Sobre la oportunidad de decir presidenta o presidente

Buenas tardes desde Sevilla

Si me lo permiten, desearía dar mi opinión con respecto al artículo del sr. David Figueroa titulado «¡Una vez más la presidenta!». Y vaya por delante: soy un firme defensor de la igualdad de derechos y obligaciones entre hombres y mujeres, ideal que procuro aplicarme, entre otros ámbitos, en las tareas domésticas (plancho, cocino, friego, hago la compra, etc.).

Creo que es improcedente hablar de presidenta por dos razones básicas. El sufijo ente no es de género (ni sexo) masculino, es genérico, se refiere a la persona que ejerce lo que sea, en este caso una presidencia.

Es verdad que antes ese cargo era casi exclusivo de los varones y que hoy, por lucha, la balanza se nivela. Al decir o escribir «la presidente» (si se quiere, añadimos señorita o señora) es obvio que resulta innecesario hacer terminar en «a» nuestro término.

Es tan absurdo creer y querer hacer creer que lo femenino ha de terminar en «a» como que lo masculino ha de hacerlo en «o». Porque con la misma lógica que decimos o escribimos «presidenta», deberíamos decir y escribir «presidento». Es sencillamente ridículo.

Pero hay más. Si nos empecinamos en el simplismo de que lo femenino termina en «a» y lo masculino en «o», empobreceríamos nuestra lengua hasta términos que nos resultaría tremendamente aburrido hablar y escuchar.

También hay otros muchos adjetivos con el sufijo ente o que terminan en letra consonante, o en vocal que no es «a» ni «o». Oigamos cómo nos suena «La presidenta es una mujer valienta e inteligenta, capaza de crear consensos…». O terminados con el sufijo ante, por ejemplo: «La intendenta es una gran caminanta…» . Pero, por favor, sigamos porque debemos ser consecuentas y consecuentos.

Si para realzar el papel de las mujeres hemos de depauperar y echar a perder nuestra riqueza fonética y hacemos que todo lo que esté referido a ellas termine en «a», por la misma lógica, todo lo que esté referido a los varones ha de terminar en «o». Así, Rafael Nadal es un tenisto, los que practican el fútbol, son futbolistos, Julio Anguita era comunisto, ¿cómo se diría una seguidora de Hitler?, ¿«naza»?, ¿«nazo» si es varón? ¿Diríamos «El presidento es un hombre valiento e inteligento capazo…?» Etcétera. La lista de ejemplos es muy larga, desde las olas batientas a las ancianas pacientas, las elefantas, los jirafos, los juezos, las lideresas, los camarados…

Y para no alargarme más, invito a que canten o reciten el himno de Andalucía en clave de igualdad (simplista) de género. Les doy la entrada: «Los andaluces y las andaluzas, queremos / Volver a ser lo que fuimos / Hombres y mujeres de luz / Que a los hombres y a las mujeres / Alma de hombres y de mujeres les dimos…».

Que me perdonen los pretendidos correctos bien hablantes y escribientes (no hablantas ni escribientas), pero me parece a mí que en este asunto hay mucha tontería. Seamos practicantes de la igualdad de género también en el habla y la escritura, claro que sí, pero sin envilecer nuestra lengua.

En lugar de caer en la estupidez colectiva como aquella de la que nos da ejemplo el cuento del traje del rey en la obra El rey desnudo de Hans Christian Andersen, hagamos un buen vestido de verdad: utilicemos por ejemplo, el genérico femenino cuando estemos en un foro en el que haya más mujeres que hombres.

Ellas, que por lo general asumen el machismo del lenguaje, recurren al genérico masculino aunque en la reunión haya diez mujeres y un solo varón. ¡Y nadie piensa por ello que son unas machorras!. Si has de hablar en público en una sala donde no sea posible contar cuántas personas hay de cada género, no te preocupes, basta con que generalices a partir de lo que cuentes en la tercera o cuarta fila, o más atrás aún; es que si lo haces según quiénes estén en las dos primeras filas, ya sabemos que habrá más varones que mujeres.

Buenos, muchas gracias por la atención y si les parece oportuno, incluyan esta reflexión en esta interesantísimo revista digital que siempre leo con gran interés por lo mucho y bueno que nos enseña. Saludos.

José María Luján Murillo

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