Weimar como paradigma del acceso de la extrema derecha al poder

Se cumplen cien años de la creación de la República de Weimar en Alemania

Después de la Primera Guerra Mundial Alemania inició uno de los periodos más fascinantes y también más difíciles que haya vivido un país a lo largo de su historia. La guerra terminó con el káiser Guillermo II y con el imperio que había dado origen a la contienda, abriendo el país hacia un futuro democrático y republicano en el que la cultura, las artes y el pensamiento alcanzaron cotas difícilmente repetibles.

la-alemania-de-weimar-cubierta Weimar como paradigma del acceso de la extrema derecha al poderDice el profesor de Historia de la Universidad de Minnesota Eric D. Weitz en un libro de lectura recomendable (“La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia”. Ed. Turner), que no es posible demostrar por qué en un sitio y en un momento determinados se desarrolla una gran cultura, y por qué en ese momento artistas, escritores y filósofos de talento crean manifestaciones novedosas y suscitan discusiones y debates que siguen vivos muchas décadas después.

George Grosz y Max Beckmann, Bertolt Brecht y Kurt Weil, Thomas Mann, Alfred Döblin, Stefan Zweig y Rilke, Heidegger y Krakauer, August Sander, Laszlo Moholy-Nagy y Hannah Höch, el Dadaísmo, el Expresionismo y la Nueva Objetividad, la Bauhaus y la Escuela de Frankfurt… florecieron en unos años en los que gracias a la Constitución de Weimar, proclamada el 11 de agosto de 1919 (el nombre alude a la ciudad en la que se aprobó), se alcanzaron avanzados programas de bienestar social que incluían la jornada laboral de ocho horas, el seguro de desempleo, la vivienda pública, el derecho al voto de las mujeres, la abolición de la censura, la liberación sexual… todo un caudal de libertades que se interrumpieron con la llegada de los nazis al poder cabalgando una crisis económica y una hiperinflación provocadas por las compensaciones de guerra impuestas a Alemania por los aliados en Versalles (muy criticadas por Keynes) y agravada por la gran depresión de 1929 durante la que todos los indicadores de la economía alemana (alta productividad, consumo en alza, innovaciones tecnológicas) sufrieron un grave descalabro y brindaron a la derecha una oportunidad de oro para acabar con una república que en realidad nunca había asumido.

Tanto para la derecha radical como para la extrema derecha y el ejército,  Alemania no había sido derrotada en el campo de batalla sino traicionada por los judíos y los socialistas alemanes.

El protagonismo de la política

Tras la caída del káiser la política se convirtió en Alemania en un fenómeno de masas. El mismo día de 1918 en el que el socialdemócrata Philipp Scheidemann proclamaba la república desde un balcón del Reichtag en Berlín, a unos centenares de metros el agitador radical Karl Liebknecht añadía a su proclamación el calificativo de socialista. Los primeros años fueron políticamente los más difíciles.

Se vivieron algaradas reprimidas y episodios de violencia como el que terminó con los asesinatos de dirigentes carismáticos como el propio Liebknecht y Rosa Luxemburgo. En aquellos años, mientras la derecha fomentaba la cultura de la violencia y agitaba el antisemitismo, la izquierda radical idealizaba la revolución bolchevique y el ejército apoyaba la formación de fuerzas paramilitares para que se enfrentaran a los partidos progresistas.

En febrero de 1919 el socialdemócrata Friedrich Ebert fue nombrado primer presidente de la república y en agosto entraba en vigor la Constitución de Weimar. En sus tres etapas (una fase revolucionaria, otra de estabilidad económica y una tercera de vuelta a la violencia y al autoritarismo) los graves problemas a los que tenía que enfrentarse la república superaban la capacidad de los dirigentes demócratas para forjar un consenso y alcanzar una mayoría.

El paro y la crisis de la hiperinflación terminaron por facilitar a las empresas la abolición de algunos avances sociales conseguidos por los socialdemócratas durante la revolución de 1918-19. En ese magma, el nacionalsocialismo, una fuerza política marginal, se fue haciendo cada vez más fuerte aprovechando los años en los que Alemania quedó en manos de una dictadura presidencial personalizada en el mariscal de campo Paul von Hindenburg, un antidemócrata que ya antes de la victoria de Hitler había ido vaciando de contenido la república de Weimar.

En la sociedad alemana se fue instalando la idea de que el pueblo necesitaba un tercer imperio (reich) presidido por un jefe (führer) capaz de encarnar el destino del pueblo alemán. Pensadores de la derecha radical como Carl Schmitt, Oswald Spengler y Ernst Jünger fueron descalificando el sistema democrático e introduciendo el antisemitismo en la sociedad alemana.

Los nazis aprovecharon las libertades de la Constitución y el sistema electoral republicano para hacerse con el poder, apoyados por una organización de militantes fanatizados que desplegaban una amplia actividad violenta contra los comunistas, los judíos y los socialdemócratas.

En las elecciones de julio de 1932 Hitler consiguió el 37 por ciento de los votos. En noviembre se repitieron elecciones, los nazis cayeron al 33 por ciento y su euforia se vino abajo. Sin embargo, aunque los partidos de la derecha moderada no habían apoyado a Hitler en julio, se unieron ahora a la derecha radical y a los nazis para formar una coalición anti-Weimar. A pesar de tener menos representatividad, Hindenburg encargó a Hitler la formación de un gobierno que asumió el poder el 30 de enero de 1933. Se inició una contrarrevolución que acabó con las conquistas conseguidas desde 1918 y creó un nuevo Estado basado en la pureza de la raza aria y en valores profundamente reaccionarios. La república de Weimar había llegado a su fin.

Dice Eric D. Weitz que sin el apoyo de militares y empresarios, de funcionarios y de nobles, pero sobre todo de la derecha moderada, Hitler nunca habría alcanzado el poder y seguiría siendo una extravagancia más de aquella época convulsa, y que el partido nazi hubiera seguido igual de marginado, en un extremo del espectro político.

Por eso una de las lecciones de Weimar es alertar sobre los peligros que acechan a las democracias cuando en los partidos que la defienden no hay consensos en las cuestiones fundamentales. La otra lección de Weimar es que las amenazas contra la democracia no sólo provienen de los enemigos externos sino también de aquellos que desde dentro utilizan las libertades democráticas y las ventajas constitucionales para destruir su propia esencia.

Francisco R. Pastoriza
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural Asignaturas: Información Cultural, Comunicación e Información Audiovisual y Fotografía informativa. Autor de "Qué es la fotografía" (Lunwerg), Periodismo Cultural (Síntesis. Madrid 2006), Cultura y TV. Una relación de conflicto (Gedisa. Barcelona, 2003) La mirada en el cristal. La información en TV (Fragua. Madrid, 2003) Perversiones televisivas (IORTV. Madrid, 1997). Investigación “La presencia de la cultura en los telediarios de la televisión pública de ámbito nacional durante el año 2006” (revista Sistema, enero 2008).

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