La RAE y «autosecuestro»

Es encomiable que muchas personas, sobre todo aquellas cuya ocupación habitual es la escritura, se preocupen por mejorar el lenguaje que emplean; pero cuando ese propósito tiene su origen en cuestiones incorrectas o en caprichos personales, es bastante lamentable.

Casi a diario aparecen en las redes sociales opiniones de personas que sin el debido conocimiento, se atreven a dar recomendaciones, que generalmente carecen de un fundamento sólido. 

El caso de presidente o presidenta para nombrar a una dama que presida un organismo, institución o cuerpo colegiado, etc., es quizás uno de los más sobresalientes dentro de la amplia gama. Sobre este asunto he escrito infinidad de veces, y siempre mi criterio ha estado basado en que el cargo debe concordar con el sexo de la persona que lo ocupa, lo cual implica que, si ejerce un juzgado, deberá ser jueza; si es integrante de un concejo municipal, será concejala, si es la figura principal en un ministerio, deberá llamársele ministra; y si está al frente de una presidencia, indudablemente será presidenta, por esa y por otras razones que por ahora no es necesario mencionarlas.

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Madrid, sede de la Real Academia Española

También ocurre que algunos piensan que las palabras son creación de un organismo que periódicamente convoca a sus miembros para producirlas, y es allí de donde proviene la supuesta autoridad de la Real Academia Española (RAE). La docta institución, cuya autoridad moral no está en discusión, no es un tribunal que está facultado para aceptar o rechazar palabras, pues su función es meramente de registro. Ante eso, es prudente acotar que las palabras nacen y se desarrollan por las necesidades expresivas del pueblo hablante. Luego de que el uso de los vocablos se extiende y traspone fronteras, físicas o imaginarias, se consagran en el diccionario de la referida institución, lo cual es muy diferente a decir que fueron aceptados.

Quizás existan términos que nunca hagan su entrada triunfal en el registro lexical de la RAE; pero eso no es impedimento para que puedan usarse, dado que no hay ninguna persona ni institución que esté facultada para impedir su uso.

Hace algo más de diez años sostuve una discusión, que a la larga se tornó ácida, con un abogado, sobre la palabra autosecuestro, muy usada en la redacción de sucesos del periodismo venezolano, para referir el caso de personas que, en complicidad con otras, fingen estar secuestradas, para luego extorsionar a la familia. El aludido jurista, que además es o fue profesor de Derecho, me recalcó que hablar de autosecuestro es un exabrupto, una aberración y una muestra de desconocimiento, impropia de alguien como yo, que  me dedico a hablar de asuntos lingüísticos. Convencido de sus «grandes» conocimientos del ordenamiento jurídico, me señaló que lo correcto es «simulación de un hecho punible», ante lo cual le di mi argumento, desde el punto de vista lingüístico, que por supuesto no aceptó.

Es cierto que lo mencionado en el párrafo anterior es sin dudas la simulación de un hecho condenable; pero a ningún periodista, por muy ingenuo que sea, se la va a ocurrir titular una nota informativa en la que se diga, por ejemplo: «Fulano de tal cometió un hecho punible para extorsionar a la familia», pues sería algo incompleto, confuso e indeterminado, dado que, no solo fingir que se está secuestrado, es un hecho punible.

No sé si en otro país de habla hispana suceda algo parecido; pero en Venezuela la mayoría de los redactores de sucesos, ante la necesidad de emplear un término que describa de manera sencilla el hecho, apelan a autosecuestro, pues aunque no aparezca en el diccionario de la Real Academia Española, es el que mejor lo describe. No es un exabrupto, ni una aberración, ni una falta de conocimiento, como quiso hacer creer el aludido jurisconsulto, sino un término surgido de la necesidad expresiva de los periodistas, en aras de informar con claridad, aunque desde el punto de vista jurídico tenga otras implicaciones, que en lo informativo no son vinculantes.

Es probable que la palabra autosecuestro nunca sea registrada por la RAE; pero por las razones expresadas en los párrafos anteriores, podrá ser utilizada, sin incurrir en impropiedad, para lo cual, si es necesario, podrá resaltarse entre comillas o con cursivas, como indicativo de que aún no ha recibido el sacramento de la consagración.

