La cultura y sus negocios

Roberto Cataldi[1]

La relación del arte, la educación o la cultura con el mundo de los negocios fue, ha sido y es problemática. En efecto, los conflictos de intereses entre los hacedores de cultura y los representantes del mercado se caracterizan por una tensión permanente. Ya Homero, autor de la Ilíada y la Odisea, quien era un protegido del emperador romano, se quejaba amargamente por no percibir los derechos de autor que merecía.

El año pasado la CAEC (Cámara Argentina de Empresarios Culturales) filial Bolivia, organizó en Cochabamba un evento sobre la llamada “Economía Naranja”, el cual debía celebrarse en Buenos Aires, pero ante la deserción a último momento de la institución que se había comprometido a subvencionar los gastos y que suele declarar su “interés por la cultura”, no pudo concretarse. En Argentina suelen pasar estos simulacros de cultura, de allí el desencanto de muchos. Roberto Aranibar quien venía siguiendo de cerca  nuestros frustrados preparativos,  organizó el evento en solo tres meses, demostrando que con iniciativa y buenas intenciones se logran muchas cosas.

Por Argentina concurrimos Liana Sabatella, quien expuso sobre “gestión cultural”, y yo que hablé acerca de “la cultura, el comercio y la ética”. Me sorprendió que la sala estuviese colmada de jóvenes veinteañeros y que la mayoría de los expositores rondasen los treinta años. Convengamos que en nuestro medio no es algo habitual. Algunos tenían estudios universitarios completos, otros los habían abandonado en sus inicios y decían que: “la Universidad mata la creatividad”. Confieso que la frase me dolió por ser un veterano integrante de los claustros, llevo décadas como profesor en distintas universidades, pero reconozco que los argumentos que esgrimían eran atendibles.

Recuerdo que una joven explicó cómo creó una ruta de turismo cultural que permitía visitar cafetales y viñedos, lo que reactivó la economía de la región, generando trabajo para los lugareños, y ella manejaba este proyecto desde su casa por medio de una computadora, incluso me comentó que ya tenía propuestas de otras regiones de Bolivia para implementar proyectos similares. Otro joven refirió que una vez que aprendió la técnica de los videojuegos armó su empresa que se dedica a programar videojuegos de contenido pedagógico y que ya los exportaba al exterior. No faltó el mundo de la moda con interesantes experiencias culturales que terminan alumbrando negocios inteligentes. Los asistentes prestaban atención y no disimulaban el interés que tenían por poner en marcha sus propios proyectos. También estuvo la representante regional de la UNESCO explicando cómo debían presentarse las solicitudes para obtener apoyos a los proyectos.

En fin, me sentí reconfortado al ver a que esos jóvenes no carecían de sueños. Hace un tiempo escribí a manera de guía un opúsculo que publiqué online: Cómo FormarSe en la UniversidadClaves para no desfallecer en el intento (Amazon). Allí decía que no todos los que abandonaron la carrera universitaria para dedicarse a otra actividad que les atraía han fracasado y, en ocasiones ha sucedido lo inverso. Puse como modelos icónicos a Bill Gates, quien abandonó sus estudios en la Universidad de Harvard, a Mark Zuckerberg quien también dejó Harvard y a Steve Jobs quien a los seis meses de haber ingresado debió renunciar por el alto costo de la matrícula. Los ejemplos los hallamos en todas las épocas, solo escogí a tres empresarios exitosos de la  nueva cultura digital.

El mes pasado asistí en Paris a L´Atelier des Lumières. Allí se presentó una muestra sobre la obra del pintor austríaco Gustav Klimt, creador del modernismo y quien murió hace cien años. Se trata de “arte de inmersión”, donde en un inmenso espacio que fue una fábrica, en el techo, las paredes de diez metros de altura y el piso, se proyectó la obra pictórica de Klimt con 140 proyectores, acompañado de un ensamble musical exquisito y con una narrativa que denotaba talento. La sala estaba llena de jóvenes. Una  manifestación que representa la fusión del arte clásico con la tecnología digital. Sus promotores sostienen que éste es el futuro para atraer a niños y adolescentes, inmersos en el mundo digital y que no están dispuestos a concurrir pasivamente a un museo.

No hay duda que el cambio de época compromete todos los ámbitos de la vida. Las generaciones que provenimos del mundo analógico nos vemos obligados a incorporar velozmente los avances del mundo digital, no sin dificultades. Algunos ven en esto un divorcio, mientras otros pensamos que ambos mundos deben complementarse.

