La Luna es, siempre lo ha sido, un referente. No descubro nada, afirmando esto, ni de quien escribe ni de lo que supone y ha supuesto para millones de seres humanos, y puede que para los de otros planetas también. Es un astro potente, melancólico, superior, con halo de misterio, con melancolía y poesía, con orgullo, con positivismo, con vida a través de mareas y otros fenómenos naturales, con desarrollo, con ventura y sueño, con forma y continente para canciones y reflexiones… Podría estar horas diciendo lo que implica este satélite natural de la Tierra.
Además, como concepto principal, da luz, o la refleja, lo cual equivale a lo mismo. Nos proporciona destellos, y, por ende, caminos. Por eso me encanta tanto.
Y por esas motivaciones le puse ese nombre a uno de los seres más hermosos que ha puesto el Destino en mi deambular. Recuerdo cuando daba sus primeros pasos, llenos de energía y nerviosismo. Rememoro como nos tirábamos al suelo y empezábamos a hacernos cosquillas. Le gustaba mirarme a los ojos, y yo me volvía loco contemplando los suyos.
Han sido estos años (catorce, en total) de una plena maravilla. Es verdad que poco a poco, por otras obligaciones, nos hemos ido viendo de cuando en cuando, pero eso no ha quitado que saltáramos de alegría cada vez que nos poníamos cara a cara. Ella era así: de mí sacaba lo mejor. Desde siempre ocurrió de esta guisa.
Los últimos meses, aunque con ribetes de su energía desbordante, han sido de ocaso, pero eso no ha restado la cercanía y la devoción mutuas. Nada ni nadie disminuye su amor cuando éste es auténtico, y éste lo era. Incluso creo que se quieren más los perfiles débiles del ser admirado y estimado. Ha sido el caso.
Hace unos días, dos semanas tal vez, fui a verla. Pasamos un rato excelente. Nos hicimos incluso alguna foto. Era como una despedida en la que no quisimos poner formalidad a un hecho que, como todo en la Naturaleza, es irreversible. Nos tenemos que ir antes o después.
Ahora ella se ha marchado. Se ha ido con los ángeles alados hacia una tierra de seres en trascendencia. Ha dejado un hondo vacío. Nada será igual. No se producirá la misma sonrisa, ni jugaremos con la misma vehemencia. Se ha trasladado a otra dimensión, y también, por ende, se ha esfumado un cachito de nosotros.
Hablo de mi Luna, de mi pastora alemana. Ha sido una fiel compañera, un ser irrepetible en la creación, un regalo para los que la hemos disfrutado. La navegación ha sido intensa. Hasta se perdió de joven (alguien la robó) y apareció pronto. Nos hemos deleitado con muchas peripecias en el planeta Tierra: ahora nos mira, ella, desde su espacio exterior particular.
Podría decir reiteradamente muchas cosas, pero solo resaltaré una que me conmueve contemporáneamente. Tras haber conocido a Luna no tengo nada claro que los considerados animales no tengan alma. Es posible que posean más espíritu que algunos que se glosan como humanos. ¡Hasta siempre!