La fuerza de la televisión

En el Dia Internacional de la Televisión

La vida cotidiana de los ciudadanos está marcada por la presencia de la información, de todo tipo de informaciones, y son los medios de comunicación los soportes encargados de hacer que esa información llegue hasta nosotros.

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Las reacciones de los seres humanos se basan fundamentalmente en imágenes mentales que se tienen de la realidad y gran parte de estas imágenes nos las aportan estos medios; antes la prensa y las revistas ilustradas y ahora fundamentalmente la televisión e internet.

Algunas noticias han marcado nuestras vidas y hasta han influido en comportamientos y decisiones que a veces resultaron trascendentales para nosotros.

Todos relacionamos determinados episodios informativos con vivencias particulares; recordamos en qué circunstancias nos enteramos de determinadas noticias, qué hacíamos y qué hicimos cuando supimos del asesinato de John F. Kennedy, de la llegada del hombre a la Luna, de la muerte de Franco, del asesinato de John Lennon, del 23-F, de la caída del muro de Berlín, de la muerte de Lady Di, del ataque terrorista a las Torres Gemelas o del 11-M, por citar algunas de las meganoticias que recordamos.

Y lo recordamos mejor gracias a la televisión porque esas noticias permanecerán en nosotros para siempre como imágenes luminosas, imborrables, con toda su nitidez.

Evolución social e información

Los medios informativos y, a partir de los años sesenta del siglo XX, los programas informativos emitidos a través de la televisión, han configurado una parte importante de la existencia de los seres humanos de los siglos XX y XXI y han conformado en buena medida nuestra educación sentimental, nuestra formación cultural y la idea que tenemos del mundo.

Podríamos afirmar sin ningún recato que actualmente, todo lo que es se muestra a través de la televisión; todo lo que se muestra a través de la televisión, es. El resto no existe.

Esta podría ser la premisa en la que se ha transformado en nuestros días el concepto de realidad: se confeccionan videos, se preparan manifestaciones, se programan discursos a horas determinadas, incluso se ejecutan guerras, según los cánones televisivos. El éxito de todo esto se obtiene sólo y exclusivamente si las cámaras lo recogen y lo difunden.

El sociólogo norteamericano Walter Lippmann distinguía ya en los años veinte, refiriéndose al poder de la prensa, entre el entorno (el mundo realmente existente) y el seudoentorno (nuestras percepciones sobre el mundo influidas por la prensa), conceptos que los medios audiovisuales, y fundamentalmente la televisión, han venido a sancionar definitivamente.

Es la misma teoría que mantiene Herbert Schiller en “Manipuladores de cerebros” cuando afirma que los media construyen una imagen de la sociedad que no responde a la realidad pero que presentan como un fiel reflejo de la misma, con lo que las personas buscan adecuar sus conductas a esa imagen.

La televisión ha llegado a ser tan decisiva en la sociedad que para un ciudadano de nuestro tiempo la satisfacción informativa ya no se sacia con tener noticia de un acontecimiento, ni siquiera con conocer su alcance, sino que necesita verlo, contemplar cómo se produce a sus ojos, experimentar la sensación de ubicuidad, a lo que la televisión siempre se muestra dispuesta.

Después de escuchar una noticia en la radio, de que alguien nos la haya contado en todos sus extremos, sentimos la necesidad de verla, de contemplar las imágenes, de asistir al espectáculo de su desarrollo y establecemos el ritual de sentarnos ante el televisor para ver en los telediarios las noticias que ya conocemos a veces hasta en sus últimos detalles.

Ver es comprender

La televisión establece la ilusión de que ver es comprender. Por eso informar se ha convertido, ahora, en mostrar la información. Estar informados es asistir virtualmente al acontecimiento.

En el campo de los efectos, varios estudios han demostrado que lo que se retiene de la información en televisión es mínimo, por el doble efecto negativo que provoca la rápida sucesión de noticias breves y fragmentadas y por el hecho de que la retención se concentra más sobre la información ya adquirida que sobre la nueva. Sobre las imágenes más que sobre los contenidos (hagan ustedes la prueba y traten de recordar por la noche las noticias que han visto en el telediario del mediodía).

Y sin embargo el impacto que puede generar esta información es máximo, reforzado además, y condicionado, por la edad, el sexo, la raza y las experiencias previas de los espectadores, así como por sus actitudes hacia los temas de que tratan las informaciones. Pero aunque la audiencia puede retener muy poca información específica, sí retiene categorías insertas en las estructuras de los contenidos específicos, categorías ideológicas, tendenciales, morales, etc..

Antes de la llegada de internet la televisión era la referencia dominante para la mayoría de los habitantes del planeta, que convertían el visionado de los noticiarios en un rito repetitivo. Hay que recordar que internet no ha venido a sustituir a la televisión sino que en muchos casos se ve la televisión a través de internet, con la ventaja de decidir la hora y el lugar en que lo hacemos. Así que el concepto que se tiene del mundo se sigue adquiriendo sobre todo a través de la televisión.

