¡Otra vez  la coma del vocativo!

Un manejo relativo de los signos de puntuación y de las palabras por la índole de la entonación son, en mi opinión, los elementos fundamentales para una escritura medianamente aceptable, y por eso, cada vez que he escrito sobre estos temas, he procurado mostrar ejemplos sencillos, tomados generalmente de los medios de comunicación y del día a día de los ciudadanos, con la intención de aclarar conceptos y disipar las dudas. 

Ha quedado demostrado que la coma es el signo más difícil de manejar, y en tal sentido, muchas han sido las veces que he tocado ese asunto, bien en artículos semanales, en charlas, talleres o en conversaciones informales. Es halagador saber que muchas también  han sido las personas que han asimilado la enseñanza; pero ha habido otras que  aun  no han superado el escollo.

Como cosa curiosa y asombrosa, muchos profesionales universitarios, entre  periodistas, educadores y abogados desconocen los usos más elementales de la coma. Es frecuente leer en las redes sociales textos en los que ni siquiera aparece este importante signo en su uso más elemental, como es el de enumerar elementos en serie: arroz, harina, lentejas, por ejemplo. Eso hace que los que nos ocupamos de comentar asuntos gramaticales y lingüísticos, insistamos en nuestro afán de contribuir con un mejor uso del lenguaje oral y escrito, aunque sea nadar contra la corriente.    

El artículo de hoy no es un tratado sobre los usos de la coma, que son muchísimos, sino de uno de ellos que, pese a ser muy sencillo, es el que más genera confusión y por ende impropiedades. Me refiero a la coma del vocativo o coma vocativa, como también se le llama. Vale aquí acotar que existen dos palabras coma, con diferentes etimologías. Una es femenina (la coma), y la otra es masculina (el coma). La primera es el signo ortográfico al que me estoy refiriendo, y la otra alude al estado de sopor profundo: “Aún no ha despertado del coma inducido al que fue sometido”. 

Sobre la coma del vocativo recibí recientemente una gentil  consulta de una educadora a quien le apasiona el tema gramatical. Brevemente le di una explicación, y hoy la ampliaré, en aras de disipar su duda y la de muchos redactores, entre profesionales y aficionados, usuarios habituales de Facebook y Twitter. Espero que este repaso les sea provechoso, en función de que adquieran un manejo relativo de la coma del vocativo que, junto con el mal uso del gerundio, es la falta más común en la comunicación social y otros espacios para la escritura y la información.          

Antes de entrar en materia, agradezco los comentarios elogiosos que han recibido mis más recientes publicaciones en este importante medio de comunicación digital español, especialmente uno del profesor José Vásquez Manzano, quien desarrolla una importante labor pedagógica sobre gramática y ortografía a través de las redes sociales, combinada con crítica política. A Vásquez Manzano le debo una respuesta sobre la escritura de palabras todas en mayúsculas, que según la Real Academia Española, significa gritar, si se emplean en mensajes por correo electrónico, de texto, Facebook o WhatsApp. No estoy de acuerdo con el criterio académico, y en otra oportunidad argumentaré mi posición. ¡Gracias, profesor!             

Por definición, el vocativo es la palabra o las palabras que sirven  para invocar, llamar o nombrar a una persona o cosa personificada: “Rosa, dame otra camisa”; “Quiero que sepas,  mi estimado colega, que ya resolví el asunto que estaba pendiente”; “¡Felicidades, mi señora!”. Puede ir al principio (Rosa), en medio (mi estimado colega) o al final (mi señora). También se usa para iniciar un diálogo: “Cristina, ¿cómo estás? En los saludos: “Hola, profesora, buenos días”; en peticiones: “Caballero, tráigame la cuenta”; y en las disculpas: “Lo siento, señorita, no fue mi intención”.

En cartas y otros documentos en los que por lo general se apela al tratamiento cortés seguido del nombre o título, no se usa la coma vocativa, sino los dos puntos: “Estimado José”; “Apreciado doctor”; “Querido amigo”. No es lo mismo decir “Alberto deja de llorar”, que “Alberto, deja de llorar”, y de allí la importancia de la coma del vocativo, que muchos ignoran, y por eso sus escritos solo por adivinación podrá alguien saber de qué se trata.

David Figueroa Díaz
David Figueroa Díaz (Araure, Venezuela, 1964) se inició en el periodismo de opinión a los 17 años de edad, y más tarde se convirtió en un estudioso del lenguaje oral y escrito. Mantuvo una publicación semanal por más de veinte años en el diario Última Hora de Acarigua-Araure, estado Portuguesa, y a partir de 2018 en El Impulso de Barquisimeto, dedicada al análisis y corrección de los errores más frecuentes en los medios de comunicación y en el habla cotidiana. Es licenciado en Comunicación Social (Cum Laude) por la Universidad Católica Cecilio Acosta (Unica) de Maracaibo; docente universitario, director de Comunicación e Información de la Alcaldía del municipio Guanarito. Es corredactor del Manual de Estilo de los Periodistas de la Dirección de Medios Públicos del Gobierno de Portuguesa; facilitador de talleres de ortografía y redacción periodística para medios impresos y digitales; miembro del Colegio Nacional de Periodistas seccional Portuguesa (CNP) y de la Asociación de Locutores y Operadores de Radio (Aloer).

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