La memoria envenenada de Rusia: en los orígenes del caso Navalny

Andreï Kozovoï[1]

El lunes 24 de agosto de 2020, hacia las cuatro de la tarde, el hospital berlinés de La Caridad hacía público el tan esperado diagnóstico: Alexeï Navalny, célebre opositor de Putin que cuatro días antes había sufrido un grave desmayo en el avión que le trasladaba desde Siberia, «presenta rastros de envenenamiento».

En el momento en que escribo estas líneas, todavía no se ha encontrado la toxina empleada pero la familia a la que pertenece (inhibidor de colinesterasa) recuerda los venenos del tipo Novitchok, del que se habló mucho en el marco del caso Skripal en marzo de 2018, lo que no deja ninguna duda acerca de la implicación del Estado ruso…y esa es la hipótesis de este artículo.

Las cuestiones que ahora se plantean son saber porque este envenenamiento no se produjo antes y, sobre todo, porque se eligió el veneno en lugar de una bala, dado que se trata de una «tarjeta de visita» que a priori traiciona a quien lo encargó.

Para bien o para mal, el diagnóstico de los médicos alemanes nos afianza en la idea de que el veneno es una opción preferida por los agentes secretos rusos, más que en los del Mossad o la CIA, organizaciones bien conocidas por su propensión a los asesinatos selectivos. Para intentar comprender esta situación hay que tener en cuenta, por una parte, que los servicios secretos ocupan una posición central en el sistema de gobierno de Putin y que, por otra parte, él ha conformado lo que yo llamo un «Estado-memoria»[2].

Desde hace ya mucho tiempo, en Rusia la historia está al servicio de la política; muchos dirigentes rusos han vivido obsesionados por el pasado, un pasado que han intentado reescribir en los libros y en las cabezas[3] para intentar exorcizarlo, revivirlo o cambiarlo. Una  tendencia que se ha reforzado considerablemente durante los últimos mandatos de Putin. Yo creo que la clave del drama que tuvo lugar el jueves 20 de agosto tiene que ver con esa «memoria envenenada» de Vladimir Putin, producto de una «cultura de los venenos» cuyos tres grandes estratos con la Rusia de Ivan IV, la URSS estalinista y la URSS de Breznev (cuando Andropov dirigía la KGB), de los que voy a hablar a continuación.

Los venenos en la cultura política rusa, de los zares a Stalin

Sin duda, el envenenamiento es la forma más antigua de asesinato y los antiguos eslavos lo usaron lo mismo que las demás proto-naciones. El declive del Estado kieviano (de Kiev), a partir de mediados del siglo XI, se traduce en una multiplicación de luchas, a menudo fratricidas, agravadas por la falta de reglas claras de sucesión. Entonces, el uso del veneno tiende a multiplicarse. Citaremos, al respecto, la muerte del primer príncipe de la ciudad de Moscú, Yuri Dolgorouki, el 15 de mayo de 1157, durante un festín, envenenado por unos  boyardos kievianos rivales.

Los príncipes rusos envenenan pero también son envenenados. Rostilav, gran príncipe de la ciudad de Tmutarakan (en la actual región de Krasnodar) murió, también después de un festín bien regado, por orden del emperador bizantino Constantino X, el 3 de febrero de 1066.

Los dos siglos y medio de dominación mongola, cuya crueldad es bien conocida, no cambian las cosas. En 1246, Yaroslav III, jefe del principado de Vladimir-Souzal, murió a los pocos días de regresar de Sarai, la capital de la Horda de Oro (estado mongol que controlaba Rusia), donde bebió un vino envenenado por el propio Khan.

La utilización de venenos alcanzó el paroxismo durante el reinado de Ivan IV el Terrible  (1533-1584). En el transcurso de la primera gran «purga» de la historia política rusa, la Opritchnina (1565-1572), el primer zar dio libre curso a su pasión por la tortura y el asesinato, con gran refuerzo de toxinas. El envenenamiento a comienzos de 1566 de Vladimir de Staritsa, primo del zar y su amigo de la infancia, es un ejemplo conocido. Envenenador a su vez, Ivan IV es también un zar que vive con miedo a los tóxicos, sospechando que los boyardos habían envenenado el 3 de abril de 1538 a su madre, Elena Glinskaïa a la edad de treinta años (acusación nunca confirmada a pesar de los restos de arsénico y mercurio que se encontraron en su esqueleto), y sobre todo a su primera mujer, la zarina Anastassia Romanova, a la edad de veintinueve años, el 7 de agosto de 1560 (envenenamiento más plausible que el anterior), un drama que ciertamente agravó su locura asesina.

