Tiempo de silencio. Color de herrumbre o sangre

Luis de Luis [1]

En 1962 el médico Luis Martín-Santos (1924 – 1964) publicó “Tiempo de silencio” una novela que parecía salida de la nada y que conmocionó el dormido panorama de las letras. 

tiempodesilencio_foto-sergioparra-600x400 Tiempo de silencio. Color de herrumbre o sangre
Tiempo de silencio. Foto Sergio Parra

De repente, fuera de circuitos oficiales y de cenáculos oficiosos, aparecía (o, mejor dicho, comparecía) una novela desconcertante que incorporaba técnicas –el monologo interior, las diversas voces narrativas, el uso de materiales ajenos (aparentemente) a la narración, la ruptura del tiempo lineal, del espacio uniforme –   propias de James Joyce y William Faulkner. No es de extrañar que nada fuera igual, a partir de entonces, en la literatura española hasta venerables y reconocidos narradores como Camilo José Cela y Miguel Delibes se vieron compelidos a experimentar y salirse de sus límites autoimpuestos.

La novela del prematuramente desaparecido psiquiatra no dejó indiferente lo que significa, en esta tierra batueca, ser objeto de las más exaltadas veneraciones y las furibundas denostaciones, las más de las veces por la misma persona. Acusada tanto de nadería como de obra maestra, “Tiempo de silencio” ha defendido, sola, su valía como novela capital de la literatura española; y es que, a pesar de ser acusada de rupturista o formalista, pocos libros hay tan deudores de la tradición literaria española, tanto, que bien se podría defender que es un resumen o destilación de la misma.

En ella resuenan, una y otra vez, en el barroco castellano de Martín-Santos, elaboradamente pomposo y retumbante, los personajes del Buscón y el Lazarillo, el realismo de Galdós, la desolación de Baroja, los espejos de Valle-Inclán y la melancolía de Cervantes.

Como es sabido la(s) acción(es) de la novela tienen lugar en la España descuartizada de 1949 “la España de magnificencia e impostura” y se desarrollan en varios ámbitos principales: un aséptico laboratorio, un sórdido burdel, una mediocre pensión, unas degradadas chabolas … que determinan y condicionan las conductas de sus personajes que pululan entre la mezquindad y la supervivencia , entre la necesidad y el vacío.

Llevar la brillante, única e inapelable disección de la sociedad franquista a las tablas ha sido un viejo sueño del gran Jose Luis Gómez quien, por fin, ha conseguido hacer espléndida realidad en La Abadía.

Con gran inteligencia escénica Rafael Sánchez desarma la novela y la vuelve a construir utilizando las formas y estructura del gran teatro clásico y convierte a su perfecto elenco en un coro griego que da vueltas sobre sí mismo – en una, sintomática, carrera de ratas que va a ninguna parte –  mientras se convierte en tribunal de Pedro –  a quien Sergio Adillo da todos los matices exactos entre el iluso y el ilusionado – un investigador que necesita ratas para sus experimentos y cuya conducta vertebrará la trama de la obra.

Pedro, rodeado, acosado, empujado en su búsqueda de una vacuna que le redima de una vida gris se convertirá en una víctima de su entorno. Expondrá ante el tribunal las razones de su inconsciencia, los porqués de su inocencia sin que le salven del veredicto que le condena a la mediocridad.

Y el tribunal – formado por una espléndida Lola Casamayor que sabe ser matriarca sórdida, interesada y derrotada; por una desolada Lidia Otón que hace un gran trabajo interior; por una vacía y tierna Carmen Valverde; por un eficaz y versátil Julio Cortázar; por el pobre pícaro que compone Roberto Mori y un contundente Fernando Soto – crea, entre rondós, minués y contradanzas, el ambiente opresivo y demoledor, que, como en la novela de Martín Santos acaba por asfixiarles a todos en el mayor de los vacíos.

Este es teatro puro, teatro de verdad, teatro de alta exigencia. Teatro único.

  1. Luis de Luis es crítico teatral

FICHA ARTÍSTICA

  • Reparto: Sergio Adillo, Lola Casamayor, Julio Cortázar, Roberto Mori, Lidia Otón, Fernando Soto, Carmen Valverde
  • Puesta en escena: Rafael Sánchez
  • Versión: Eberhard Petschinka
  • Escenografía y vestuario: Ikerne Giménez
  • Iluminación: Carlos Marquerie
  • Espacio sonoro: Nilo Gallego
  • Con la colaboración de los músicos Pelayo Arrizabalaga, Julián Mayorga y Luz Prado
  • Ayudante de dirección: Andrea Delicado

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.