Un mundo fatalmente normal

Roberto Cataldi

El progreso, con sus avances que nos sorprenden y sus variopintas consecuencias, nos está llevando a una sociedad decididamente adicta a la tecnología, explotada e incluso esclavizada por el mercado tecnológico que ha desplazado a otros mercados. Hoy la meta es mantener al individuo pendiente de la pantalla, ya sea la de la televisión, el ordenador o el smartphone, bombardeándolo con un cúmulo de informaciones que son indigeribles, así como fake news y marketing engañoso. El propósito es que viva permanentemente entretenido, pues, la distracción debe evadirlo de la realidad del mundo que le circunda y que también lo atraviesa de un lado a otro. La reflexión y el pensamiento crítico de hecho están prohibidos.

Hoy se habla de la economía de la atención, de la economía del entretenimiento, de la economía del ocio, en fin, parece que toda la vida humana se ha reducido a esta ciencia, o quizás a la pasión por el dinero pero en la versión aristotélica de la crematística. No es casual que el lugar que dejaron libre los intelectuales en la sociedad contemporánea haya sido ocupado por los economistas entre otros técnicos.

Pero además, este progreso trae la «obsolescencia programada», que va mucho más allá de los productos manufacturados, no solo se trata de descartar aquellas máquinas que han sido superadas por los nuevos modelos, ahora se desechan los seres humanos, si bien es cierto que esto tiene una larga historia. El proceso de obsolescencia humana transcurre veloz y progresivamente, al extremo que en el mundo hoy tenemos millones de mujeres y hombres que han alcanzado la condición de «seres obsolescentes», sus vidas útiles han finalizado, si es que alguna vez fueron consideradas útiles. La consigna: nada podemos hacer, en todo caso ellos son los únicos responsables de la situación que les toca vivir… De hecho, no podemos obstaculizar o detener el progreso por culpa de los que no lograron seguir su paso y adaptarse, por eso en esta carrera de obstáculos, los rezagados, los perdedores, son considerados un lastre.

Vivimos en una sociedad donde la inmediatez se ha impuesto de la mano de la cultura digital, las malas noticias nos saturan sumiéndonos en la decepción, y a su vez la falta de energía y motivación constituyen una característica insoslayable de esta época. En las clases medias, amenazadas por el descenso social, la capacidad de consumo mediada por la tarjeta de crédito se vive como un ansiolítico. Es la búsqueda de una felicidad ficticia asentada en el consumo de bienes materiales. A esto hay que sumarle el consumo de alcohol (el antidepresivo más barato) y la necesidad de recurrir a los psicofármacos (expresión moderna de la medicalización de la vida) cuando no a las drogas prohibidas para evadirse de una realidad que es inaceptable, absolutamente inmerecida y deshumanizada. Por cierto, cualquier individuo sin haber leído a Dante Alighieri advierte que vivimos en: un inferno creato sulla terra dagli uomini. Y la consigna darwinista, es, adaptarse o sucumbir. Políticos, tecnócratas de los centros de poder e intelectuales cortesanos suscriben a rajatabla esta teoría, no hay otra salida.

En realidad, este panorama de cambio irrumpe vertiginosamente en un mundo que todavía no salió de la pandemia, que siempre vivió con guerras localizadas y focos subversivos armados, y donde en el panorama de conflictos bélicos instalados a escala internacional hoy se suma una nueva guerra globalizada, aún no declarada como tal pero que ya impresiona como una guerra por encargo. Y en toda guerra, detrás de lo que nos cuentan de uno y otro lado, casi como si se tratase de una verdad revelada, hay otra historia. Por cierto, pienso que es más importante lo que se calla.

El venezolano Rafael Cadenas, autor de «Barbarie civilizada», sostiene que la sociedad ha fracasado por darle la espalda a la vida, por haber olvidado sus valores, sustituyéndolos por otros que terminan siendo destructivos. Es cierto, nadie habla de esta subversión que convierte a la vida en medio, y añade el poeta que para conocer a una sociedad hay que preguntarse cuáles son sus ídolos… Cadenas recuerda que Antonio Machado sostenía que, «los poetas son metafísicos fracasados y los grandes filósofos, poetas que creen en la realidad de sus poemas», y confiesa sentir vergüenza por actos que no ha cometido. De su poemario (1958) rescatamos: «Infeliz bajo la tiranía, Infeliz bajo la república, en una suspirábamos por la libertad, en otra por el fin de la corrupción.»