Stalin cultivó la memoria de Ivan IV, un dirigente cuya crueldad «estaba justificada». Se dedica a reescribir su historia, entre otros en el cine[4], pero también se inspira probablemente en el uso de venenos. Lenin estaba fascinado por la idea (falsa) de que las balas que le apuntaron en el atentado de 1918 contenían curare; en 1921 ordenó crear un «laboratorio de venenos», llamado más tarde «Laboratorio X». Pero fue Stalin quien confirió a ese laboratorio carta de nobleza especialmente bajo la dirección de Grigori Mayranovski, famoso por haber experimentado con los prisioneros soviéticos durante la guerra, lo que le valió el poco envidiable apodo de «el Mengele de Stalin».

En principio, los venenos se emplean contra los adversarios del régimen en el exterior, durante unas «operaciones especiales» orquestadas por el legendario agente secreto Pavel Soudoplatov[5]; después, con el aumento del Terror, cada vez más contra los del interior.

Podían ir dirigidos contra monárquicos refugiados en el extranjero, como el general Koutepov, drogado y secuestrado en París en enero de 1930, quien falleció en el barco que le trasladaba a Rusia a consecuencia de una inyección de morfina que le puso el secuestrador. Pero también contra los enemigos de Stalin: el más conocido fue Trotsky a quien primero quisieron envenenar y finalmente liquidaron con un piolet en México, en 1940.

Los venenos también se utilizaron contra los agentes secretos soviéticos acusados de «traición» En febrero de 1938, Abram Sloutski, responsable del departamento de «información extranjera» del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), murió envenenado por unos pasteles empapados en ácido prúsico, un veneno más conocido como cianuro, con el que intentaron simular una crisis cardíaca. Eligieron ese tipo de muerte «dulce y discreta» para evitar que se organizara un gran escándalo ya que Sloutsi gozaba de una reputación de chequista irreprochable. Finalmente, entre las víctimas de Mairanovski hay también personalidades extranjeras como Raul Wallenberg, célebre diplomático sueco del que Stalin sospechaba que era un agente doble germano-estadounidense, quien murió en el local del laboratorio de venenos en julio de 1947.

KGB un día, KGB siempre

Por lo que sabemos, Vladimir Putin, nacido en 1952, fue reclutado por la KGB a mediados de los años 1970, en la que permaneció hasta la disolución de la organización, en octubre de 1991.  Agente del contraespionaje en Leningrado y después agente en Dresde, en la República Democrática Alemana (RDA), nunca estuvo directamente mezclado en casos de envenenamiento. Pero no es menos cierto que el actual presidente ruso ejerció sus talentos en la KGB durante lo que puede calificarse como la «edad de plata» de los servicios  secretos soviéticos (la «edad de oro» fueron los años 1930-1940) cuando la KGB pensaba que tenía «el mundo a sus pies», retomando el título original de la obra de Christopher Andrew, «The World Was Going Our Way» (Penguin, Londres 2000 y 2006). Una época en que se seguían practicando los asesinatos dirigidos y el desarrollo de los venenos experimentó progresos espectaculares. Por tanto, Putin es a la vez heredero de la amplia «cultura de los venenos» de Stalin y de Andropov (quien dirigió la KGB de 1967 a 1982).

No hay duda de que el actual presidente ruso, en los cursos que llevó a cabo en la Academia de la KGB de Moscú, oyó hablar de diversos «casos de ropa mojada» (fórmula utilizada para designar los asesinatos extrajudiciales perpetrados por el Servicio), y entre ellos el fracasado envenenamiento con talio de Nikolai Khokhlov, un tránsfuga de la GRU (Dirección principal de Inteligencia, los servicios secretos del ejército), en septiembre de 1961.

Para Putin, quien entonces soñaba con hacer carrera como agente en el extranjero, el envenenamiento está plenamente justificado; después de todo. Khokhlov era un «traidor» y solo tuvo lo que se merecía (es evidente el paralelismo con Litvinenko, envenenado en 2006 con polonio). Sin duda, más tarde conoció la existencia de «grandes casos», como el envenenamiento en 1978 de dos disidentes búlgaros: Vladimir Kostov en París y, sobre todo, Gueorgui Markov en Londres, con ayuda de ricina, un veneno particularmente tóxico, escondido en un paraguas. Unos casos que tuvieron gran resonancia y marcaron el imaginario colectivo. Lo mismo también que el envenenamiento del  dirigente comunista afgano Hafizullah Amin[6], del que la KGB sospechaba que era un traidor; envenenamiento que también falló pero que no impidió la invasión de Afganistán, como estaba prevista, a finales de diciembre de 1979.