No tengo ningún temor en recomendar su uso, pues estoy seguro de que en mucho tiempo no habrá otro vocablo que describa fielmente el hecho de fingir ser víctima de un secuestro con fines extorsivos. ¡Así de sencillo!

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

4 COMENTARIOS

  1. Buenos días.
    Volvemos al dichoso «presidente-presidenta».

    En defensa de «presidenta», afirma D. David Figueroa que «el cargo debe concordar con el sexo de la persona que lo ocupa» . Claro que sí, eso está fuera de discusión. Precisamente por eso es correcto decir y escribir «la señora presidente», porque hay concordancia ya que el sufijo «ente» es de ambos géneros (o sexos). ¿Por qué razón los sustantivos y adjetivos que estén referidos al género femenino han de terminar en «a»? De ser así, tendríamos que asumir que ninguno de ellos -de los que terminan en «a»- pueden estar referidos al género (o sexo) masculino; o sea, ¿cómo nos referimos a los varones que practican algún deporte?, puesto que deportista es femenino, ¿deberíamos decir deportisto?, ¿cómo llamamos a los varones que componen poesía?, ¿poetos?.
    Los ejemplos que muestran estas lagunas son muy numerosos y no tenemos explicación ni justificación para condenar a nuestra lengua a una miseria fonética ni escrita. Podemos llevar al extremo de lo ridículo esa manipulación de la lengua y así diríamos, por citar algo, que «la presidenta es ecuánima… no es precisamente torpa aunque tampoco demasiado inteligenta; en sus comentarios, alguna vez es un tanto soeza, pero como es alegra…». Tampoco decimos presidento, ecuánimo, torpo, inteligento, soezo, alegro… Ni poeto, tenisto, futbolisto, comunisto, camarado… Y me atrevo a insistir contra esa irrupción tan forzada con un último ejemplo. ¿Cómo tendríamos que expresar las palabras «la gente»? Porque es evidente que, según el sr. Figueroa, no hay concordancia; supongamos que queremos hacer referencia a un grupo formado exclusivamente por mujeres, ¿diríamos «la genta»?; ¿y si son varones sería «lo gento»?

    Lo único que me pesa con mi insistencia en descartar «presidenta» (y la cola que trae consigo) es que la mala gente de Vox coincida con mi parecer. Para ellos son otras las razones las que los mueven a negarse a decir «la presidente». Debe ser por aquello de que «hay gente pa tó», aunque algunos no valgan «pa ná».

    • José María, creo que es todo mucho más sencillo, porque el español ha evolucionado durante muchos siglos para adaptarse a la sociedad del momento, y no pasa nada malo.
      Decir presidenta no suena mal, pero presidento suena fatal.
      Decir periodista suena bien, pero periodisto suena fatal.
      Decir presidenta o periodista no nos obliga a decir presidento o periodisto.
      Decir, como pone de ejemplo, deportista, no suena mal, pero deportisto sí.
      Así que no se trata de obligación, sino de reconocimiento de una realidad, ahora hay mujeres donde antes no estaban ni se las esperaba, y reconocerlo no obliga a violentar el lenguaje.
      Figueroa solo indica que decir presidenta no violenta el lenguaje, es asumible por el español común sin que que tenga que mostrar sorpresa por escucharlo, y sirve para reconocer que por fin las mujeres han alcanzado esa posibilidad en la sociedad.
      La posibilidad de utilizar el femenino en lo posible no debe ser una amenaza para nadie, y hasta ahora el único caso beligerante que recuerdo es el de una concejal del sur de España que firmaba las disposiciones como tenienta de alcaldesa, y que por mucho que insistió, no paso de teniente de alcalde, porque lo de tenienta ofendía los oídos.

  2. David Figueroa mis felicitaciones por tan buen artículo lo cual nos es de mucho beneficio para los que nos interesamos en saber dominar de la mejor manera nuestro complejo idioma español un abraso cuídate hermano.

  3. Siempre es preceptivo que exista una institución reguladora del lenguaje. Aprendí el idioma alemán con perfección gracias a mis incontables carencias de conocimiento de la gramática española y, la RAE me las absolvió viviendo en Alemania. No quiero estigmatizar a los periodistas, empero, muchos ostentan deficiente formación.

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