Vania: colapso de los trabajos y los días

Bebemos porque no nos gusta la vida que tenemos y así nos inventamos una llena de ilusiones.

Con este lema, casi un himno a la inutilidad del esfuerzo responsable, Tío Vania, de Anton Chejov, fue estrenada por primera vez en 1900 en el Teatro del Arte de Moscú, donde fue dirigida por Stanislavski. Allí se dio la forma definitiva a un texto que es el que ha llegado hasta nosotros.

vania-chejov-banner-600x318 Vania: colapso de los trabajos y los días

La novedad que la compañía Les Antonietes añade al texto clásico es un humor actual, que podríamos llamar televisivo, de hacer ver el absurdo de ciertas situaciones sin tocar para ello lo trascendente ni mollar del asunto sino muy al contrario, haciéndolo de la manera más banal.

Por ejemplo, un personaje pregunta por otro al que requiere en escena junto a él con insistencia, cosa imposible puesto que ambos personajes son representados por el mismo autor. Con ello rompen la cuarta pared y consiguen arrancarle unas risas a público, que ya venía cargado y un poco harto y adormido de tanta monserga ecologista y tanto existencialismo avant la lettre. Aquí, a este último le llaman filosofía para hacer reír un poco más al tendido: «No empieces con tus filosofías», se apostrofan, y como nadie calla en escena, la gente ríe.

Pero el denominador común se mantiene como en toda la obra de Chejov: «Todo es inútil. No se puede hacer nada pero, en caso de que pudiéramos hacer algo, también sería inútil porque no serviría de nada». Y para empezar, el médico, doctor Astrof, trasunto del propio Chéjov, que con ser un personaje «decente» (ama la soledad de la naturaleza, el gozo en sus paseos entre las plantas y los bosques y expresa sus sentimientos en un largo texto hermoso y actual, cruce entre Garcilaso y Al Gore), esconde un amor oculto que lo paraliza por completo por la esposa de Serebriakov, dueño de la finca. Una finca preludio de El jardín de los cerezos, donde transcurre la acción. Ello le sirve a Chejov para mostrar un encuentro familiar plagado de problemas y donde nadie es inocente, ni siquiera el médico, ni siquiera las víctimas, en un contexto de ruina que parece presagiar la inminente Revolución bolchevique.

Puestos a filosofar, Les Antoinetes plantea esto: «¿Y si el malestar del hombre no proviniera de su relación con el mundo exterior? ¿Y si el malestar tuviera su origen en uno mismo?»

Chéjov, con Tío Vania, nos advierte del peligro de cavar demasiado hondo en el interior de uno mismo, porque total, eso sólo sirve para ahondar en nuestra desgracia. No hay duda de que en Vania, personajes y actores se ven a sí mismos como marionetas de alguien que se está riendo entre bambalinas. Por ello la frase de Vania que encabeza este texto es necesaria hoy como siempre porque alerta del riesgo de caer en el cinismo, la introspección, y la desidia.

Les Antoinetes, que triunfó en este mismo centro Fernando Fernán Gómez en 2015 con Stockmann de Ibsen, muestra ahora el texto más germinal de Chejov en toda su crudeza existencial y discursiva, con el alivio de esas gracietas tan fútiles para hacernos volver en sí.

  • Vania de Antón Chéjov
  • Compañía: Les Antonietes Teatre
  • Dirección y adaptación: Oriol Tarrasón
  •  Reparto: Alejandro Cano, José Gómez-Friha, Teresa Hurtado de Ory, Alicia Rubio, Oriol Tarrasón
  • Escenografía : Les Antoinetes
  • Producción y distribución: Annabel Castan, Les Antoniettes.
  • Fecha de la función comentada: 28 de octubre de 2017
  • Lugar Centro de Arte Fernando Fernán Gómez (Madrid
Nunci de León
Doctor en Filología por la Complutense, me licencié en la Universidad de Oviedo, donde profesores como Alarcos, Clavería, Caso o Cachero me marcaron más de lo que entonces pensé. Inolvidables fueron los que antes tuve en el antiguo Instituto Femenino "Juan del Enzina" de León: siempre que cruzo la Plaza de Santo Martino me vuelven los recuerdos. Pero sobre todos ellos está Angelines Herrero, mi maestra de primaria, que se fijó en mí con devoción. Tengo buen oído para los idiomas y para la música, también para la escritura, de ahí que a veces me guíe más por el sonido que por el significado de las palabras. Mi director de tesis fue Álvaro Porto Dapena, a quien debo el sentido del orden que yo pueda tener al estructurar un texto. Escribir me cuesta y me pone en forma, en tanto que leer a los maestros me incita a afilar mi estilo. Me van los clásicos, los románticos y los barrocos. Y de la Edad Media, hasta la Inquisición.

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