Y no están solo los casos de envenenamiento en el extranjero: destinado en el contraespionaje y la lucha contra la disidencia, Putin sabe que el veneno también se puede utilizar contra quienes se oponen demasiado al régimen, principalmente con fines de advertencia.

El caso más conocido es el envenenamiento del escritor Vladimir Voinovitch, en Moscú, en junio de 1975, con cigarrillos envenenados (el disidente, que sobrevivió, se exilió después). También es probable que Putin estuviera al corriente de la existencia de numerosos institutos de investigación, lejanos herederos del «Laboratorio–X»[7],  que trabajaban en el desarrollo de venenos para la KGB y la GRU.  Las investigaciones de lo que se llamará después el Novitchok comienzan en los primeros años de 1970, en un instituto situado en la comuna de Chikhany, en la región de Saratov (En cuanto a las investigaciones de los venenos, en particular el gas, comenzaron en los años de 1920 cuando la URSS colaboraba en secreto con la Alemania de Weimar. En el contexto de rivalidad con Estados Unidos, los soviéticos intentaban entonces producir un arma más potente que el gas nervioso VX).

El conjunto de todos estos elementos conforma la «memoria matriz» de Vladimir Putin y su entorno más cercano, sospechoso de connivencia en los casos de envenenamiento. Así, es obligatorio mencionar a Evgueni Prigojine, apodado «el cocinero de Putin», creador de la «Fábrica de trolls» de siniestra reputación, enemigo declarado de Alexei Navalny, quien le ha mencionado varias veces en sus investigaciones y al que ha prometido arruinar si sobrevive. A Prigojine, quien también ha puesto a punto el Grupo Wagner, una unidad de mercenarios que intervienen en el extranjero, le ha acusado uno de sus antiguos colaboradores de haber experimentado con venenos en Siria.

Para estos nostálgicos de la URSS, los envenenamientos son tanto una forma de advertir al mundo como una manera de inspirar temor y respeto. Desde ese punto de vista, los venenos sirven como sustitutos del arma nuclear que hoy ya no tiene la misma imagen aterradora que tenía en la época de la Guerra Fría.

Notas añadidas a la traducción de este artículo por
Mercedes Arancibia

  1. Historiador y traductor, profesor de Historia rusa en la Universidad de Lille. Este artículo se publicó originalmente en el digital The Conversation.
  2. En Revue Défense Nationale, Nº 802, 2017, Eugène Berg, Andreï Kozovoï: Russie, réformes et dictatures, 1953-2016, «el autor de este libro califica al régimen ruso de ‘democracia’ y al estado ruso de ‘Estado-memoria’. Según él, la ‘democracia’ en Rusia  busca la reconciliación nacional en torno a un pasado común que se trata de celebrar».
  3. Stephen M. Morris «Historia de los blockbusters en la nueva Rusia: películas, memoria y patriotismo», Indiana University Press.
  4. Joan Neuberger: «Ivan le terrible», IB Tauris, sobre la obra maestra inacabada de Einsenstein, un encargo personal de Stalin en 1941 que colocó al cineasta «en la situación paradójica de tener que glorificar la tiranía estalinista a imagen de Ivan, sin sacrificar su propia integridad artística y política, ni tampoco su vida».
  5. Fallecido en 1996, Pavel Soudoplatov entre otras cosas se había distinguido por supervisar el asesinato de Leon Trotsky en México, el 21 de agosto de 1940, y por organizar en estados Unidos el robo de informaciones con las que se fabricó la bomba atómica soviética. «Purgado» por su cercanía a Beria durante el estalinismo, fue rehabilitado, tras la disolución de la URSS, en 1992. Con ayuda de su hijo Anatoli y de dos periodistas estadounidenses, en 1994 publicó unas memorias autobiográficas, «Memorias Especiales».
  6. Radio Free Europe/ Radio Liberty: «Empoisonnements, assassinats et coup d’État: l’invasion secrète soviétique de l’Afghanistan».
  7. El laboratorio de venenos de los servicios secretos soviéticos –también conocido como Laboratorio 1, Laboratorio 12 y Kamera- era un lugar secreto de investigación y desarrollo de las agencias de la policía secreta soviética, que se habría recreado en los años 1990 en forma de distintos centros que trabajan en la creación de armas tóxicas y biológicas para operaciones clandestinas en occidente.

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