Chile deberá sumar agua desalada a la de los glaciares

El océano Pacífico puede saciar la sed de agua que provocan diez años de sequía en Chile, pero el funcionamiento de plantas desaladoras de diversos tamaños tiene un camino por recorrer para ser sostenible y servir a la mayoría de la sociedad y no solo a poderes económicos, informa Orlando Milesi (IPS¹) desde Los Vilos.

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La pequeña cala de Chigualoco, en el norte de Chile, con algunas barcas pesqueras y su suelo tapizado de huiros negros (Lessonia spicata), macroalgas desprendidas de las rocas por el oleaje y que los pescadores secan al sol. Esos huiros no los extraen de las pequeñas rocas del entorno costero, porque son el alimento de preciados moluscos cuya veda de pesca culmina en junio. © Orlando Milesi / IPS

Una veintena de esas plantas ya aportan agua desalinizada a pequeñas agrupaciones de pescadores, otras tres a habitantes de varias comunas (municipios) y ocho más a grandes empresas mineras, todas menos una concentradas en el árido norte chileno.

El amplio desarrollo y disponibilidad de energía solar y eólica bajó el costo de operación de desalinizar y potabilizar el agua del mar, que nutre de esperanza a los chilenos de un suministro estable del recurso, en este país con 4270 kilómetros de costa alargada.

Bajo decreto de escasez hídrica están este año 184 comunas, 53 por ciento del total, afectando a 8,2 de los 19,4 millones de habitantes de este largo país que discurre por el oeste de Sudamérica, entre la costa del Pacífico y la cordillera de Los Andes.

Hace tres años un análisis publicado en la Radiografía del Agua: Brecha y Riesgo Hídrico de Chile advirtió que «las reservas de agua dulce en las cuencas tienen una tendencia a la baja».

«Un 72 por ciento de los datos muestran que los niveles de pozos (en acuíferos) bajan con una tendencia que es estadísticamente significativa y la totalidad de los glaciares estudiados hasta ahora, que son menos de uno por ciento de los existentes, reducen su superficie areal y/o frontal desde el año 2000 en adelante, con una sola excepción (el glaciar El Rincón, ubicado en la Región Metropolitana de Santiago)», indica el documento.

Mirando al mar

El 2021 fue el año más seco en la historia de Chile y la perspectiva es que el déficit de agua dulce será recurrente en el país. Así que los chilenos y sus autoridades miran sobre todo hacia al mar para contar con el recurso en el futuro, además de a los glaciares de sus cumbres andinas.

En su primera conferencia ante corresponsales extranjeros, el 14 de marzo, el presidente Gabriel Boric, en el gobierno desde tres días antes, aludió a la crisis hídrica. Anunció el propósito de «avanzar en desalinización haciéndonos cargo también de las externalidades que genera. En particular qué se hace con la salmuera».

«Un problema es la sequía y otro la mala utilización de los recursos y derechos de agua. Hay que avanzar en la modernización del campo y en una mejor utilización de las aguas grises», agregó.

De hecho solo menos de 30 por ciento de la agricultura chilena usa riego tecnificado, en un país cuya economía se basa en la agroindustria de exportación, la minería, en particular la del cobre, y en la gran pesquería. Mientras, la agricultura familiar y la pesca artesanal son las más perjudicadas por el déficit hídrico, pese a su peso laboral y social.

En Chile los derechos de agua están en manos privadas. Ahora esa agua, incluida la de mar, es centro de debate y tendría nueva definición en la nueva Constitución, cuyo texto deberán terminar para el 4 de julio los integrantes de la Convención Constitucional y que se someterá a referendo en septiembre u octubre.

La Minera Escondida, de la compañía australiana-británica BHP y la mayor productora de cobre del mundo, ubicada a 3200 metros sobre el nivel del mar, utiliza agua que viaja por 180 kilómetros desde una planta desaladora en la costa, hasta su localización en la región de Antofagasta donde se ubica.

Las compañías mineras en Chile proyectan elevar sus ocho plantas desalinizadoras en operación actualmente, hasta 15 para 2028.

De las tres plantas destinadas a suministrar agua a los municipios, destaca la de Nueva Atacama, en operación desde diciembre. Construida con una inversión estatal de 250 millones de dólares y luego traspasada a un consorcio privado, produce 450 litros por segundo (L/s) y abastece a las comunas de Tierra Amarilla, Caldera, Copiapó y Chañaral, que se sitúan en torno a 800 kilómetros al norte de Santiago.

Pero la desalinización no se va a quedar en el norte más urgido del recurso. Por primera vez también se ha instalado una desaladora en el sur del Chile, en Iloca, a 288 kilómetros de Santiago.

Pros y contras de la desalinización

Diversos gremios crearon la Asociación Chilena de Desalinización y defienden que este proceso «es una excelente solución para enfrentar los desafíos hídricos de nuestro país, al no depender de la hidrología».

«Es una tecnología probada, confiable y accesible en términos de costos. Esta combinación de factores ha impulsado la incorporación de la desalinización en diversos procesos productivos y favorecido el crecimiento de esta industria», sostienen.

Una interrogante crucial es qué se hará con la salmuera que deja el proceso. Ambientalistas temen que grandes bloques de sal sean depositados en el océano afectando al ecosistema y las especies que habitan en las zonas costeras.

Las pequeñas desaladoras casi no arrojan salmuera, por ello la mirada se vuelca hacia las compañías mineras y distribuidoras de agua.

Liesbeth Van der Meer, directora ejecutiva de Oceana Chile, dijo a IPS que «desalar es una de las soluciones, pero preocupa mucho que se le considere como la única alternativa».

Van der Meer explicó que las plantas desaladoras que dañan el ecosistema «son las que van desde 500 a más de 1000 L/s, por la succión y toda la sal que tiran de vuelta al mar».

La desalinización «tiene bastantes costos socio ambientales que no se han mirado. Si está muy cercana a una caleta, por ejemplo, la salmuera y el brime (sustancias usadas para que no se acumulen especies biológicas en cañerias) producen un daño ambiental en las bahías», detalló.

Como ejemplo de los impactos, Van der Meer dijo: «Hemos visto lugares como Mejillones (municipio de la norteña región de Antofagasta), donde existe una gran  desaladora, que en un rango de cinco kilómetros no hay pesca ni vida y el agua está turquesa, pero no porque esté limpio sino porque ahí ya no hay nada de vida».

La ecologista demandó un plan nacional hídrico que ordene la construcción de desaladoras y pidió resguardar las diez millas de mar territorial «donde está gran parte de la riqueza de recursos pesqueros».

Ricardo Cabezas, físico aeroespacial y geomático, coincidió en que «falta legislar para obligar a aquellas empresas que usan agua de mar a que tengan un sistema de monitoreo y estudios oceanográficos para conocer el flujo de las corrientes».

Según Cabezas, «si logramos resolver el problemas de la salmuera, vamos a dar un salto cualitativo y el principal beneficiado será la población chilena pues estaría resuelto el problema crucial del agua».

Si las plantas desaladoras ganan la apuesta, pasarán a la historia los camiones aljibes repartidores de agua en Chile, con su aparición impredecible y su alto costo operativo.

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