La incidencia que hoy tienen las llamadas industrias culturales (Adorno aborrecía el término) y creativas sobre el PBI de un país puede ser muy importante y, no podemos ignorar lo macroeconómico, importancia que ha crecido en algunos países de manera llamativa a partir de las última crisis (2008). Comentaré algunos casos. Finlandia le ha dado a estas expresiones un enfoque empresarial. Dinamarca es considerada un país culto porque exporta su arte. En Suecia la música, el cine y la literatura adquirieron gran desarrollo y el arte de los videojuegos se enseña en la Universidad. En plena crisis, mientras los países del sur de Europa practicaban drásticos recortes y a la vez subían los impuestos, Islandia se volcó a las industrias creativas y hoy su porcentaje al PBI supera al de la agricultura. Noruega apostó estratégicamente a la música y facilita la presencia de sus músicos en el extranjero. Holanda en materia de industrias creativas apoya decididamente la colaboración entre la industria, los institutos del conocimiento y el gobierno, y al parecer procura ubicarse entre los mejores del mundo en el 2020. Todos estos países tienen en común, entre otras cosas, estar muy bien posicionados en materia de educación, salud, seguridad social, y no han dejado la cultura a la intemperie.

En América latina y en muchas otras regiones no se advierte de parte de los gobiernos un genuino interés por privilegiar la cultura, en todo caso se hace alguna alusión al pasar pero como un artículo de la retórica gubernamental. Por otra parte,  llama la atención el desconocimiento del valor económico de la actividad cultural, lo que revela un grave error de estrategia. El sector privado a menudo ha visto el problema desde una óptica exclusivamente comercial, desentendiéndose de otros aspectos que tienen contenido social. Claro que una cosa es la calidad de una expresión cultural y otra muy distinta el montaje comercial. Para peor hoy se entremezclan problemas de diversa índole como la diversidad cultural, la identidad, la protección del patrimonio, el desequilibrio en el desarrollo y el apoyo que reciben las diferentes industrias.

Lo cierto es que vivimos un cambio de paradigmas y la cultura ya no puede ser tan solo la cultura letrada. Existen otras expresiones que merecen un apoyo concreto, como las artes audiovisuales, la moda, el diseño gráfico, las artesanías, la fotografía, las nuevas apps, entre otras expresiones culturales, más allá de las tradicionales como la comunicación, la pintura, la escultura, las artes escénicas y la edición de libros.

Las startup surgen de una idea innovadora, montan un buen negocio, crecen a una velocidad mayor al del PBI del país. Desde ya que el PBI refleja solo algunas realidades, pero éste es otro tema. Estimo que es necesario que haya políticas de Estado que promuevan la innovación, la producción de bienes y servicios culturales, y que a su vez se facilite el consumo de los mismos. La cultura y la educación van tomadas de la mano, como lo advirtió Malraux cuando fue ministro de Cultura de De Gaulle. Es necesario reparar en los que hacen la cultura, los que la comercializan, y finalmente los destinatarios. Deberíamos ver a la cultura como motor del desarrollo de una región  y a la ética como guía del “desarrollo con equidad”.

Economia-Naranja-Duque-Colombia La cultura y sus negocios
El concepto  de economía naranja fue acuñado por dos expertos consultores de la División de Asuntos Culturales, Solidaridad y Creatividad del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Iván Duque hoy senador de Colombia y Felipe Buitrago. vallempresa365.com

Colombia el año pasado promulgó la Ley Naranja destinada a fomentar y proteger las industrias creativas en el marco del derecho de autor. Las críticas no se hicieron esperar, pues, algunos vieron en esta medida la reafirmación del neoliberalismo, la privatización de la cultura, la oportunidad para que hagan negocios los grandes empresarios y los bancos, y el desentendimiento del Estado de sus obligaciones. No poseo toda la información, pero tengo por costumbre esperar a ver en marcha los proyectos, analizar su dinámica, y frente a los resultados dar una opinión que se ajuste a la verdad, de allí mi poca afinidad con las ideologías y los vendedores de humo.

Aquí como en otras áreas están al acecho los que quieren sacar ventajas, los que solo les interesa el dinero, y los que procuran monopolizar una actividad. En fin, esto resulta inevitable, pues, el egoísmo es parte de la condición humana. Algunos adoptan como marketing la filantropía, escondiendo sus verdaderos intereses. Pese a todo, he comprobado que dentro de lo que llaman economía naranja, hay mucha gente dispuesta a llevar adelante sus sueños y proyectos creativos, y pienso que merecen apoyo, no trabas burocráticas, mucho menos caer en la trampa de quienes les ofrecen financiamiento y terminan quedándose con la mayor parte de los beneficios. La corrupción está a la vuelta de la esquina.

Muhammad Yunus, creador del microcrédito, sostiene que la economía cambia si la mentalidad cambia, y dice que hay negocios para ganar dinero y negocios para cambiar el mundo. Necesitamos que la economía de la cultura se instrumente bien, con un sentido ético, para que sea un beneficio social y no una aventura financiera más.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)

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