La era de las suspicacias

Roberto Cataldi¹

El entramado de la política internacional es tan complejo que a menudo debemos adivinar qué hay detrás de las palabras y cuáles son los verdaderos intereses que se ocultan. En efecto, las decisiones en esta materia frecuentemente no responden a los principios y valores que se pregonan a los cuatro vientos, ya que esconden  intereses particulares.

El nudo gordiano reside en lo que los líderes o las elites en el poder no quieren contar. Algunos llegan a creer que basta su palabra para que la gente les crea y, a menudo se equivocan.

Desde ya que en el mundo existe mucha credulidad, y no menos fanatismo, pero tengo la impresión que cada vez más gente se atreve a pensar y sacar sus propias conclusiones, aún a riesgo de equivocarse, pues, prefieren errar con su propia cabeza y no con la ajena…

Por otra parte, en todas las regiones, salvo contadas excepciones, se advierte la falta de confianza de la ciudadanía en su dirigencia, a la que se le suma el escepticismo ya generalizado y,  la sospecha que el discurso apela a «verdades a medias».

Algo similar acontece con la letra chica que cada vez se usa más en la publicidad de venta de productos o de servicios, también en los contratos en general, donde no es infrecuente que haya alguna cláusula abusiva que se pretende disimular.

La letra chica apunta al descuido del consumidor, a que no descubra algo importante, por eso es contraria a la ética, ya que entorpece la transparencia y evidentemente la intención es que el individuo no repare en la misma.

En fin,  todo hace suponer que la suspicacia está en aumento y alimenta incluso la crisis actual de la información pública, entre otras crisis del Siglo veintiuno.

En varias oportunidades he oído calificar a alguien de «conflictuado», dando a entender que su manera de obrar revela que tiene graves conflictos internos, consigo mismo. En realidad, el conflicto necesita de dos o más partes involucradas y, tratándose de la política, cada vez es menos frecuente el debate de ideas, pensamientos u opiniones honestas.

A menudo vemos que tras la retórica empleada no hay una argumentación asentada en la racionalidad o en una ética discursiva, porque se apela a la emocionalidad de la audiencia para ganar su voluntad. Cuando el debate se convierte en una discusión, no es infrecuente que medien los agravios y hasta se llegue a la violencia física.

Para destruir al enemigo parecería que todo está permitido, incluso recurrir a cualquier método que sea útil para desprestigiarlo. De más está decir que las hostilidades tornan muy difícil alcanzar un acuerdo. Y los grandes conflictos tienen una carga emocional de alto voltaje.

Como ser, en el caso de un conflicto bélico, una vez que se desató es imposible controlarlo y nunca se sabe cuáles serán sus consecuencias.

La lectura de la historia universal nos revela que detrás de la narrativa con que se declara una guerra, suele existir una historia  secreta.

Cuando en el año 415 antes de la era cristiana, Atenas luchó contra Siracusa porque dos ciudades rivales de ésta le habrían solicitado ayuda, dicen que el verdadero motivo era la expansión helena en el Mediterráneo, un episodio más contra la enemiga Esparta que encabezaba la Liga del Peloponeso. Pero dos años después que los atenienses fuesen derrotados en el puerto de Siracusa, la democracia ateniense fue reemplazada por el sometimiento de su población, desplomándose así en Grecia el dorado siglo quinto a.C.

Desde que fue asesinado el archiduque Francisco Fernando, heredero del Imperio Austrohúngaro en Sarajevo (28 de junio de 1914) hasta que se desencadenaron las hostilidades de la guerra transcurrieron varias semanas (28 de julio de 1914), un tiempo precioso en el que las potencias europeas revelaron incapacidad o quizá desinterés en detener una conflagración mundial que provocó estimativamente veinte millones de muertos, entre otros incontables y terribles daños (finalizó en noviembre de 1918).

Entonces se creía que el conflicto iba a durar poco tiempo… Hay varias hipótesis circulando, pero lo cierto es que el verdadero motivo por el que se produjo la Gran Guerra no estaría del todo revelado, de allí que muchos historiadores continúen con sus investigaciones y no acepten a pie juntillas la historia oficial.

En el mundo hay alrededor de doscientos países y, menos de la mitad han adoptado el régimen democrático, haciendo la salvedad que lo que se llama «democracia plena» se daría en una veintena, alrededor de un diez por ciento. Las otras democracias que los expertos califican de «deficientes» suelen ser democracias muy imperfectas, pero que muchos canallas pretenden reemplazar por gobiernos populistas y autocráticos, justamente con el pretexto de darle solución a esas «imperfecciones».

Los conflictos socioeconómicos y políticos pueden ser vistos desde diferentes ángulos, y así armar un relato que sea funcional a esa visión particular e interesada. El relato que pretende contener la verdad, la única verdad, debe ser repetido insistentemente para que muchos lo acepten y terminen creyendo (verdad subjetiva). Por eso se impone de manera dogmática y no puede dar lugar a objeciones, críticas u opiniones. Las evidencias no cuentan.

Desde que el ser humano tiene registro del pasado, la guerra ha sido una constante en la historia. En materia de ciencia y tecnología el mundo ha adelantado de manera increíble, el progreso en conocimientos es avasallante, sin embargo la crueldad es la de los tiempos primitivos. Y lo triste es que la humanidad no parece ser consciente de la barbarie actual.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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