Los periodistas no son soldados

«Los periodistas no deben ser utilizados como instrumentos en las guerras de información», han afirmado el Sindicato Nacional de Periodistas de Ucrania (NUJU), el Sindicato Independiente de Medios de Ucrania (IMTUU) y el Sindicato Ruso de Periodistas (RUJ) en el marco de una iniciativa conjunta de la Federación Internacional de Periodistas (FIP) y su organización regional, la Federación Europea de Periodistas (FEP) para documentar las lecciones y la experiencia del conflicto en Ucrania para los periodistas.

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También han dicho que «los periodistas no son soldados», escribe Francesc Ràfols en su blog personal.

Este pronunciamiento consta en  a la introducción del Informe sobre la seguridad de los periodistas en Ucrania en 2014, que la FIP y la FEP han presentado en una conferencia de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). El objetivo era documentar las lecciones y la experiencia del conflicto Ucrania para los periodistas.

El manual detalla la variedad y el alcance de las restricciones a los derechos de los periodistas experimentados por dos periodistas ucranianos y rusos durante 2014 incluyendo la libertad de movimiento, detenciones, amenazas, agresiones y muertes. El trabajo es el resultado de la solidaridad transfronteriza entre la FIP y la FEP con los periodistas de Ucrania y Rusia que, con el apoyo de Dunja Mijatovic, representante de la OSCE para la Libertad de los Medios de Comunicación, se ha reunido en seis ocasiones desde abril de 2014. Este organismo ha celebrado en Viena los días 15 y 16 de junio la Conferencia sobre Seguridad, Libertad de Medios y Pluralismo en tiempo de conflicto, donde se ha presentado este informe.

Los colegas ucranianos y rusos insisten «en nuestros estándares profesionales y éticos, negándonos a aceptara  los periodistas como combatientes. Creemos que lo más importante en todos los conflictos y contradicciones políticas es ser honesto, para mantener nuestra dignidad y deber de profesional, para ser periodistas y seres humanos. En primer lugar, nos da esperanza, y la perspectiva de un futuro sin violencia, ni odio ni impunidad». El propio presidente de la FIP, Jim Boumelha, asegura que «este informe es una demostración que el compromiso persistente de los principios de nuestra profesión y la resolución de las diferencias puede ayudar los periodistas a superar la confusión y la histeria de la guerra para encontrar una causa común. Esperamos que sirva de modelo para los periodistas y los sindicatos que en el futuro se enfrenten a conflictos».

El derecho a la información es uno de los más asediados hoy en día en todo el mundo. No sólo en las dictaduras. Muchos países que se jactan de vivir en democracia están impulsando reformas legislativas para dificultar el acceso a la información de las ciudadanías respectivas y para limitar la tarea de los periodistas. España  es una de las muestras más notorios de ello. El próximo 1 de julio entrará en vigor la Ley Mordaza y otras normas similares –como la reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal– ya están en camino. A nivel europeo vemos como el Tratado de Libre Comercio (TTIP) o la ley de Secretos Comerciales suponen amenazas gravísimas a la calidad democrática.

Esta situación, en caso de conflicto bélico, es mucho más flagrante y agresiva. Los periodistas, entienden quienes gobiernan, deben estar al servicio de la causa. Nos podríamos remontar a la Segunda Guerra Mundial, pero no es necesario. Lo hemos visto en los Balcanes, lo hemos visto en Ruanda y lo hemos visto en otros lugares. Por eso, la iniciativa de la FIP y la FEP con los sindicatos  de periodistas ucranianos y ruso supone un avance para evitar que los informadores sean reclutados para formar parte de la maquinaria bélica.

También lo han intentado en otros lugares –en la guerra palestino-israeliana–, pero no ha sido posible. Seguramente queda mucho trabajo para hacer pero que los profesionales de la información de dos países entre los que hay seriosísimas tensiones se reúnan para evitar ser utilizados y poder informar de lo que  sucede con la máxima profesionalidad e independencia es una buena noticia para el periodismo y, por lo tanto, para la democracia.

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