Una ruta de Sartre por París

Tuve el privilegio de conocer al escritor Jean Paul Sartre, en París, cuando era estudiante y de vivir momentos históricos durante los acontecimientos estudiantiles de la llamada Primavera de Praga y el Mayo francés.

image77-e1440937226957 Una ruta de Sartre por París

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Trocadero, París.

Al viajar a París como becada, la revista Gente me pidió algunas entrevistas y me dió el teléfono de la escritora Christiane Rochefort, quien había publicado la novela “El reposo del guerrero”, un best seller mundial. En cuanto pude, la llamé.

Muy amable me invitó a su casa, conversamos y quedamos en encontrarnos para hacer una entrevista. Era una mujer de cierta edad, regordeta y muy activa. Antes de que terminara la semana me telefoneó, me pidió que urgente tomara un taxi y la pasara a buscar porque íbamos a Trocadero. Jean Paul Sartre debutaba con su obra “El diablo y el buen Dios”, y quería que fuera inmediatamente. Llegamos al teatro, Rochefort me dijo que como yo también era actriz, la guiara, teníamos que entrar por una puerta lateral para ir al escenario, así lo hice. Sartre estaba entre bambalinas, de baja estatura, muy delgado y nervioso, con su ojo estrábico. Christiane nos presentó, me besó a la francesa y me dijo que fuera al café, la semana siguiente, que tenía mucho que conversar conmigo.

El estreno fue apotéosico. Todo Paris estaba allí. Al caer el telón, Sartre salió a saludar y el público aplaudía de pie: al pensador, al hombre de la cultura que despertaba conciencias, al filósofo creador del Existencialismo, al personaje que era la palabra frente a los hechos del mundo. Aplaudíamos al creador de un corpus literario y filosófico, con obras inmortales: El ser y la nada, La Nausea, Kean, A puerta cerrada, al fundador de la revista Les Temps Modernes, al activista político comprometido.

Aplaudíamos al hombre civico, al intelectual honesto, al escritor entregado, al filósofo del siglo XX.

De aquella noche única, vuelvo al París de hoy, llego a Trocadero y una funcionaria del teatro me confirma que, efectivamente, la obra se dió en el Teatro Nacional Chaillot, fue una repris (la obra se había estrenado en 1951 con Jouvet y María Casares). Esta versión del 1969, alcanzó un éxito teatral sin precedentes y yo tuve la suerte de estar presente.

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Una foto recuerda la mesa a la que se sentaba Simone en el café Les Deux Magots

Volviendo a mi época de estudiante, Rochefort me llevó al Café Deux Magots, en el Quartier Latin, era un típico café parisino, con mesas de madera oscuras. En un rincón estaba Sartre, con estudiantes de la Universidad de Nanterre, no había celulares, entonces un jóven le traía los mensajes de un teléfono cercano. Sartre atendía todo y a todos. Me sentó a su lado y me dijo: “Mi pequena argentina, cuéntame del Che Guevara”. Quedé sin respiración. Yo era una estudiante y solo sabía cuando la madre del Che venía a la Universidad y nos hablaba de la Revolución Cubana, de las ideas de su hijo. Sartre se había reunido con el Che en 1960, en Cuba, y había quedado impresionado. Eran momentos de euforia política en Francia, de movimientos estudiantiles, de demandas. Todo ese movimiento se aquietó con los años, el propio Sartre se apartó de la izquierda y hubo una lenta decepción con respecto a Cuba.

Volví varias veces al café, siempre atento Sartre continuaba anotando, indicando, hablando. Me preguntaba de Argentina, Latinoamérica, del cine, la literatura, entre pregunta y pregunta se ocupaba de la Revista Les Temps Modernes, de contestar a los estudiantes y de dar recados a los asistentes. Era maravilloso verlo actuar, lúcido, incansable. Me animé a decirle la profunda influencia que ejercía su pensamiento en el mundo cultural y en el cine argentino. “Y en ti” me preguntó. No se cómo pude responder: “Yo creo en Dios”. Me apretó la mano y selló: “Tante mieux pour toi”.

