Manuel María Meseguer
Estas noches caliginosas de la meseta castellana, ensordecidas por los grillos y los lamentos de los perros en el campo y por las acaloradas discusiones, cargadas de insomnio y alcohol, en las calles de Madrid, la ciudad mesetaria por excelencia, dan para mucho ensueño y no pocas pesadillas. Sin ir más lejos, hace dos noches me vi enmarañado en una ensoñación de la que me resultaba imposible escapar.
Yo sabía que estaba en un sueño y que cuanto ocurría era un puro dislate. Incluso me veía a mí mismo braceando inútilmente por salir de él y al tiempo tratando de memorizar las bizarras aventuras a las que estaba asistiendo ante los primeros amagos de desleírse el sueño y dándole la razón a William Shakespeare cuando escribió: «Estamos hechos de la misma materia que los sueños; y nuestro pequeño mundo está rodeado de sueños«. Todo bastante extraño como esos duermevelas inquietos y ponzoñosos.
Quien no haya seguido la realidad política española es probable que no entienda nada, por lo que sería aconsejable que su lectura no vaya más allá de esta breve disquisición para no perder el tiempo.
La escena, aunque poco delimitada, mostraba una sala de juntas con una mesa en forma de U bordeando las paredes y personas sentadas de espaldas a ellas con micrófonos delante. Debían de estar aguardando a alguien porque hablaban con gran animación de dos en dos, de tres en tres e incluso de a cuatro. Poco a poco comencé a identificar a algunos de ellos y colegí que se trataba de una reunión del Partido Popular, en el Gobierno de España con mayoría absoluta, porque los más reconocibles ─Javier Arenas, Jaime Mayor Oreja, Ángel Acebes, Paco Álvarez Cascos (que no es ya del partido), Rodrigo Rato (que tampoco)─ aparecían descabezados, las cabezas sobre la mesa, pero hablando animadamente entre ellas y sus vecinos. A ambos lados de la base de la U (cuyo centro permanecía vacío) dos figuras hieráticas, como estatuas egipcias, miraban las cabezas cortadas disimulando a duras penas su regocijo. Reconocí a la expresidenta de Madrid, Esperanza Aguirre (E.A.), y al exalcalde y ahora ministro, Alberto Ruiz─Gallardón (A.R─G.). Los movimientos entre los asistentes se realizaban con semejante gracia volátil que la exhibida por los personajes guerreros de Ange Lee en su película “Tigre y dragón” (después pude recordar que la noche anterior había visto esa película en televisión y de ahí la relación): se movían, subían y bajaban como ingrávidos ángeles, sin esfuerzo.
De manera impensada, primero una y luego la otra, las figuras egipcias volaban a una extremo de la pieza del cónclave para chismorrear con otro personaje que permanecía allí, en lo alto, ingrávido y sin su tradicional bigote, José María Aznar (J.M.A.), quien apenas podía ocultar su satisfacción. Y en estas que volando, indolente, cabezón y barbado llegó el del centro de la base de la U, Mariano Rajoy (M.R.) y apenas unos milisegundos después un personaje grande, fornido, perfil arisco, mirada desafiante y cabeza de senador. Luis Bárcenas (L.B.), sin duda.
El guirigay posterior me pilló cerca de la madrugada, braceando para salir y no olvidar. L.B. señalaba a M.R. con un puro Montecristo del 2 y se lo pasaba por el cuello. J.M.A. asentía y sonreía desde lo alto; E.A. abandonaba su hieratismo y le rebanaba el pescuezo a M.R., momento que aprovechaba A.R─G. para ocupar el puesto del descabezado cuya cabeza mantenía una irritada discusión con el resto de decapitados. L.B. abría un voluminoso libro de contabilidad y lo encabezaba, con letra redondilla, con el lema Nuevo Partido Popular (NPP). El regodeo de J.M.A. desde las alturas resultaba “ostentóreo”.
Una locura y un sinsentido porque de todos es sabido que la letra de Bárcenas es picuda.
Pasaron muchas más cosas, pero no pude recordarlas. Desperté bañado en sudor y persiguiendo los jirones del sueño, huidizos como el agua clara de un arroyo entre los dedos.