El hecho de que por regla general los programas informativos se ocupen de noticias desacostumbradas, infrecuentes, raras… despierta en el público la idea de que la historia actual del mundo se compone exclusivamente de este tipo de acontecimientos. La historia de nuestro tiempo queda reducida, para la mayoría, a una gran colección de curiosidades y catástrofes que, además, el público reclama.

Es inquietante la atracción que ejercen sobre las audiencias las informaciones de noticias trágicas, desastres, crímenes o informaciones sobre hechos anormales. La fascinación sobre este tipo de acontecimientos se relaciona con la curiosidad morbosa o con la respuesta que ante el sufrimiento ajeno incita a la comparación social, que produce, en última instancia, una forma de satisfacción y un mayor aprecio por nuestras vidas, por nosotros, espectadores (no víctimas) de la tragedia.

Televisión: lo negativo y lo positivo

La televisión ha monopolizado hasta tal punto la información, ha aumentado la cantidad de informaciones sobre cada cosa y desde cada lugar, en plazos cada vez más reducidos, con un ritmo cada vez más intenso, que prácticamente se ha convertido en el mayor poder de influencia sobre los seres humanos.

Con la ayuda de una tecnología cada vez más sofisticada, pero sencilla en su manejo, ha permitido una multiplicación inimaginable y prácticamente ilimitada de sus contenidos y una presencia permanente en los más lejanos y recónditos lugares del planeta.

El excesivo protagonismo de este medio en la última mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI ha tenido sus ventajas y sus inconvenientes.

Nadie puede dudar de que la pequeña pantalla ha llevado hasta los lugares más apartados las imágenes de mundos, personajes, naturalezas, manifestaciones artísticas y de todo tipo, de difícil acceso para muchos millones de personas, que de otro modo no podrían tener noticia de estos ámbitos y de estos acontecimientos. En este sentido la televisión ha aumentado la cultura y los conocimientos de la sociedad contemporánea hasta niveles que épocas anteriores nunca hubieran soñado gozar.

Pero esa misma superioridad, que transmite una idea de sociedad hegemónica coincidente con la cultura dominante, utilizada además, en ocasiones, para la manipulación y el ocultamiento, para la movilización a favor o en contra de determinadas iniciativas, hace que el medio sea temible por su excesivo poder, tanto de penetración como de persuasión y de seducción.

Así que la utilidad de la televisión dependerá en el futuro de la utilización que se haga de ella o, dicho de otra forma, de lo que los ciudadanos permitamos que la televisión haga con nosotros.

Futuro fascinante de la televisión

El futuro que se perfila es fascinante. Todavía puede decirse que estamos en los albores de un medio que hizo sus primeros experimentos en 1926 y que no empezó a manifestar su poder hasta bien entrados los años sesenta del siglo XX (en España comenzó sus primeras emisiones en 1956 y sólo para unos cuantos miles de telespectadores privilegiados).

Nadie puede prever los efectos de un medio que transforma la complejidad de la realidad en una sucesión de anécdotas capaces de movilizar con más fuerza que ningún otro medio las emociones del espectador a través de la información. Una información consumida compulsivamente por millones de ciudadanos por su fácil acceso y comprensibilidad pero de deficiente contenido y a veces nula contextualización para tener una idea cabal de lo que pasa en el mundo; una información convertida en buena parte en un sector de ocio, en una industria cultural más.

El modelo de la sociedad del futuro será aquel en el que el tiempo libre va a ser el marco principal en el que se desarrollen las relaciones de todo tipo. El tiempo libre cada vez se incrementará a través de factores como la progresiva reducción de la jornada laboral, la jubilación anticipada, los periodos de paro, etc..

En este contexto, los medios de comunicación de masas están destinados a tener un papel muy importante en la formación de los ciudadanos y en la ocupación de su tiempo libre, y sobre todo la televisión. Estamos ya asistiendo a una lucha titánica entre las empresas de la industria del ocio por dominar la hegemonía de ese tiempo libre.

Formar y educar o solo entretener

En este contexto hay que reivindicar para las empresas públicas unas políticas del ocio con objetivos formativos y de creatividad ante las estrategias de las industrias comerciales que ofertan la cultura y la información como una simple mercancía de entretenimiento sujeta a las leyes económicas del mercado de consumo.

Si los contenidos de las diferentes televisiones continúan en la dirección a la que asistimos actualmente, el tiempo libre va a ser conquistado por actividades que, lejos de liberar al individuo, lo someterán a imperiosas obligaciones consumistas de dudoso gusto.

La televisión tiene aquí un reto y un importante papel que cumplir, una considerable responsabilidad en sus propuestas y en los contenidos de sus espacios, que pueden influir en los gustos culturales y en las exigencias informativas de grandes audiencias, teniendo en cuenta, además, que el hecho audiovisual es el espacio central y hegemónico de la cultura y la información actuales y de que para una gran parte de todas las sociedades, la imagen audiovisual es a veces el  único acceso a la información y a la cultura.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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