Miseria y abundancia en Guatemala

Ileana Alamilla[1]

Intriga pensar si quienes disfrutan de la opulencia, con todas las comodidades, utilizando alta tecnología, con carros y casas de lujo, condiciones de vida de primer mundo o tal vez mejores, saben cómo vive la mayoría de guatemaltecos (as). Quienes todo lo tienen y nunca han sentido hambre o sufrido necesidades insatisfechas, que pueden abastecerse con productos gurmé, comer en buenos restaurantes, deberían pensar en la suerte de millones de sus compatriotas.

Acongoja ver en los medios de comunicación los reportajes y las fotos de grupos familiares, especialmente mujeres y niños, viviendo en situaciones infrahumanas, con tablas como paredes, tierra como piso y desesperanza como futuro, donde se necesita mucho más que bolsas seguras. Sus condiciones de vida son paupérrimas, agravadas con cada cambio de estación, ya que, malo si no llueve, pues no hay cosecha ni agua para sus necesidades, y ahora, en el invierno, sufren los deslaves o las inundaciones. Literalmente se los lleva el río. El Estado no puede desatenderse de ellos ni considerarlos solo como recipiendarios de caridad.

La FAO ha estado alertando sobre los insuficientes esfuerzos para combatir el hambre y la desnutrición en el mundo. Nosotros somos de los países con las peores condiciones en esta problemática; tenemos la mitad de nuestros niños (as) con desnutrición crónica, y en algunas áreas rurales hasta más del 90%. El lanzamiento de programas y el anuncio del combate a estos flagelos son pura llamarada de tusa que poco resuelven. Una señora viviendo en la miseria le ha recriminado a las autoridades que “vienen a anotar nombres, pero la ayuda nunca llega” y otro les reclama que cumpla, que se preocupe de todos, especialmente de quienes viven en los confines del país.

Mientras muchos comen una vez al día, se alimentan de tortillas con chirmol, y con suerte frijoles, otros ingieren alimentos exóticos, desperdician, engordan y hasta padecen de obesidad. Fuentes del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) señalaron que 300 millones de toneladas de comida son desperdiciadas cada año en el mundo. En Guatemala la cifra asciende a las 52 mil toneladas anuales; la mayoría de la comida se pierde en la fase de procesamiento y transporte o porque la industria alimenticia no logra venderla antes de su descomposición.

El director general de la FAO señaló que la pérdida de alimentos es una inaceptable tendencia que, de ser atendida apropiadamente por los Estados, ayudaría a mejorar la calidad de vida de cada persona; casi la mitad de los alimentos producidos en el mundo es desperdiciada porque los productores, los vendedores o los consumidores la desechan cuando aún es apta para el consumo.

La población en situación de pobreza extrema, la que no gana ni para el sustento diario, no puede imaginarse cómo es desperdiciar. Los niñitos que tienen sus miradas perdidas, que se mantienen cansados, enfermos, sin poder ir a la escuela y que espían el horizonte, son un testimonio vivo de la pobreza y la desigualdad. Quienes toman las decisiones tienen que hacer algo urgente, sin demagogia.

  1. Ileana Alamilla, periodista guatemalteca, fallecida en enero de 2018.

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