Sin embargo, aunque fuera un agnóstico, su existencialismo humanístico es una toma de conciencia que debería regirnos, el hombre es hombre en cuanto es ser consciente, compromiso y acción. Éso lo distingue de la cosa. El “ser” sartriano es un proyecto en movimiento, algo que debe “hacerse”. Sartre se comprometió con su obra filosófica y artística como lo hizo con su propia vida.

Aun me parece verlo hablando con Simone, tenían una extraordianaria comunicación, era una pareja que todos conocían y respetaban, eran invitados y viajaban mucho. Nunca hice las entrevistas, aunque Sartre y Rochefort parecían siempre dispuestos, en verdad, no tenían momento libre para que prendiera mi grabador.

Esos recuerdos me emocionan mientras voy caminando por el Quartier Latin, buscando el café. Me encuentro con una elegante confiteria que nada tiene que ver con la bohemia del café de los 60. El manager Richard Dargeloi me comenta que los mozos de aquella época no están y el café sufrió reformas, se ampliaron las ventanas, se abrió una terraza y se cambió el mobiliario, aunque hay fotos que recuerdan a los intelectuales y está marcado el lugar de Sartre, todo es muy distinto. Veo las fotos, las estatuas de los dos chinos (Les Deux Magots), que desde el siglo XIX, reunieron en este salón la vida cultural parisina y me parece oir aquel murmullo de opiniones y gestos, Sartre levantándose, moviendo las manos, llamándome “la petite argentine”. Aquella pléyade de intelectuales y artistas: Sartre, Althusser, Barthes, Lucian Golmann, Francastel, Merleau-Ponty, Aron, Ionesco, Barrault, Le Parc, la Recherche Visuelle, Vasarely, Gallimard, el boom literario latinoamericano, Juliette Greco, Leo Ferre, Cahterine Deneuve, Alain Delon, Margarite Duras, Barrault …

No es éste el café de Sartre pero los recuerdos vuelven, entonces, camino hacia la Oficina de Turismo, converso con la periodista Veronique Potelet quien me comenta que Sartre y Simone tienen una plaza en el Quartier Latin con su nombre, que aún no se prevé un museo en casa de los escritores, aunque valdría la pena hacerlo, insisto. Con sus indicaciones voy al barrio Montparnasse, entro al famoso restaurant La Coupole donde Sartre y muchos actores de aquel tiempo se reunían. Los vecinos me guían a la casa de Simone de Beauvoir, una pequeña calle: Victor-Schoelcher, donde busco el número 11. En ese estudio solían trabajar Sartre y Simone, aunque nunca vivieron juntos, Sartre tenía casa en el Arrondisement 16.

image81-e1440937817850 Una ruta de Sartre por ParísBordeo la calle del Cementerio de Montparnasse, en la entrada leo la placa que atestigua fue creado en 1824, tiene 1244 árboles con 40 esencias diferentes. Hay 38.000 sepulturas donde descansan: el poeta Charles Baudelaire, Julio Cortázar, Beckett, Ionesco, Man Ray, Susan Sontag, César Vallejo, entre muchos otros famosos. Un plano me indica la tumba de Sartre y Simone, esta ubicada en el primer camino a la derecha, es una lápida simple, con cartas y flores: Jean Paul Sartre 1905- 1980. Simone de Beauvoir 1908-1986.

En Francia la cultura vive y los franceses hablan de sus héroes y escritores como si aún estuvieran con ellos…

Una viejita se me acerca mientras saco las fotos: “yo estaba el día que Sartre murió, había un mundo de gente, afuera el público se subía a los autos para ver. Fue una despedida muy grande, lo acompañabamos y los seguimos acompañando. Mire los besos que hay en la tumba…”

Me acerco y veo los besos. En un impulso, yo también beso la lápida y digo: Merci Sartre… Merci Simone… Merci.

2 COMENTARIOS

  1. Se ve que Simone y Sartre hicieron buenas amistades, duraderas y perdurables, como la de Adriana. Y Adriana transmite ese sentimiento con lo que Sartre llamaba autenticidad. Sólo una cosa: ¿no fue la izquierda institucional la que, al alejarse de la izquierda de base, se alejó también de Sartre?

  2. Tan solo agradecer a Adriana este hermoso artículo, que nos invita a revivir personas y lugares tan importantes en la historia de nuestra cultura.

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