Los talibanes del recientemente reinstaurado Emirato Islámico de Afganistán están incumpliendo, una a una, las promesas efectuadas cuando entraron en Kabul el pasado 15 de agosto de 2021, relativas al respeto de los derechos fundamentales. Ya advirtieron de que lo pensaban hacer, aunque respetando la sharia, una incompatibilidad manifiesta.
Para empezar, y a falta de algún experto que redacte una nueva, han elegido regirse «temporalmente», y una vez excluidos de la misma todos los elementos no conformes con la sharia, por la Constitución monárquica de 1964, la de la «época del ex rey Mohammed Zaher Shah», derrocado en 1973.
Siguiendo con su intento de «aggiornamento», otra de las primeras decisiones de los talibanes versión 2021 ha sido cerrar el Ministerio de la Mujer y, en el mismo edificio, colocar la placa del Ministerio de la Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio, al tiempo que se abrían las primeras escuelas que –oh, sorpresa– son escuelas coránicas y solamente para chicos. De momento, y luego ya veremos, las niñas se quedan en casa.
Más novedades. En la provincia de Helmand, en el sudoeste, los barberos se han quedado sin trabajo con la primera normativa «urgente» emanada del nuevo ministerio: «Si se demuestra que en un salón de peluquería o en un baño público se ha cortado la barba de alguien, se le tratará conforme a los principios de la sharia, y no tendrá derecho a quejarse». De paso han prohibido también que suene música en esos locales.
Ya habíamos visto antes cómo las mujeres quedaban excluidas en la formación del nuevo gobierno afgano, y también sabemos que no son pocas las que se han visto obligadas a dejar sus trabajos. Hoy, el servicio Internacional del canal británico BBC nos trae las palabras de Abida, comadrona en un hospital de la provincia de Nangarhar, en el este del país, tras ayudar a nacer a un bebé: «A la madre no le han facilitado ningún medicamento, nada contra el dolor, tampoco ningún alimento. La temperatura en el interior del hospital pasaba de 43 ºC. Habían cortado la corriente eléctrica y no funcionaban los generadores. Estábamos empapadas en sudor, como si saliéramos de la ducha. El niño nació a la luz de un teléfono móvil».
Lo que para la madre fueron unas horas horribles, para la comadrona «ha sido una de las peores experiencias de mi vida profesional. Pero es la misma historia cada día, y cada noche, desde que los talibanes han tomado el poder».