La historia, la política y la vida en general están signadas por el relato. En efecto, vivimos narrando lo que nos sucede o nos sucedió, también lo que les pasa o les pasó a los otros. El problema son los que pretenden imponer su visión a través de un relato particular, a contrapelo de las evidencias, ya que desde su posición de poder se consideran con el «derecho de contar» (derecho que no tendrían los otros), de esta manera procuran imponer su punto de vista acerca de la realidad, como si esa patraña fuera suficiente para modificar o crear otra realidad. De hecho, ningún fanático acepta la visión de los otros, no puede tolerarlo, justamente porque es incapaz de salir de su rigidez de pensamiento, y es esa prisión intelectual la que lo lleva por el camino de la incompetencia moral.

David Rieff, hijo de Susan Sontag, piensa que en las últimas décadas hemos tenido mucho optimismo sobre la vida pública y ahora parece que estamos viviendo en 1916, por eso sostiene que se acabó lo que pensábamos que era normal.

Las grandes preguntas me inquietan, siempre lo hicieron, para las cuales no tengo respuestas, aunque algunos dicen tenerlas… Alejado de las certezas de los optimistas y de las certezas de los pesimistas, confieso que me gusta abrigar esperanzas, y esto supone aceptar lo que se conoce pero también lo que se desconoce. Estimo que todavía tenemos un margen de esperanza.

Ciertas elites que viven usufructuando las ventajas y los privilegios que otorga el esfuerzo de todos, léase los dineros públicos, no están dispuestas a hacer un mea culpa, mucho menos adoptar la austeridad que le aconsejan a los demás, por eso la falta de ejemplaridad las sume en la hipocresía y les resta confianza. Para Tony Judt la austeridad no solo era una circunstancia económica sino que aspiraba a fomentar la ética pública. Clement Attlee, sucesor de Churchill en 1945 como primer ministro del Reino Unido, fundador del Estado de Bienestar, vivió y murió austeramente. Pero los canallas que usurpan los bienes públicos suelen recurrir al discurso de la solidaridad, valor en el que descreen, y hasta apelan a la corriente ética que sostiene que es bueno que muchos se esfuercen para que algunos vivan bien. En fin, una visión que dependería de la ribera donde uno se sitúe.

Para Emile Cioran, el sueño de los esclavos es ser conducidos a un mercado en el que ellos puedan elegir a sus amos… Su prosa ácida y escéptica, aunque teñida de poesía y lirismo, nos ubica ineluctablemente en el mundo real de nuestros días.

Un problema creciente es el ego mal gestionado, que muchos confunden con el individualismo, sobre todo en tiempos de incertidumbre. Nada que ver. El problema reside en priorizar el interés propio y perjudicar a los otros, llegando a poner en duda los límites éticos. Y el peligro no está en mirarse al espejo, al contrario, está en que uno lo haga como Narciso. El ego merece ser controlado para que no se convierta en dueño de uno. También está quien revela un ego conflictivo, incluso consigo mismo, y hasta vive pendiente de lo que los demás llegan a pensar, pero se preocupa cuando dejan de hablar de él.

Mientras el hombre aquí se dedica a la depredación en todas sus manifestaciones y afirmaciones, se explora el espacio exterior no solo en busca de otras civilizaciones sino de algún planeta biológicamente compatible que cobije a los que logren escapar (migrantes espaciales del futuro). Pero los problemas básicos que hacen a la sobrevivencia de millones de seres humanos no están resueltos, es más, nada hace suponer que exista suficiente voluntad por resolverlos. Lo grave es que hemos naturalizado las crisis y catástrofes humanitarias, pues, al ser habituales o corrientes llegamos a considerarlas algo normal, una fatal normalidad.

  1. Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)

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