Sidney: cuando Australia viene a cenar

Sidney, título misterioso que sólo la obra aclarará, está cuajado de referencias. Imposible no pensar, por título y temática, en aquella famosa película Adivina quién viene a cenar esta noche, película en la que los amantes padres de una hija única, a la que han educado poniendo todos sus medios, que son muchos, esperan ansiosos la realización de sus expectativas con la llegada del yerno prometido.

cartel-Sidney Sidney: cuando Australia viene a cenarPero si allí el que llegaba era Sidney Poitiers, que era médico, pero negro (o negro, pero médico), aquí es Sidney a secas quien paga la ronda, lo que implica un significado mucho más amplio de entrada, un significado que a lo largo de la obra se irá acotando hasta llegar el momento de hacerse presente.

Y éste es el principal atractivo de Sidney, que al principio es una especie de genérico plumífero al que tenemos que desplumar, o mejor dicho, ver desplumar por otros sin que nos duela, porque es a casa de otros a donde se dirige a cenar esta noche, no a la nuestra. Y ésta es su principal baza, lo lejos y distinto que al principio se nos muestra.

Como en los huracanes, no adivinamos su dimensión hasta que llegan sus efectos.

Sólo a lo largo del encuentro entre padres e hijo (encuentro delicado, previo a la llegada de Sidney), este desconocido suscitará en nosotros tales ganas de saber cómo es, que al final lo único que querremos ya es verlo entrar de una vez por esa puerta. Estamos rendidos a sus pies y, puesto que viene de Australia, qué más da que sea un ornitorrinco, un canguro llevando a su hijo en una bolsa o un pollo Moa gigante. «Que venga como sea, lo que quiero es que venga».

A los padres, el hecho les supera. Los argumentos que esgrimen, primero entre ellos a solas y con el hijo después, son de tal categoría, que hace falta una dialéctica clara y contundente para no dejar el menor resquicio de duda de lo que se están jugando. Ésta se canaliza en diálogos a dos bandas en los que no sobra nada y en los que se cuelan estallidos de violencia propios de los que mucho se aman. No hay duda de que en esta hora y media de teatro se produce una gran evolución en la escala humana.

Es el momento de conocer por fin a Sidney, que ya está llamando a la puerta. Y esto es a lo más que, de momento, puede llegar nuestra tolerancia.

Las actuaciones están muy logradas para ser el primer día, aunque quizás haga falta más trabajo con la voz, sobre todo al principio. Los cambios que experimentan los padres son duros y muy bien expresados por ambos, particularmente en la madre, auténtico catalizador de iras y huracanes familiares. No hay histrionismos ni estridencias, no se hace larga la obra, todo está en su punto.

  • Título: Sidney, de Fedra Marcús Broncano
  • Dirigida por Fedra Marcús Broncano
  • Reparto: Fedra Marcús, Raúl Sáez y Álvar Zarco
  • Género Comedia
  • Teatro del Arte (San Cosme y San damián)
  • Fecha: 27 de junio de 2014 (viernes a las 21, sábados a las 22’30)
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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