Es una pena que «Una dama en París» (Une estonienne à Paris) -película dirigida por el joven realizador estonio Ilmar Raag Klass y protagonizada por una espléndida Jeanne Moreau (Jules et Jim, La novia vestía de negro, La noche), que con 84 años cumplidos borda el papel de la vieja dama gruñona, excéntrica y evidentemente rica (largos collares de perlas, chaquetas y camelia Chanel)- llegue a las pantallas españolas con más de dos años de retraso.

A la muerte de su madre en Estonia, Anne, una mujer en la cincuentena, divorciada, se da cuenta de que está sola y acepta el trabajo en cuidar en París a Frida, una compatriota anciana que lleva más de media vida viviendo en la capital francesa. A pesar de las dificultades y los desencuentros iniciales, Anne consigue finalmente adaptarse a la situación gracias al apoyo de Stéphane (Patrick Pineau), propietario de un café y antiguo amante de Frida.
Lo que vemos es el relato de dos mujeres –dos buenas actrices- que aprenden a conocerse, a tolerarse, a soportarse e incluso a apreciarse. Una historia en la que la nostalgia y el silencio, los silencios, juegan un papel importante: el inicial enfrentamiento entre ambas está hecho de miradas como está hecha de miradas la más que probable relación sentimental que nace, por efímera que pueda ser, entre la recién llegada y el antigua amante de la señora.
La historia de Anne está inspirada en la madre del realizador que, como el personaje, vio como cambiaban su vida, y su manera de ver las cosas, gracias a una estancia en París y el contacto con una vieja compatriota.



