prostituta de la historia, amiga de Sócrates”), un expresidiario  que ha estudiado derecho en la cárcel y sabe todo sobre evasión fiscal y un artero abogado, con los que se pondrá en marcha una simpática asociación de delincuentes que aprovecha todos los circuitos y las posibilidades de mover el dinero sucio (paraísos fiscales, testaferros, sociedades interpuestas, trasferencias que saltan los océanos, etc.). En esta mezcolanza de intereses y destinos, donde parecen “todos podridos”, emocionan los primeros planos de los desheredados: los que duermen en las calles de Montreal, inuits (esquimales) y otros indios canadienses.

Thriller, comedia dramática, sátira, “La caída del imperio americano” es todo eso porque es como la vida, una película compleja y multiforme. Un fresco humano muy político que inicialmente se llamaba “El triunfo del dinero”, y que el crítico de la publicación Hollywood Reporter presentó como “la Pretty Woman socialista”; lo que su autor contesta diciendo que “querría que fuera socialista, pero ahora no sabemos dónde está la izquierda en ningún país. Aunque, desde un punto de vista americano, ‘socialista’ es un amenaza banal”.

El cambio de título se debió a que, al menos aparentemente, el primero no se fijaba en la memoria de la gente y a que, en un determinado momento, Arcand decidió enlazar con sus anteriores películas, seguir el hilo de la evolución de la sociedad iniciado en 1986.

Porque, “además, cuando se produce un declive termina habiendo una caída, y es lo que caracteriza a la época que vivimos: estamos bajo el imperio americano…que se cae”.

Mercedes Arancibia
Periodista, libertaria, atea y sentimental. Llevo más de medio siglo trabajando en prensa escrita, RNE y TVE; ahora en publicaciones digitales. He sido redactora, corresponsal, enviada especial, guionista, presentadora y hasta ahora, la única mujer que había dirigido un diario de ámbito nacional (Liberación). En lo que se está dando en llamar “los otros protagonistas de la transición” (que se materializará en un congreso en febrero de 2017), es un honor haber participado en el equipo de la revista B.I.C.I.C.L.E.T.A (Boletín informativo del colectivo internacionalista de comunicaciones libertarias y ecologistas de trabajadores anarcosindicalistas). Cenetista, Socia fundadora de la Unió de Periodistes del País Valencià, que presidí hasta 1984, y Socia Honoraria de Reporteros sin Fronteras.

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